ESTACIÓN RIACHUELO

InvenTren

"Los trenes tienen algo que ver con el principio y con el final "*

Los dos hombres han salido a cubierta. Amanece y desde el barco puede divisarse la costa, el primer movimiento del día. Una leve bruma dificulta la visión desde la popa, donde los dos hombres se han apoyado y permanecen en silencio.
El gordo está prolijamente peinado, el cabello ralo apretado por la gomina. La brisa le hace entrecerrar los ojos. Una arruga le cae entre las cejas, otras dos a los costados de la nariz y la boca es un arco fláccido sobre el mentón quebrado.
Los ojos del hombre flaco son opacos; los rasgos suaves del rostro denotan comprensión
-resignación tal vez-, y ya no hay ternura ni esperanza en su gesto. toda la amargura del mundo mira, desde esa cara, a la costa inglesa.
Stan coloca una mano sobre los ojos, a modo de pantalla, un poco para evitar el fulgor del sol que se levanta en el horizonte, un poco para que el gordo no advierta que esa costa (que es la misma que dejo hace cuarenta años), es otra para él.
Los cuarenta años pasados en Hollywood lo han convertido en un hombre cansado. Al fin y al cabo, es mucho tiempo y la vitalidad no le puede ganar a la vida. ¿De qué valdría estar recostado en un cómodo sillón, rodeado de nietos que miman, de periodistas que adulan? John Wayne le dijo una vez al gordo, que ahora está a su lado y entonces no le hizo caso, que la vida es dura y es mejor defender a cada momento lo que se consigue porque si no, la gente lo olvida. y la gente olvida su propia risa.
El flaco ha movido levemente la cabeza y le ha parecido percibir, en el gesto del gordo Ollie, una mueca parecida a una sonrisa.
-Ya salen los pescadores- ha dicho el gordo.
En el horizonte, centenares de barcazas dejan la costa en dirección al pequeño barco. Sólo Laurel y Hardy permanecen en cubierta. Ambos han levantado las solapas de sus sacos, aunque no hace demasíado frío; el viento silba contra el buque.
-Habrá que tomar un tren hasta Lancanshire-, dice el flaco sin mirar a su compañero.
-los trenes tienen que ver con el principio y con el final- ha dicho Stan.
-Por primera vez, Ardí se ha dado vuelta para mirarlo. Luego baja la vista. Le gustaría estar otra vez bajo los reflectores, frente a una cámara de cine.
Piensa que no está demasiado viejo para eso. Tiene 62 años y está cansado, es cierto, pero debe reconocer que es la gente quien se ha cansado de él y de Stan.
"Los trenes tienen algo que ver con el principio y con el final", piensa ollie. Es cierto. También los barcos y la distancia. Uno siempre va a morir lejos de los mejores lugares. Por vergüenza tal vez, como los elefantes. El siempre tuvo algo de elefante. No sólo fisicamente. Los elefantes son codiciados en su mejor momento cuando sus colmillos son frescos y deslumbrantes. La gente sólo busca eso, los colmillos. Si atrapa a un elefante, enseguida se los corta y toda la grandeza del animal desaparece. Queda apenas el cuerpo pesado, dolorido, tan dolorido está el elefante que cualquier otro animal puede matarlo.
-Me siento como un elefante-, ha dicho Hardy, Stan lo mira y luego dirige sus ojos a la distancia donde las chalupas navegan agitadas por el mar.
-¿Tu padre sabe que llegás? -pregunta Ollie.
-Le mande un telegrama. Habrá función en Lancanshire. El todavía trabaja en el teatro del condado.
Cuarenta años fuera de Inglaterra. Nunca extrañó demasiado. Sin embargo, Stan siente esta madrugada un suave estremecimiento cuando piensa que su padre lo verá en el escenario. Siempre le mandaba cartas luego de ver las películas. Alguna vez, recuerda, le sugería cambiar detalles. El viejo era muy minucioso y no perdonaba nada. El lo hizo actor y no le dolió cuando lo dejó ir, aún sabiendo que no regresaría. Quizás esperaba de su hijo la grandeza que él nunca había conseguido. Y ahora el hijo regresa, con toda su grandeza a cuestas, y le da miedo enfrentar al viejo (tendrá más de ochenta años ahora), que todavía actúa en comedias y ha sido premiado en el condado. Dos hombres viejos van a encontrarse, van a resumir sus vidas en un instante.
Ollie mira a Stan. Tiene los ojos nublados y siente ahora un poco de frío. el sol se levanta cada vez más. las estrellas, que aún brillan, son las mismas que las de aquella noche de 1912, cuando Stan partió de Inglaterra. Stan siente ahora lo mismo que aquel día. Es necesario apostar otra vez por la vida, pero no sabe si alguien querrá aceptar la apuesta de un viejo perdedor.
Stan enciende un cigarrillo, tiene que darse vuelta, dar la espalda al viento para que el fósforo no se apague.
A lo lejos comienzan a sonar las campanas de la iglesia del pueblo. Ollie reconoce antes que Stan el ritmo de los tañidos, la música que tantas veces oyeron en sus películas.
Se han mirado sin hablar. Stan se ha cubierto la cara con las manos. Arroja el cigarrillo al mar. Ollie le da la espalda. Ambos saben que todo final abre la esperanza de un nuevo comienzo.
La música llena el aire.

*de Osvaldo Soriano.
-"Regreso con Ollie" esta incluido en Artistas, locos y criminales. tambien puede leerse este texto algo mas sintetico en Triste, Solitario y Final.


Estación Riachuelo

1*

Mañana cálida de un otoño que parece verano, salgo tempranito para el hospital de gastroenterologia, es mi segundo intento de conseguir la endoscopia. En las veredas ya hay señoras barriendo los fantasmas de la antigua primavera. Ellos corretean dejando un chirrido inquietante sobre las baldosas, se arremolinan de viento huyendo inutilmente de la escoba que los empuja a la pira, a ser humo y pronto silueta invisible en los aires. Las hojas caen como promesas arrugadas, hacen una piel marron sobre la piel cemento de ciudad.
Un hospital público es laberinto extraño para quien llega. La gente golpea todas las puertas, ignora los carteles: no hay turnos, el equipo esta descompuesto, sólo por telefono, no entre, área restringida. Voy a donde me dicen y golpeo por tercera vez: vengo a ver al doctor Oscar, de parte de la doctora Karina, traigo un resumen de historia clínica... el doctor tiene una operación y estará a las 14 o 15 horas, golpeá en la otra puerta, donde dice sector "H", endoscopia baja.
Agradezco a la secretaria y bajo por las escaleras para no ocupar el único ascensor disponible para camillas y sillas de rueda. Son las 9 de la mañana, en verdad quisiera irme y no retornar jamás... ¿qué hago?, ya en la calle camino hacia la avenida Velez Sarsfield, con el sol ante los ojos me ilumino como ante un fogonazo: el inventren¡¡¡ :faltan 3 días y no visite la estación Riachuelo, o al menos lo que queda de ella. Empiezo a caminar hacia la estación Buenos Aires antigua cabecera del ferrocarril Compañia General Buenos Aires, y actual de trenes suburbanos privados.
La estación no debe haber cambiado demasiado desde el 1912, la modestia de sus paredes de madera, sus techos de chapa cambiados hace poco. Empiezo a caminar por la vía, buscando en desvio hacia el Riachuelo, a poco de andar, atras de la cancha de Barracas central la vía ingresa en la vía ancha ( con tercer riel para trocha angosta ) que se dirige hacia la estación Sola de cargas. Hacia el Riachuelo las vías desaparecen entre las casillas y los pasillos estrechos de una villa miseria. No me animo a seguir solo, retorno a la estación. Le explico al diariero, un hombre grande a quien seguro la gente le pregunta las cosas más insolitas, como mi pregunta como hago para seguir el recorrido de las vias si estan construidas casas y casillas de madera, ademas del miedo de ser un extraño allí, digo aunque los peligros estan bien repartidos en esta sociedad injusta hasta en los prejuicios.... El hombre, me contesta, -tiene que ver a Don Tito en la carboneria, o al panadero que vive en la villa, pero el panadero salio a vender en el tren hasta Soldatti y tardara mas de una hora en volver, vealo a Don tito de mi parte.

Don Tito, es un joven sin edad, le brillan los ojitos claros cuando le digo que vengo por algo cercano a los trenes, debe tener al menos 70 años y vive en el fondo de la carboneria en un vagón del ferrocarril Santa Fe, un hermano francés de este ferrocarril, me invita a pasar, el vagon tiene lo justo para un hombre solo, un ambiente para comer y cocinar con una cocina económica que funciona a leña, una mesa enorme que permite desplegar planos y carpetas, más allá un catre, y todo impregnado, saturado de recuerdos ferroviarios, me asombra el estado del vagon de más de 100 años, la madera curva impecable del techo sin signos de humedad. Le explico, quiero llegar hasta la ribera del Riachuelo siguiendo la vía, para escribir algo breve sobre lo que quedo de esa estación de carga y sus talleres donde todo se construia y armaba, locomotoras, vagones, todo...
Don Tito acepta encantado, no sin antes llevarme a ver la joya del ferrocarril en uso hoy mismo, la balanza de pesar carros -hoy camiones-, veo asombrado la precisión de pesas y medidas de 30 toneladas el máximo a un gramo. "La Mulatiere" se llama por su hierro negro, más abajo se lee :
B. TRAYVOU CONSTRUCTEUR.

Caminamos por la vía eludiendo el edificio de la estación y los controles que piden boleto, acaba de entrar un tren y tenemos vía libre por un buen rato. Don Tito es una especie de enciclopedia viviente a la que cuesta seguir en la proliferación de anegdotas, -aca los franceses tenian una fábrica de gas... pues los faroles vió, eran de esos que enciende el guarda uno por uno..
desde el costado de la cancha de futbol de Barracas Central se ve una grua clavada en el pasto, tiene la altura de un tiranosaurio rex y con lógica podría compartir un espacio en algún museo conceptual post moderno. Se oye un silbido, casi como el del afilador, pero mas breve, atras nuestro viene el panadero, con su canasta de mimbre a cuestas.
Don Tito me presenta, el hombre es paraguayo vive en un sector de la villa con otras familias llegadas del Paraguay "hace como 20 años", son toda buena gente, -me dice. a los chorros los fueron limpiando de a poco, la misma gente no los quiere... igual hay de todo, pero nadie se mete con uno y menos de día. vengan , yo voy recorriendo por los pasillos casi hasta llegar a la ribera.
Cruzamos la via del ferrosur a Sola, donde pasa un tren por semana, y entramos en el laberinto.
La verdad es que hasta la calle Iriarte no hay rastros de nada que se parezca a un ferrocarril, ni vías. La calle Iriarte atraviesa el eje de los antiguos galpones del taller, ni vestigios salvo una chimenea de ladrillo y un galpon ferroviario hoy abandonado. Trato de imaginar, mientras escucho el relato de Tito, y me parece ver la alzada de una locomotora negra en los aires, el montaje final con gruas y cadenas, la gente traspirando con las manos y las ropas engrasadas. el trabajo duro que hacia hombre a la gente.
" yo entre de pibe, era auxiliar de instalaciones, estaba cuando cerraron todo, creo que fue en 1952, un poco antes de la muerte de Evita, cargaron todo en vagones, máquinas, locomotoras, herramientas, todas apiladas como chatarras, había una máquina que le permitia girar y agujerear en 360 grados, hermosa, una belleza, se llevaron todo al taller del Midland en Libertad.
Y aquí sólo quedaron los edificios.
Sobre Iriarte hay un paredón blanco, ideal para pintadas del presente, del 2004, hay una que me llama la atención por su extensión, por su pulida redacción, por que lleva firma, en suma es algo realmente inusual:

Globalización:" Esto de la globalización tiene también su costado positivo. El mundo se ha llenado de góndolas y estanterías, atiborradas de cosas, de índole diversa y dudosa utilidad, que nos proporcionan la posibilidad de una alegría. La alegría de no necesitarlas".firmado: Guillermo Heredia. guillermo_heredia@arnet.com.ar

Don Tito y el panadero paraguayo me tienen una infinita paciencia, pues a cada rato abro el cuaderno de viaje y copio u escribo algo, siempre con mi letra mixta que no es imprenta ni cursiva. Entramos a traves del paredon de la calle Iriarte en una segunda villa, esta es increiblemente compacta, con casas de ladrillo hueco sin revocar, algunas con estructura de hormigon y dos plantas, -se nota que son obreros de la construcción -digo.
Aca se arma la cuadrilla completa dice Angel el panadero, la mayoria son bolivianos, no se achican al trabajo contra el sol fuerte, ni a palear el hormigon.
Veo unos fierros desnudos, la estructura de un gran galpon, -aca tenian una usina electrica propia para sus talleres me dice Don Tito, desarmaron varios galpones, pero en este se mato un operario y suspendieron. despues la villa cubrio todo...
Ya casi llegamos a la ribera, son 2 km desde la vía de sola, aquí aparecen las vias antiguas, muy cercanas a las actuales que permiten cruzar el Riachuelo. cruzando dice Angel te vas hacia el Dock Sud, allí si que es un lugar jodido, contaminado por las petroleras y lleno de maleantes con casillas de cada lado de la vía, tal es asi que los maquinistas ruegan que no se abra ninguna puerta al paso de la locomotora pues es tan estrecha la senda que se la llevan puesta.
Pensé algo que no me anime a compartir: tendría que pedir permiso a esta gente para que el Inventren salga el domingo casi noche cruzando silencioso sus habitaciones, rodando por su aire familiar e intimo, pasando más de 50 años despues, cuando muchos de los habitantes del barrio ya perdieron cualquier rastro acerca del ferrocarril de trocha angosta y la estación Riachuelo.
Que dirian?. Me imagino, un representante barrial me pregunta si lo estoy jodiendo, que es eso de un tren literario que pasará sin mover ni el aire de las mejillas entre casas y pasillos hasta empalmar su vía real cerquita de la estación Buenos Aires.
Me despido de Don Tito y de Angel, el panadero. Vuelven, es hora de almorzar, y don Tito le ofrece a Angel comer algo de la parrilla que preparan los muchachos de la carbonería, me invitan les agradezco, otro día, ahora tengo que volver al hospital, es un hermoso día y el barrio no ofrece peligro alguno, ademas recuerdo el camino de regreso y en Iriarte me tomo el 46...

Hecho un último vistazo al Riachuelo, un río muerto que destila nauseas, nada se mueve en esa superficie, no es el 1912 cuando todavía se podían pescar anguilas de rio. 1912: este ferrocarril tenía 1269 km de vía, 111 estaciones funcionando, 332 galpones, 3300 trabajadores. En el muelle, este en el que estoy ahora cerca de unos tablones resquebrajados que dan miedo pisar, los trabajadores descargaban los trenes y cargaban las lanchones de Semorile, Cacciola & Forte hasta el Puerto Madero. Un ferrocarril cerealero. Una estación de carga donde consignatarios multinacionales habian instalado sus oficinas comerciales: Bunge y Born Ltda., Louis Dreyfus y Cía, Molinos Río de la Plata, Nidera, etc. de este lugar, una ruina casi sin señales del pasado, saldrá el 4 a la noche el Inventren, por una vía prestada de 2 km. No me animo a pedir permiso, a pedirles a los vecinos que abran sus puertas y ventanas para dejar pasar una ilusión colectiva.
Vuelvo sin contratiempos, ya son las 2 de la tarde. El calor supera los 30 grados. En el tercer piso del hospital golpeo la puerta correcta, y justo me atiende el doctor Oscar, lee la historia clínica y la carta de su colega, -vení, pasá. -me dice.
-Hoy es tu día de suerte.

*de Eduardo F. Coiro. inventivasocial@hotmail.com

2*-A Martín RéboraLa madrugada, fría y ventosa, se hacía sentir inexpugnable dentro de los sucios talleres ferroviarios. Marcos Reed, camarógrafo free-lance, sabía que aquella misteriosa incursión que planeara este singular productor televisivo, quien ya le consiguiera varias "changuitas", sería algo inusual (filmar las villas miseria cercanas al Dock Sud, ¿a quién se le pudo haber ocurrido?). Pero nada le hacía prever lo que se avecinaba, más allá de la vetusta locomotora diesel, con un potente faro que horadaba la noche.El productor se llamaba Luis Quintana, sus amigos le decían "Droopy" (aquel personaje animado que solían proyectar junto con Tom & Jerry), porque siempre aparecía en todos lados, y era un loco de la guerra. Mucho más que Marcos, lo cual ya era mucho decir. Había conseguido recién un par de días antes -y vaya a saber dónde- el contacto para realizar aquella travesía, únicamente de noche, a fin de realizar las tomas iniciales para una serie de documentales referidos a la marginalidad urbana. El asunto olía un tanto turbio, ya que tampoco quedaba claro a nombre de quién operaba tal ramal, escondido y casi clandestino; pero Marcos no se acobardó por eso. Muy por el contrario, el detalle le daba la incursión un sabor muy excitante. Gastón Robles era el nombre del maquinista, quien puso un par de ineludibles condiciones al momento de partir: que jamás lo enfocaran con la cámara, y que su identidad nunca fuese revelada. "Me juego el laburo, ¿viste?", fue su único y monolítico argumento. Eran pasadas las dos cuando la locomotora se puso en marcha, rumbo a las antiguas refinerías del Dock, rechinando aguda sobre los rieles, cuyo mantenimiento se adivinaba casi nulo. Remolcaba tres vagones, uno cargado y dos vacíos. Marcos y Droopy no quisieron preguntar nada al respecto. Pero al acercarse a los cambios de vías cercanos al Riachuelo, Robles les pidió que se agacharan dentro de la cabina de la locomotora, no fuera cosa que alguien los viera. "¿Quién, a esta hora y con tan poca luz, en este lugar de mierda?", pensó Marcos, pero no emitió opinión. En la semipenumbra, Quintana y Reed alcanzaron a divisar los irregulares emplazamientos del caserío, levantado a la vera misma de la vía, con apenas unos centímetros de distancia entre las precarias paredes de cartón y chapa y el paso de la locomotora, que aunque disminuyese la velocidad, atravesaba aquel corredor conteniendo el aliento. -¿Cómo pueden vivir así? -, llegó a decir Droopy, incapaz de comprender dónde se encontraban. -¿Cómo quiere que vivan? -, respondió Robles, como si la respuesta fuese obvia. -Han ido llegando en oleadas, sin preocuparse por si había lugar para ellos acá o no. Y fueron levantando estas casuchas donde pudieron. Mire, a veces las ponen tan cerca de la vía, que cuando vuelvo cargado, y los vagones se bambolean, más de una vez me llevé puesta una pared y arrastré todo lo que venía atrás.-¿Gente también? -, exclamó Marcos, ahogado por la impresión.-No. Cuando arrastro casillas no. Pero también me ha pasado que de pronto se abra una puerta que da a la vía, y aparezca delante de mí alguna persona. Imaginesé: un viejo, un anciano, que ya no puede orientarse ni siquiera dentro de su propia casa, se levanta de noche, necesita ir al baño, tantea a oscuras las paredes, llega hasta la puerta, abre. Pero resulta que se equivocó. Que la puerta que daba a la letrina común era la otra. Y sale a la vía, a ese pasillito que se forma ahí al costado, en el momento justo en que paso yo. Entonces las luces lo encandilan, y la sorpresa es tan grande que no puede reaccionar, ni amaga a tirarse dentro de la casilla. Y "me lo llevo puesto".-No me joda. -, sonrió Marcos, sin poder creer lo que le cuentan.-Es la pura verdad -, afirmó Robles, mirándolo de costado, un tanto ofendido. -Si quiere le cuento pelotudeces que se cuentan por acá para que pongan en el programa, pero me parece más justo que les diga lo que vivo cada vez que vengo, ¿no?-Seguro, amigazo, seguro -, terció Droopy, palmeándole el hombro a Marcos para que se calle y escuche, sin arruinarle semejante fuente de información.La visión del pasillo a través del parabrisas de la locomotora, encajonando la vía, parecía de película; de terror, por supuesto. La sola posibilidad de que se abriese alguna puerta y alguien apareciera delante de ellos de improviso, a Marcos lo llenaba de espanto. Supuso que podría sentir algo de adrenalina al estar inmerso dentro de algo "clandestino", pero esto superaba cualquier clase de expectativa. De pronto, le pareció que aquel tren nocturno aparecía en medio de la noche como una irrupción infernal, casi de otro mundo, que quizá sirviera como "cuento del Cuco" para asustar a los críos que vivían en aquel lugar y mandarlos a la cama, impregnados por el temor de levantarse en medio de la noche. La idea le hizo sentir escalofríos, pero no por eso dejó de filmar algunas escenas de aquella vía encajonada, quizá para ilustrar los títulos del documental. Una vez que traspusieron aquel villorrio, continuaron la marcha hacia el Dock. Los contraluces de la madrugada resultaban siniestros. Y el viento, cada vez más helado, no ayudaba a que pudiesen sentirse a resguardo del paisaje. El silencio se abatió sobre ellos sin piedad, apenas fragmentado por los sorbidos sobre la bombilla del mate, que circulaba de mano en mano; amargo, por supuesto, y cebado con inusual destreza por Robles, mientras continuaba operando la palanca del acelerador de la locomotora.Finalmente, luego de atravesar un ralo descampado, y oliendo el característico aroma putrefacto del Riachuelo, ingresaron en un ámbito mucho más pesadillesco que el anterior. Las construcciones ya no eran desiguales, sino que parecían armadas por opacos bloques de material, aunque éstos no parecieran ser muy sólidos. Apenas se recortaba alguna torre, último vestigio de las refinerías que solía haber desperdigadas por la zona, antiguo reducto industrial. Las borrosas siluetas estremecían gradualmente a Marcos -imposibilitado de filmar a causa de la escasa luz reinante-, aunque ninguno de los dos se animase a decir nada.-¿Dónde estamos? -, consiguió decir Droopy, venciendo sus recientes temores.-Supongo que para los planos de la Municipalidad esta zona ni siquiera está urbanizada -, comentó Robles. -Los vecinos la llaman "Villa Batería", porque la construyeron como todas, con materiales en desuso. Y como acá hubo una fábrica de baterías eléctricas, los bloques de las casillas son baterías en desuso.Marcos y Droopy se miraron con espanto.-¿Y la contaminación? -, preguntaron al unísono.-¿Qué contaminación? -, repreguntó el maquinista. -Los que viven en este lugar ni siquiera saben que esa palabra existe."¿Sabrán que ellos mismos existen?", se estremeció Marcos. Y la sola idea de imaginar la clase de gente que pudiese vivir en un lugar así, expuesta a los venenos y las radiaciones, desarrollando quizá hasta mutaciones inconcebibles, le generó náuseas. "¿Se sentirán desahuciados, o tampoco sabrán lo que ese concepto signifique?".El panorama resultaba casi dantesco, aunque quizá se mostrase potenciado por la desbordante imaginación de aquellos dos hombres, temerosos de ver aparecer entre los montones apilados de baterías corroídas cualquier silueta que pareciese deformada, hasta incluso teñida de verde y con algún ojo de más.Robles avanzó un centenar de metros más y detuvo la formación, haciendo chirriar los frenos. Delante de ellos se extendían las oscuras y aceitosas aguas del Riachuelo, abundantes en petróleo, carentes de vida alguna. Se hallaban cercanos a la desembocadura en el Río de la Plata; aquella zona era custodiada por la Prefectura Naval. Aquel era el destino final de Robles.-Pueden bajar y trabajar tranquilos -, les informó. -Yo tengo que esperar a que dentro de un rato arribe un cargamento, hacemos el intercambio de mercadería, y nos volvemos por donde vinimos.-¿Cómo lo traen? -, preguntó Marcos, aunque al terminar la frase sabía que había preguntado una obviedad. -En barco -, masculló el maquinista, mirándolo de costado, casi apenado ante su ignorancia.Indagar acerca de la legalidad de aquel cargamento resultaba casi una broma de mal gusto. Droopy le hizo una seña, y ambos descendieron de la cabina, transportando el equipo portátil de filmación, mientras Robles encendía un Particulares.-Estamos en pedo si pensamos hacer alguna toma en este lugar -, le advirtió. -Y más en pedo estamos por haber venido sin chequear en detalle las características del lugar.-Ese es tu trabajo -, se atajó Marcos.-Ya lo sé, pero el Gordo me tenía repodrido con que tenía que traerle algo pronto para elaborar el programa piloto. Ni se me ocurrió que nos íbamos a encontrar con esto.-¿Y por qué no se lo vendemos a alguno de estos tipos que hacen periodismo de investigación?-Porque necesitamos algo más que esto para hacer una denuncia, boludo. Y porque con esa VHS no vamos muy lejos con el anonimato.Marcos miró la cámara que transportaba en la diestra y volvió a preguntarse qué clase de tomas podrían hacer con esa luz, sin quitarle "naturalidad" al paisaje cuando proyectaran los flashes de los focos que cargaba en la mochila. "¿Qué estarán contrabandeando?", se preguntó. Aunque la respuesta tenía el mismo grado de certeza que preguntarse acerca del origen y el destino final del alma humana: cualquier opinión era válida.Hicieron un breve rodeo, sin alejarse demasiado de la locomotora. El lugar les generaba bastante aprensión, casi como si hubiesen penetrado en una casa abandonada, famosa en el discurso de los vecinos por encontrarse embrujada. Utilizaron la escasa luz de un foco de alumbrado para filmar apenas un rincón de esa lúgubre villa, sintiéndose vigilados por ocultos e insomnes ojos. Sabían que cualquier material que llevasen sería descartado de plano en la "isla de edición", pero preferían mantenerse ocupados antes que reconocerse transitando por aquel lugar. Y menos aún pensar que los acechaban los cuatreros.La barcaza arribó a la media hora, piloteada por un marinero hosco y extranjero. Descendieron cuatro hombres, gruesos e inexpresivos, que los miraron con recelo. Marcos apagó la cámara de inmediato, intimidado por aquellas miradas. Pasaron junto a ellos y abrieron las puertas del único vagón cargado. Las cajas en su interior carecían de sellados o carteles, al igual que las que comenzaron a bajar de la barcaza. Robles se sumó a la tarea; quizá también recibiese un porcentaje, aventuró Marcos. Y de pronto, la idea lo asaltó con tal claridad que le resultó la mayor obviedad que pudiese habérsele ocurrido en toda la noche. Sólo faltaba que los misteriosos habitantes de aquel lugar les armaran un piquete con las ruinas de antiguos chasis de automóviles sobre los rieles, para que la escena completa fuese el fiel reflejo de la cruel pauperización a la que los sucesivos gobiernos habían llevado al país. Un sistema carcomido por la corrupción, una población indigente y al borde de la muerte, un horizonte oscuro y sin atisbo alguno de futuro. La sensación de náuseas regresó casi con mayor énfasis.Entonces volvió a encender la cámara, sin que nadie lo notase -ni siquiera Droopy, absorto en el monótono ir y venir de los changarines-, y filmó como al descuido, sin llevarse la cámara al hombro, apenas enfocando desde la cadera, ignorando a ciencia cierta si alguna imagen podría llegar a tomar la película, pero con el corazón desbordante de indignación. Deseoso de testimoniar algo, aunque supiera que no sirviese para nada, salvo para llegar a dormir tranquilo el resto de las noches por venir.

*De Aldima. aldima@uolsinectis.com.ar

3*

Anochece, creo que ya estamos retrasados con el horario de partida, pero hay que acomodar locomotora y vagones en una vía improvisada, Mario y Ernesto han ubicado la locomotora nº 206, rebautizada "Sophostine", llevara un tender con provision de G.N.C como para llegar a Patricios, donde será reemplazada por otra locomotora a vapor, pero esta impulsada a biodiesel.
-Mario, fijate de salir para el lado de Tapiales, que si no vamos a morir al docke y sus petroleras.
-todo bien, Edu, no ves que el Riachuelo esta a nuestras espaldas y yo voy a arrancar siempre para adelante, nunca para atras..¡¡¡¡¡
Dos vagones de pasajeros, un coche comedor y tres vagones de carga general y encomiendas.
El boleto se paga en una maquina expendedora como la de los colectivos, tiene un visor digital que dice "indique su destino", si lo supiera.... -pienso. finalmente, reacciono y pulso una tecla que dice Mirapampa, como es un tren literario el boleto no sale más que un pasaje urbano, deposito 2 pesos y me da el cambio: 65 centavos.
Antes del pitazo del guardo quiero hechar una mirada al libro de visitas donde escriben los pasajeros antes de subir y sentarse, allí leo:

*
Juro que me moría de ganas por bajar. Solamente la prisa que tenía por llegar a La Plata, hizo que desistiera de la tentación. Volvía a mi ciudad desde Plaza Constitución, en una tarde de octubre y casi clavado en el centro de la primavera, el Parque Pereira Iraola, daba la bienvenida al sol que se entremezclaba entre las hojas de los árboles. Lejos de uniformarse parecían cubrir los lados del andén con tantos tonos de verdes distintos que tapaban la escasa pintura de la vieja estación, adormecida y callada. A un lado de las vías, el convento, misterio precioso, con un camino que da justo al viejo portón de la casa en que habitan preciosas criaturas que sirven a Dios. Al otro, el escaso poblado y una entrada casi oculta a la magia de la naturaleza y el disfrutar de un día en el parque. Los pájaros, llenaban el aire con sus trinos y dos niños preciosos, jugaban y charlaban mientras la tarde transcurría. ¿Qué habrán pensado los hombres que construyeron esas vías? ... Me los imagino, con sus herramientas, transpiramos, con los rostros enrojecidos por el sol y soñando con unir puntos cardinales; cansados del duro trabajo, pero deleitándose en pensar en los rostros de los pasajeros y admirando la misma belleza, que me atrapa y me hace imaginar. Casi puedo verlos...chorreando gotas para entrelazar poblaciones, llegar hasta lo que sería la Capital de la provincia y ejerciendo el oficio sostenidamente para que el tiempo pudiera avanzar inexplicablemente con mas prisa.Cada tramo de riel, guarda un recuerdo.Cada recuerdo el carbón encendido de aquellas primeras locomotoras que ayudaron a hacer un país grande. Cada uno de los que consiguieron hacer realidad esas vías son parte del paisaje de otro tiempo, y se acercan al andén cuando el tren pasa, para festejar la hazaña.

* de Moni. Monipas05@aol.com

La luna llena se refleja en el espejo negro del Riachuelo, es una visión imposible de trasmitir la de esa superficie de petroleo brillante que parece revestido de un plástico negro, impermeable, no barro. No inconsciente colectivo que no puede individualizar sus orígenes. Extraña visión la de este Rio en la noche, reflejando todo, la luna, las luces de las calles, los puentes y las sombras. todo en un curso fétido. quieto. Temo ver y vernos en decadas y pérdidas, en dolores sin cierre, reacciono, escucho la campana, me voy, nos vamos. Salió el inventren.

*de Eduardo F. Coiro inventivasocial@hotmail.com

4*
Samuel Berstein llegó al lugar siendo ya hombre, proveniente de Polonia encolumnado en la inmensa colmena de judíos que huían de su tierra devastada y ensangrentada por los nazis.Como todos ellos, tuvo un nùmero de condenado que jamás se borraría de su memoria ni de la piel donde fuera estampado.Recaló en Quilmes en 1946, cuando aún no era la ciudad pujante de hoy sino sólo cabeza de partido, donde las quintas ocupaban grandes parcelas próximas a su centro que comenzaba en la estación de ferrocarril y se extendía a lo largo de seis cuadras por la calle Rivadavia.Antes de la guerra Samuel había trabajado en el campo recogiendo las frutas del verano en importantes plantaciones y aprendido a arreglar los zapatones y las botas de cuero de sus propietarios. Pronto empezó a trabajar en las quintas saltando de una a otra como peón de repuesto según las necesidades de los quinteros.Dos cualidades lo destacaban: era trabajador y callado lo cual lo convertía en un peón rendidor. Cuando el viejo Domingo Miranda murió. Celino Gutiérrez, el encargado, luego de consultarme mandó llamar al judío y lo tomó efectivo.Samuel era delgado, de estatura media, rubio y de ojos azules siempre enturbiados por una profunda tristeza hecha de recuerdos y añoranzas; la añoranza se fijaba mucho más atrás, antes de los nazis, la tortura y el genocidio. Los recuerdos quemaban. Trabajaba de sol a sol y por la tardecita, aseado y con su pena a cuestas iba a sentarse a la estación, siempre en el mismo banco de madera.Disfrutaba viendo llegar el tren tirado por la máquina a vapor rugiendo al encarar el andén.-La campana y la pitada del guarda dándole salida traían a su mente otros trenes con siniestro destino en el tiempo de la guerra-. Muchas veces hacíamos juntos las compras necesarias para el campito. Si bien era hombre de pocas palabras no me molestaba el silencio en su compañía, me había encariñado con el judío ya que era educado, fiel y agradecido.La cercanía de la primavera trajo las lluvias. Una semana llovió. Samuel y Celino compartieron entonces la pieza, el mate y la caña. Yo me sumaba a ellos para acortar la velada. Para Celino los días eran largos y tediosos no así para Samuel empeñado en fabricarse un par de botas. Una de esas noches en que la conversación era poca y la melancolía mucha, nos prendimos a lacaña; creo que fue el alcohol lo que le soltó la lengua.Animado, Gutiérrez preguntó al peón:-¿Te casaste alguna vez?-Durante la guerra nadie se casa...nadie piensa en el futuro...No hay futuro. Pero yo ya estaba casado y tenía un hijo.-¿Qué fue de ellos?-Los alemanes los mataron...Ella se llamaba Hanna, el niño Isaac... Los dos tenían los ojos verdes.-¿No tenés más familia?-No, todos murieron.Y dio por finalizada la plática volviendo a su tarea de zapatero.Cuando cesó la lluvia, las botas quedaron terminadas. Todos admiramos su habilidad.A la mañana siguiente volvimos a los sembrados. Componer lo que el viento y el agua dañaran demandó varios días. Recién el sábado peón y encargado se engalanaron para ir a la estación; me invitaron y fui con ellos. El judío estrenó sus botas marrones y relucientes.La tarde era tibia y el sol calentaba lindo. Había mucha gente esperando el tren para Constitución en el andén de enfrente; ocupamos el banco de siempre y estiramos las piernas...Pasado un momento Gutiérrez tocó el brazo de su compañero al tiempo que ledecía:-Che, Ruso, mirá que linda piba...El Ruso no lo escuchó. Su atención estaba puesta en un muchacho que limpiaba el andén con agua y acaroína; lo miraba fijamente a los ojos que atraían por su color verde y sus pestañas muy claras.-Buen chico... murmuró abstraído.En ese momento el jovencito, nuevo en su trabajo, levantó el balde, se echó el escobillón al hombro y se dirigió a cruzar las vías por el portoncito del alambrado que las separaba.Samuel fue el primero en ver el tren que se acercaba a toda marcha . De un salto estuvo de pie. Su grito resonó en el eco.-¡Isaac!!!...¡Isaquitoooo!!!...Cuidadooo, el tren!...El muchacho, ante la advertencia, se detuvo asustado pero él resbaló con sus botas nuevas en el piso aún mojado cayendo de espaldas con las piernas colgando fuera del andén.Entonces fue Gutiérrez quien gritó:-¡Rusoooo!!!!!Fue tarde.Cuando el rápido a La Plata terminó de pasar, las botas marrones con las piernas dentro, rodaban por las vías...
*"El Judio y las botas", de Fanny Garbini Téllez. fannyte@ciudad.com.ar

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