ESTACIÓN ORTIZ DE ROZAS.


Inventren








ENTONCES LOS TRENES*





*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar





Cuando los tiempos eran perfectos existieron los trenes.

La estación tenía las tejas rojas, la galería techada sobre el piso de lajas

oscuras y yendo hacia el sector de las cargas un ancho camino de granza roja

que crujía bajos los pesados botines que usaban los empleados del

Ferrocarril.

La construcción era copiada de las facturas inglesas, es decir: aireadas,

altas y seguras en todo sentido.

Los ingleses -como los alemanes- llevan el confort en las casas que levantan

en cualquier lugar del planeta, según comenta mi hermano, y es fácil

constatar. Gran parte de la vida social del pueblo pasaba por allí. Cuántos

noviazgos de entonces comenzaron en los momentos febriles en que la ansiedad

y el estrépito no dejaban tiempo a la razón y abría un sendero ancho a los

sueños.

Los minutos previos a la llegada del tren convertían ese minúsculo reducto

en una metáfora que representaba la efusión de la vida, que simplemente daba

vueltas, en un carrousel de sueños, angustia y deseo, pero sobre todo en la

carcaza de una presunta alegría.

En los minutos previos al arribo del tren todo era conmoción y movimiento.

El que siempre llegaba primero era Pepe Faravelli, el cartero. Montado en

una pesada bicicleta italiana, de anchas llantas que ruidosamente

interrumpían sobre la granza delatora, cruzada en banderola, una gran

cartera de cuero crudo para transportar la correspondencia, su uniforme del

correo argentino de entonces -azul oscuro en invierno (de lana) y color

crema (caqui se le decía) y de lino en verano- silbando sus tangos, eran una

marca perfecta, previsible y esperada antes de la llegada del tren. Porque

en la oficina de correo tenían un telégrafo que avisaba la hora exacta de

llegada. Y no pocas veces el tren se retrasaba motivo por el cual veíamos

ese inmenso reloj bajo la galería como un adorno. La hora exacta de llegada

la daba Pepe, el cartero, ya que dos minutos antes, sin desmontar de su

bicicleta, subía el veredón alto por una rampa que daba parte a la plazoleta

y frenaba con un pie calzado en grandes zapatones de suela de goma.

Había que asomarse entonces al borde del andén y espiar, apostando cuando

veíamos el humo y calcular dónde se encontraba. Si venía de Rosario: el

"Puente de la vía" y si lo hacía de Río Cuarto, ya en "La Portada", era

perfectamente visible. Antes no, porque lo tapaba la hondonada que hacía el

cañadón del campo de los Luppi.

Los que éramos mirones habituales nos saludábamos con una seña

imperceptible, casi como una secta de iniciados. Saludar efusivamente a

alguien, incluso iniciar una conversación con él, era signo de que el otro

venía a esperar un pasajero, tal vez un ignoto pariente.

Las caras más habituales las tengo en la memoria, otros rostros se me

escapan y otros, sencillamente los he olvidado.

Pero todos, quien más quien menos, bromeábamos con Juan Cúcaro, empleado del

Ferrocarril Bartolomé Mitre, como se bautizó al ex Central Argentino, luego

de la nacionalización en gobierno del primer peronismo. Cúcaro -por lo que

recuerdo- vivía allí mismo en un pequeño cuartucho cuya ventana daba a las

vías y era el encargado de las cargas. Cúcaro solía repetir "el trabajo

dignifica", y yo nunca supe si lo decía en serio o en broma, dado el tono de

ironía que siempre ponía en su voz.

En esos pocos minutos en que el tren se detenía en la antigua estación de

entonces, la nerviosa vida bullía, se concentraba alrededor de ese edificio

estrictamente inglés en el corazón de la llanura que también llamaban "pampa

gringa". Esos pocos momentos donde el pueblo se despertaba como un saurio

dormido: vendedores de helados, fleteros diversos, jóvenes en busca de caras

flamantes para soñar esa noche, curiosos de toda laya, y en fin, toda esa

densa inquietud que sacudía la modorra en que esa población aletargada y

fijada al duro trabajo bullía por breves minutos.

En todos los pueblos de llanura la gente iba a las estaciones a ver pasar

los trenes. Sin embargo los que siempre viajaban coincidían en que en este

pueblo de mi infancia la gente concurría ansiosa en gran cantidad para ver

llegar y partir los trenes sin que se supieran los motivos reales de tal

afición.

Indagué a muchos mayores sobre esta inclinación ferroviaria de mis

copoblanos y obtuve diversas argumentaciones, hasta una que no desecho, pero

tampoco tomo demasiado en serio.

Según esta fuente, que me reservo, todo habría comenzado en los años 20 del

siglo pasado con la instalación de dos prostíbulos, popularmente conocidos

como "El Queco grande" y "El Queco chico", y que estaba en un rincón del

pueblo, apenas separado por una calle polvorienta por donde nadie pasaba,

salvo claro está, los ocasionales clientes, o algún peón de estancia que

enfilaba su oscuro hacia su lugar de trabajo.

Cada dos o tres meses venían prostitutas nuevas ( que un eufemismo piadoso

llamaba "pupilas" y nunca supe por qué) que reemplazaban a las que estaban.

Entonces toda la población femenina se volcaba a la estación donde las

esperaba un "coche de alquiler", como se llamaba a los pocos taxis que

había. Allí la "madama", o encargada del establecimiento las retiraba y sin

dejarla hablar con nadie, directamente las trasladaba al prostíbulo.

Tal la exótica versión que alguna vez me dio una persona mayor para

justificar esa tradición de "ir al tren", como se decía vulgarmente a ese

paseo a la estación del ferrocarril en mi pueblo de entonces. Tal teoría

nunca fue por mí compartida, pero me parece leal comentarla.

De todos modos, a mí esta costumbre me sirvió para sostener uno de mis

primeros sueños y que fue partir hacia otros lugares, conocer nuevas caras,

estudiar, y pulsar el nervioso existir de otras realidades.

Y también motivó un pequeño sueño hoy casi olvidado: el rostro bello e

impasible de aquella niña que tenía un lunar en la mejilla y que todos los

lunes me sonreía desde una ventanilla furtiva, para luego perderse en la

llanura infinita sin que yo supiera su nombre o cruzara con ella una palabra

siquiera y que hoy es como el símbolo de la fugacidad de la vida.











ESTACIÓN ORTIZ DE ROZAS.











Mi vida contigo *







"Eres mi ciudad y mi montaña.

En ti he nacido, y en ti me he perdido..."





Cuán espesa es la ciudad.





Aún cuando se diluye con lluvias

Cuesta trabajo tragarla.





La vieja estación ferroviaria,

Ortiz de Rozas,

Me lo dice:

Aún no has logrado olvidarla...





Pero es espesa y áspera,

¿Cómo lograrlo?





Las ciudades las hay de dos tipos:

Las que se mezclan contigo

Y las que te escupen.





Ambas son una,

Para que dentro de ellas

Nunca podamos hallarnos.





La vieja estación del Midland,

Ortiz de Rozas,

Bien claro lo dice:

Aún no logramos dejarla...





Pero son tantas

Y en tantos momentos,

¿Cómo habré de lograrlo?





Ciudades como la nuestra,

Desafortunadamente,

Las hay varias:

Con gente durmiendo en las calles,

Con niños impregnados de orines

Pidiendo dinero...





Y cuesta trabajo mirarlas.

Se atoran entre los párpados

Como astillas de vidrio,

Provocan que sangre la piel

Y respirarlas conduce

A un desgarre profundo de tráquea.





La impávida estación

Ortiz de Rozas,

Por eso no vuelve...





¿Cómo lograr evitarlo,

Si aún no he podido olvidarte?





¿A dónde habré de correr,

Si me alejo de ti?





*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com













ORTIZ DE ROZAS*





La mujer ya no era joven. Últimamente le parecía que ya nadie era joven,

que los amigos, los vecinos, los parientes, todos habían ido deslizándose

junto con ella por una cinta que los había dejado así, arrugados,

desplanchados, desteñidos, como esos pantalones de trabajo que se van

gastando irremediablemente, salpicados y con alguna que otra recosida para

remendar lo que ya no da más de si.

La ventanilla no deparaba sorpresas. Tras los campos y los postes

alguna casita, alguien trabajando el campo, el cielo. A veces miraba el

paisaje, a veces se miraba a sí misma etérea en el vidrio sucio, un reflejo

de alguien con la mano sosteniendo la cara, el cabello claro, los ojos

mirando sus propios ojos sobre el sinfín de la llanura.

Otra parada. El tren se detuvo y leyó el cartel "Ortiz de Rozas". Le

molestó la zeta. Y la repetición de la zeta en los dos apellidos le sugirió

la posibilidad de que la segunda fuese un error, pero no, no creo, se dijo.

El cartel era antiguo, alguien lo hubiese corregido. Es raro, se dijo, es

raro pero es así.

La próxima estación era la suya. Bueno, falta poco. Pero después de

diez minutos y de que no observase pasajeros subiendo o descendiendo, se

preparó para la noticia de que algún desperfecto había detenido el tren.

Esperó un rato. Miró por la ventanilla. Allá cerca de la locomotora se

veía gente en el andén. Bueno, la ocasión de estirar las piernas, la

posibilidad de enterarse de lo sucedido. Comenzó a pasar de vagón en vagón

hacia el frente, pero luego decidió hacer el camino por afuera, para recibir

un poco del último sol de la tarde. El último sol pone pelirrojos a los

árboles, estira las sombras, hace que el cielo se transforme en una

escenografía.

Algunos hombres estaban reunidos a la altura de la locomotora. Hablaban

entre ellos y uno había encendido un cigarrillo. Cuando ya estaba cerca, un

muchacho de campera negra escupió en el suelo. Estuvo a punto de regresar,

pero se dijo que toda la vida había escapado ante los gestos desagradables y

hoy no. Eso, hoy no. Con los brazos cruzados siguió caminando despacio hasta

que pudo ver que en el suelo, en el centro del círculo de hombres, había una

vieja motoneta caída de lado, y un hombre con gorra sentado con las piernas

abiertas que miraba fijamente sus propias manos. No decía nada.

La mujer se acercó al grupo y preguntó que qué es lo que había pasado,

pero los hombres la ignoraron. Su voz era suave, era vieja, era mujer. Los

hombres ignoran a las mujeres viejas de voces débiles.

Con las mejillas encendidas volvió a preguntar, "Qué pasó". Uno de los

hombres giró un poco el cuerpo y la miró desde arriba pero no se molestó en

contestarle. El joven de campera negra volvió a escupir.

La mujer sintió que se arrebolaba y a la vez una ira avasallante y una

avasallante vergüenza.

"Me caí" dijo el hombre de la motocicleta. Después la miró.

"No vi el tren, me asusté cuando noté que lo tenía cerca, y me caí"

Dijo el hombre que era viejo, que tenía ojos puros y que la miraba. Hacía

mucho que nadie la miraba. Ella pensó que este hombre en el suelo la estaba

mirando, pensó que le había contestado, notó que él la miraba con la cara

abierta como la de un niño que despierta en medio de la noche y vuelve el

rostro hallando el de su madre.

"Sana sana colita de rana" pensó ella. Increíblemente, dijo "sana sana

colita de rana" y los dos rieron.

El grupo de hombres no se dio cuenta de que se había partido una

montaña, no notó que el cielo se rasgaba, no escuchó caer las piedras de la

torre que se derretía en estrépito. El grupo de hombres no hizo ningún

comentario, simplemente levantaron la motocicleta y lo ayudaron a ponerse de

pie.

Era alto, desgarbado, los pantalones le quedaban un centímetro más

cortos de lo que debiesen. Ella le arregló un poco el gabán, y mientras se

subía a la motocicleta le preguntó que por qué las dos zetas en el nombre de

la estación.

Él no sabía.





*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com











*





Sigo esperando el tren

lo peor es no saber de donde vienen

los inviernos

no soy esa que teje mientras él visita puertos

el recital de Maná no me inspiraría nunca





...





me pregunto que espero

a veces

como para destejer desencuentros

teje y desteje

teje y desteje

sentada

aburrida

ni siquiera ve la nieve







*****



sin embargo sé que algo espero

late el tren

el cimiento

tirantes

maquinista y tiempo

debe ser el invierno





*****



abrazos abiertos

que solo juntan viento

tiembla la distancia

se arrodilla el silencio

nada que un vodka no enfrie aun mas

porque lo cruel es tener el presentimiento

de que algo espero





*De Maria Florencia Tous. florencia.tous@hotmail.com













Unas vidas sin vuelo ni canto*





El criadero de gallinas queda a unos 300 metros de la estación Ortiz de

Rozas. Cuando se viene viajando ya a lo lejos se distinguen los enormes

galpones. En Ortiz de Rozas hay poco para ver más allá de la estación: casas

dispersas, un almacén de campo donde se puede conseguir casi de todo. Y la

granja.

Este criadero es una parte en la división de trabajo de la gran industria.

De la gran fábrica traen los pequeños pollitos. Aquí se le cortan los picos

a los pollitos para que no se lastimen entre sí. Se les administran vacunas,

Vitaminas, un alimento balanceado especial para el engorde. Permanecen bajo

estos galpones donde no hay diferencia entre la noche y el día hasta que

tienen el peso suficiente para ser sacrificados y refrigerados.

Desde que trabajo en el criadero pude vivenciar de cerca lo que es el

sufrimiento animal. Hasta deje de comer pollo industrializado.





Al principio el piar de las aves era enloquecedor, después a fuerza de

costumbre y necesidad fuí transformando ese ruido que llegaba desde los

galpones en un sonido lejano del mar. El mar yendo y viniendo. Golpeando la

indiferencia eterna de las arenas.



El horario de trabajo es de 7 a 19 horas. El nuevo ferrocarril Midland es

rápido y puntual. Mi casa queda a casi dos horas de viaje en tren. Con 16

horas fuera de casa es lógico que mi casa funcione como dormitorio. Ni

siquiera cocino de lunes a sábado. Al mediodía tengo media hora para el

almuerzo, salgo a caminar para ver el sol hasta el barcito de la estación,

como. Cuando regreso del trabajo voy a la casa de comidas y compro la cena

de ese día. Los lunes llevo canelones o ravioles, el martes estofado, los

miércoles porciones de tarta, el jueves milanesas con papas fritas. Los

viernes son de empanadas o pizza. Los sábados a la noche el menú puede

variar según si voy a cenar en soledad o viene María José a quedarse hasta

el domingo a la noche en casa. El domingo es el único día que en los hechos

dispongo para tener "una vida". La frase se la debo a María José, cuando la

conocí en su trabajo me impacto cuando la oí decir "además de esto, tengo

una vida". Enseguida sentí el deseo de ser parte de su vida. Lo logré.

Las horas de viaje en tren me espacio para compartir charla con conocidos o

leer o simplemente entregarme a la compañía de ese alter o mellizo que es la

voz interna que acompaña a cada cual en su viaje extendido por la vida.

A veces son estallidos de imágenes internas las que veo. Durante un tiempo

no podía dejar de ver la imagen de mi padre -ya anciano- picando cascotes

debajo del nogal que el mismo plantó.

En uno de los viajes hice amistad con el arquitecto Jerome Ricardo Klepka

que viajaba hacia la estación Corbett, donde tenía el encargo de la obra de

reconstrucción de la estación y su entorno con una enorme libertad para

intervenir en todo el proyecto con su visión de artista.

En uno de los viajes compartidos me recomendó la lectura de "Donde mejor

canta un pájaro" de Alejandro Jodorowsky, que le resultó iluminador para

pensar la historia de su vida. Klepka era hijo de un inmigrante polaco que

llegó a la Argentina -al igual que mi padre italiano- después de la segunda

guerra mundial. Su padre nunca quiso volver a su patria y si le preguntaban

tenía una respuesta invariable: "Polonia es dolor". Una persona puede tener

muchas conversaciones con otra pero alguna queda imborrable en la memoria,

ocurrió cuando Jerome dijo: un día de mí vida se encontraron la imagen de mi

padre en sus momentos de sufrimiento y la descripción del Cristo sangrante,

crucificado, derrotado, que cuestiona tan bien Jodorowsky en su libro. Si

hay algo a los que los seres humanos deberíamos temer es a estar derrotados

en la vida.



Cuando el arquitecto terminó su obra en Corbett no volví a verlo.





***



Hace unos días que mis noches están atravesadas por sueños raros.

En uno de ellos hablaba con Pablo -gerente creativo y mi jefe-. Pablo es

inflexible con sus empleados. Aunque lo diga de modos diferentes, su mensaje

es siempre el mismo: "problema tuyo". Es un hombre frontón, su trabajo es

que las cosas marchen sin que nadie le lleve problemas y si alguien le lleva

problemas los devuelve. Sin embargo, Pablo era extrañamente contemplativo

conmigo.

Me sorprendí cuando oí mi voz diciendo "No tengo nada más que hacer aquí".

Ahí me desperté.



A la mañana siguiente mientras viajaba en tren leí ese aviso clasificado.

Sentí un sobresalto inexplicable. Hace días que voy al trabajo con una

sensación de angustia sin palabras. Hasta recorté el aviso:



"Sereno para criadero de gallinas. Horario de 7 a 19 horas. Hasta 55 años.

Presentarse en granja MaxiRozas. Estación Ortiz de Rozas. FC Midland"





*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com















VERDADES REVELADAS*





Todos los días mirando a los otros incorporaba sus reacciones y sus

respuestas le permitió asimilar realidades de vida.

Ahora tenía tiempo, estaba sola y abarcaba el egoísmo y el desinterés de

todos hacia su persona.

El decir ¡BASTA! le dio la pauta, siempre habían estado a su lado como

pájaros o gallinas que la rodeaban porque les daba de comer.





*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar













"El Tipo"*





El tipo se me quedó ahí.. adentro

como en un estado latente,

de otra dimensión... aprisionado

con una edad bastante menor a la mía



y una angustia que amenaza con devorarlo.





Se quedó ahí y me acecha

lo siento desconcertarse frente al espejo

cuando no encuentra reflejado su rostro

"no soy ese" repite, "no soy ese!!"

"porqué envejecés así!!"



Pero lo peor sucede cuando te percibe

cuando mi memoria dibuja de un trazo de tu risa

o tu voz me sube al oido desde una estrofa,

entonces es como si quisiera tomar el control

"llamala, levantate y llamala!!" me grita





Las pastillas lo aplacan,lo amansan

y sólo se tiende a lo largo de mi mente

reiterando imágenes, paisajes que te traen

y te vuelven a llevar acompasadamente





Pero a veces logra desbordar mis controles

y te ofrece canciones, o te escribe correos

tiñiendo de nostalgias mis tardes de oficina;

reacciono como un carcelero insensible,

lo desdigo y vuelvo a encerrarlo





Lo dejo agotar su furia pidiendo que se le pase

todo tiene que pasar alguna vez, lo sé

como esa hermosa juventud repentina

con la que me bendeciste estos meses

y ahora me rasguña las telas del alma

queriendo entrar y quedarse, para siempre.





*De Victor G.Turquet victurquet@yahoo.com.ar















A La buena de Dios*







La sala de espera de la estación está desierta y sucia, como de costumbre.

El guarda de trenes Carlos Ruiz entra con andar pesado y se sienta en uno de

los ajados bancos de madera. La vida le pesa sobre cada centímetro de su

cuerpo, como si la presión atmosférica a su alrededor hubiese aumentado de

manera inexplicable desde hace ya varios días. Ni siquiera él puede

identificar lo que le pasa. Sabe que es algo denso, que lo atormenta desde

hace un tiempo, experimentando el insomnio por primera vez

en su vida; pero no mucho más. ¿Será esta inusual falta de actividad

ferroviaria? Hace varios días que no circula ninguna formación.

Oye unos rumores en el andén y alza la vista, que yacía clavada en

el suelo. Una extraña figura lo sorprende, con un miedo repentino y fugaz,

recortándose contra el vano de la puerta de la sala de espera. Se halla

montado en una bicicleta, luciendo unos pantaloncitos y una remera de manga

corta muy ajustados y de colores chillones, además de unas diminutas

antiparras y un oblongo casco azul muy particular. Vestimenta que sólo

volverá a contemplar -azorado, al recordar este preciso hecho ocurrido en la

estación- dentro de unos quince años, cuando sus sobrinos la vistan

orgullosos para correr en la pista de concreto del circuito K.D.T.

El recién llegado espía hacia dentro, buscando encontrar a alguien,

y sonríe al descubrirlo. Se levanta las antiparras con ambas manos,

revelando un rostro fresco y muy joven.

-Disculpe, Jefe -, le pregunta, afable. -¿Por dónde me aconseja ir

para llegar hasta la estación de Morea?

Ruíz duda al escuchar esa voz que pareciera llegarle desde muy

lejos, pero un momento después se incorpora, acercándose con paso cansino

hasta la puerta, observando al extraño de cerca.

-Son unos cuantos kilómetros. ¿Le parece que podrá llegar?

-¡Claro, hombre! Por eso le pregunto. Además, quiero hacer

ejercicio.

-Mire, puede salir por allá -, y emerge hacia el andén, extendiendo

uno de sus brazos hacia el extremo más apartado de la estación. -Siga

siempre paralelo a la vía.. O mejor, tome directamente por la vía. A unos

tres kilómetros se va a encontrar con una curva cerrada, después tendrá que

sortear el puente donde cruza la ruta 40 y las vías del Provincial. En

cuanto baje del puente, retome el camino, el resto es puro campo, hasta que

llegue, a unos siete kilómetros, al empalme Ingeniero De Madrid.

-¿Está seguro de que vaya por la vía?

-Ya casi no circulan los trenes -, y se sorprende de poder confesar

esto en voz alta, como si un nudo en la garganta le hubiese obstruido la

respiración durante días. -El de las 7:52 se canceló. De la formación de las

9:07 no tenemos noticias. Para serle franco, parecen haber cancelado todo

desde el fin de semana. Tampoco hay maniobras programadas, así que. ¿Qué

quiere que le diga?

-¿Y la distancia total hasta Morea, por las vías, de cuánto es?

-Mire -, calcula Ruíz. -Debe tener unos... 40 o 45 kilómetros, más

o menos.

-Muy bien. ¡Muchas gracias!

El extraño de la bicicleta, embutido en su ridículo atuendo, le

vuelve a sonreír mientras se acomoda las antiparras, y se aleja pedaleando,

perdiéndose a lo lejos. Ruíz se estremece, como si algo inusual lo hubiese

rozado; algo inexplicable, hasta casi peligroso. Pero es sólo un momento; la

depresión vuelve a ganarlo muy pronto.

Los trenes se han detenido. ¿Qué habrá pasado? Y aunque llega a pensar lo

peor, su mente intenta divagar hacia cualquier lado, evitando lo

impostergable. El silencio, apenas perturbado por el piar de los pájaros,

vuelve a amortajarlo.

Hasta que otra figura se asoma por la puerta, esta vez decidida, como si

fuese su propia casa.

-¡Don Carlos! ¿Qué anda haciendo por acá?

Es Jesús Corrado, el sociólogo renegado, que harto ya de leer a Marx,

Durheim y Heidegger, decidió canalizar su antigua pasión por los

trenes -además de acercarse a los reales problemas del pueblo, sin caer en

el discurso de barricada de la "Jotapé" o de la izquierda más ortodoxa, tan

en boga en estos tiempos-, y se conchabó como señalero hace un par de años.

Ruíz apenas esboza una sonrisa aletargada. No llega a decidirse si la

presencia de Corrado es una bendición divina para ahuyentar a sus fantasmas,

o si preferiría quedarse solo, sin ganas de hablar con nadie.

-Creo que todavía queda algo de yerba. ¿Por qué no calienta la pava y ceba

unos mates, Jesús?

-Tiene razón, Don Carlos. Parece que no queda mucho más por hacer.

-Seguir esperando, capaz, ..a que avisen desde Puente Alsina. Pero,.. ¿para

qué? -. Hace una pausa, negándose a pronunciar las fatídicas palabras que,

ahora lo sabe, no lo dejan dormir. -Si pareciera que nos han abandonado a la

buena de Dios.

Corrado se aleja en silencio. La pava se calienta. El mate es ensillado. El

ex-sociólogo regresa junto a su compañero y ceba sin decir mucho, apenas un

comentario al pasar. Las palabras escasean, como si decir algo fuese tan

inoportuno como las frases pronunciadas junto al cajón del muerto, ahogados

por las coronas de flores, en medio de un velorio. La sala de espera se

torna inmensa, sucia, deshabitada. El tiempo se derrama con una pereza

exasperante. Las horas se vuelven exactamente iguales unas a las otras.

Corrado llega a pensar, con cierto ánimo fatalista, que parecen haber sido

tragados por una fuerza desconocida, como en esa serie de TV que a veces ha

visto, "El túnel del tiempo", y ahora reposen en un limbo temporal donde

quizá en vano aguarden por el milagroso resurgir de la campanilla del

teléfono, anunciando la continuación del servicio ferroviario del ramal

Puente Alsina - Carhue, perteneciente al FF.CC. Midland, de trocha angosta,

y ese sólo sonido los preserve, en un único segundo, de la muerte.

Entonces, casi a la hora de la siesta, cuando el mate ha sido ensillado ya

varias veces, y ambos hombres parecen querer levantarse para echarse una

siesta fingida, que jamás les permitirá cerrar los ojos, el inusual timbre

de una bicicleta resuena sobre el concreto del andén.

Ambos se ponen de pie de un salto, con las miradas iluminadas, respirando un

aire diferente. Se asoman a la puerta, y ven a un cadete del Ferrocarril que

se apea del vehículo y les pregunta:

-¿El Jefe de Estación, se encuentra?

-No. Está de licencia -, alcanza a mascullar Ruíz.

-Bueno, firme Ud. Es lo mismo -, responde el cadete, extendiéndole una

planilla con una lapicera, y hurgando en una bolsa que lleva colgada del

hombro.

Cuando Ruíz le devuelve el comprobante, el muchacho le extiende un telegrama

lacrado, saluda con un gesto de cabeza, y se aleja rápidamente. De seguro,

tendrá otros destinos ferroviarios que atender, antes de que anochezca.

El guarda abre el envío, ante la curiosa mirada del señalero. El mensaje es

escueto:



"CIERRE RAMAL PUNTO

JUNTAR HERRAMIENTAS PUNTO

CERRAR ESTACIÓN ORTIZ DE ROZAS PUNTO

PONER CANDADOS OFICINAS PUNTO

PRESENTARSE ESTACIÓN PUENTE ALSINA PUNTO

COBRO DE HABERES PUNTO

CINCO DE JULIO 1977"



-Tiene fecha de hoy.-, balbucea Corrado, sin darle crédito a sus ojos.

-No -, lo corrige Ruíz, al borde del llanto. -Es de ayer.





*De ALDIMA. licaldima@yahoo.com.ar













ESTACIÓN DE LOS ECLIPSES DE AGUA*





"Y ya no sé si a ti te estoy mirando, o si contemplo el cielo"

VICENTE GAOS







La espuma desborda por el lecho.

Esta pasión por el río y la piedra es la misma.

No, no es el mismo Río. Pero muerde la pasión.: ay

Imposible desnudar la luna de metal

Esta piedra que Sísifo lleva. Es la misma.

Una y otra vez. No es el mismo camino. No.

Imposible limpiar la hulla que deja el agravio.



Una lluvia de hollín cubre recodos, esquina y rincones.

Y ella aquí, hurgando basurales.

No, no es el mismo basural.

Imposible acortar los pasos del hambre.



El hambre es el mismo.

Es el mismo dolor. La misma estaca.

Ella, misma. No lo es ni lo será .Nunca.

La espuma, otra espuma, la misma.

Quema como odio hirviente.

Y no hay lluvias. Ni nidos. Ni pájaros.



Las cicatrices denuncian que la luna es el quinto satélite.

Pero tiene cuatro fases y metal hirviente.

Y penetra, penetra en todos los espacios libres.

Y hay eclipses que borran hasta las mismas sombras.

Y la luna no es la misma luna. Ni él, el cielo.

No, no hay lugar entonces.

No hay lugar para él, el mismo, otro.

Territorio primigenio de los desamparos.

De los desamparos. y los desamparados.



La espuma cubre las cuatro estaciones de su luna.





*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar









***





Inventren Próximas estaciones:



ARAUJO.

-Por Ferrocarril Midland-





BLAS DURAÑONA.

-Por Ferrocarril Provincial-



-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar

http://inventren.blogspot.com/





Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue

un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente

Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.





-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:





BAUDRIX. EMITA. INDACOCHEA. LA RICA.



SAN SEBASTIÁN. J.J. ALMEYRA. INGENIERO WILLIAMS.



GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.



PLOMER. KM. 55. ELÍAS ROMERO.



KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.



LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.



ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.



MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.



KM 12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.



VILLA FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.



PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.







-las estaciones por venir en el ferrocarril Provincial:





BLAS DURAÑONA. LUCAS MONTEVERDE. EMILIANO REYNOSO.



SALADILLO NORTE. GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.



JOSE RAMÓN SOJO. ÁLVAREZ DE TOLEDO. POLVAREDAS.



JUAN ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.



FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.



ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.



ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.



GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.



D. SÁEZ. J. R. MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.



ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA.



ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.





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escrito. los escritos recibidos no tienen fecha cierta de publicación, y se

editan bajo ejes temáticos creados por el editor.



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en Inventiva Social no implica refrendar dichos, datos ni juicios de valor

emitidos.



La protección de los derechos de autor, o resguardo del copyrigt de cada

obra queda a cargo de cada autor.



Inventiva social recopila y edita para su difusión virtual textos literarias

que cada colaborador desea compartir.

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recibidas.



Respuesta a preguntas frecuentes



Que es Inventiva Social ?

Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.



Cuales son sus contenidos ?

Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y

noticias que se publican en los medios de comunicación.



Cuales son los ejes de la propuesta?

Proponer el intercambio sensible desde la literatura.

Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.



Es gratuito publicar ?

En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de

cada escrito es un intercambio de libertades entre escritor y editor. cada

escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo

ni formato.



Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?

Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de

trabajo del editor.



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