ESTACIÓN GONZÁLEZ RISOS
*
Pasé la
tarde
con mi
hija
mirando pasar
los trenes.
Había en sus
ojos
una fe
minuciosa
frente a la
vía desierta.
Cuando
temblaba
el
viejo
entablado de
madera,
me tomaba la
mano
en un pacto
de espera.
EL
TREN PASÓ TARDE*
El tren pasó
tarde esta tarde y casi de largo, como si tuviera miedo a perder la
vida.
Su calendario
es siempre el mismo, fechas y horarios justos.
A veces
parece un comensal de tiempos y distancias subido a esa mesa de metales
paralelos.
Nunca se sabe
quién lo conduce, tampoco quiénes viajan, ni siquiera si son buenos o
malos.
Abre sus
pequeñas bocas laterales y come y digiere hombres y mujeres a la vez, sin
importar su edad.
El tren se
mete en el tiempo, recta y curvamente, el mismo tiempo que tardan en regresar
las estaciones del año, el mismo tiempo que ve nacer y morir
personas.
El tren se
alimenta de tiempo, de personas en los andenes, de los suicidas que no pueden
más con el tiempo y la vida.
A veces,
tengo la sensación que el tren se ríe, otras que llora y otras que parece
cansado.
Hay trenes
vacíos en algún lugar del mundo.
Me dan pena
los trenes vacíos, solos, aburridos, sucios, abandonados al sol y la lluvia, a
los yuyos, al óxido mortal de sus bulones.
A veces
pienso en los trenes y la liviandad de los pájaros en cada
movimiento.
Sé que hay
trenes vacíos en algún lugar del mundo y no sé cómo
ayudarlos.
*De Antonio Cali.
Puerto
Madryn.
El
ajuar*
Vivíamos en
las inmediaciones de la estación González Risos, del Midland de Buenos, Aires, a
unos 18 km al norte de Navarro, población que solíamos visitar para disfrutar de
su laguna. Mi padre era trabajador ferroviario, viajaba en el tren y solía
ausentarse por algunos días. Nosotras lo acompañábamos a la estación y lo
despedíamos cada vez, como si fuera la última. Extendíamos los pañuelos y
actuábamos como si nuestra despedida, hubiese sido una dramática escena de
película. Madre nos tomaba de la mano y regresábamos a casa entre risas y
canciones. Luego lo cotidiano volvía a la normalidad. Cuando sucedió lo del
asalto todavía, si realizábamos cualquier suma o resta, para ayudarnos contar,
necesitábamos esconder los dedos debajo de la mesa. Recuerdo. Madre hacía un
lugarcito en uno de los extremos y extendía un mantel bordado por ella misma
antes de servirnos la merienda. Como era parte del ajuar de bodas, sobre uno de
los bordes lucían, las iniciales de mis padres, enmarcadas en un corazón. Mamá
era muy afecta a las novelas y encendía la radio siempre a la misma hora.
Imagino, antes de casarse, ubicándola junto a los bordados y mientras escuchaba,
sus manos tan delicadas como la tela, esmerándose en la perfección del trabajo.
Cruzando hilos celestes y lilas, rosados y verdes. Cuando enfermábamos, abría
ceremoniosamente la caja forrada en seda y extraía la toallita para el médico.
Tan impoluta y hermosa, como si nunca se hubiese usado. Para que el facultativo,
la apoyara sobre nuestra espalda y verificara el funcionamiento de los pulmones,
la desplegaba amorosamente sobre la almohada,. Era todo lo que había podido
conservar del desgaste de los años, la toalla y el mantel para el té. Cuando
entraron los ladrones mamá, estiraba la masa de los fideos del domingo Era una
noche de invierno fría y los leños ardían en el hogar. Esperábamos a papá. Nos
hicieron acercar a la pared y comenzaron a registrar los muebles, guardándose lo
que les parecía valioso. No había mucho que robar y se pusieron inquietos.
Comenzaron a presionarla para que buscara las reservas que supuestamente
ocultaba. Le brotaron lágrimas de los ojos y cuando negó poseer objetos de
valor, joyas o dinero, uno de los hombres se dispuso a romper la cinta que
cerraba la caja del ajuar. Fue en ese momento en que mamá se exasperó, tomó el
palote de amasar y comenzó a dárselos en la cabeza. Ante semejante acceso de
ira, soltaron, el primero la bolsa con lo que pretendían llevar y el segundo la
preciosura forrada en seda. Al ver movimientos extraños, los vecinos habían
alertado a la policía y mi padre irrumpió en la casa. Al mantelito lo heredó mi
hermana y cuando nacieron mis hijos, también ceremoniosamente, me regaló la
toalla. La vida no fue tan romántica ni decorativa para ninguno de nosotros pero
ella, siguió manteniendo el orgullo de su ajuar de bodas, hasta el último día de
su vida.
Villa
Gesell
*
Afuera el
amor cae de los árboles.
Se precipita
en la calles,
insurrecto
corre.
Corre las
maratones de alba,
Afuera el
amor cae de los árboles,
cae en
globos
en hojas
rebeldes que esperaron al verano,
en la piedra
arrojada por un pibe.
Afuera el
amor cae de los árboles
tilos,
sauces, olmos y eucaliptos
entregan sus
aromas y texturas al habitante escapista.
De calle en
calle
cuerpo en
cuerpo
mano en
mano
oliendo y
sudando bocas.
Adentro el
amor en tus ojos
sueña el
sueño
etéreo de tu
cuerpo
Dudando*
Está justo
detrás de mí, al fondo del vagón. Ha cambiado su ubicación habitual y ahora
estoy obligado a girar la cabeza de una manera un tanto ridícula. Sólo espero
que ella no se de cuenta de que la observo. Hoy quería acercarme a decirle algo,
pero... ¡está tan lejos!
Mañana sin
falta la abordo y entablaré conversación con ella.
Mientras ella
baja del vagón mira de reojo a aquel chico con el que se encuentra desde hace
dos años cada mañana. En muchas ocasiones ha tenido la sensación de que iba a
dirigirle la palabra, pero no ha sido así. Bien es cierto que se ha encontrado
con su mirada en muchas ocasiones, pero nunca se ha acercado. Quizás debería ser
un poco más coqueta, quizás debería insinuarse de alguna
forma.
Mañana será
el día en que se decida, de mañana no pasa...
*
Nací en un
pueblo
con
río
y una
estación
de
trenes,
por
donde
viajan los
vientos
Pueblo
atrapado
entre
vías,
sin
salidas,
sin
regresos.
Tristeza
de andén
cansado
que se te
instala
en los
huesos.
Rumbo
al horizonte estrellado*
La Estación
González Risos, se ha convertido desde hace tiempo en escenario de lo
paranormal. O mejor habría que decir: el lugar físico donde esta estación,
otrora propiedad del ferrocarril Midland, se hallaba emplazada. Ya que la
construcción, las señales, hasta el tendido de las vías, han desaparecido de la
noche a la mañana, quizá para siempre.
Ocurrió que
Don Tobías Mureño, peón encargado del puesto "Las araucarias", denunció en la
comisaría del pueblo, hace ya unos meses, haber visto unas luces extrañas por la
zona donde se encontraba la estación.
Dichas luces,
según el hombre, brillaban en el cielo con gran intensidad, mucho más que la de
la luna llena, y se desplazaban a gran velocidad a través de la noche. La
denuncia quedó en ascuas, ya que la credibilidad del testigo fue puesta en duda
desde el inicio, teniendo en cuenta su proclive tendencia a la
bebida.
Un segundo
comentario llegó a la cantina del pueblo, antigua pulpería campestre, donde José
Arrueda, labriego de ley, hombre recto y padre de familia, admitió haber visto,
por la luz que lo alumbra y la vida de sus propios hijos, no sólo esas luces
brillantes de las que se mofaron los oficiales de la Bonaerense, sino también la
presencia de personas extrañas en torno a las ruinas de la estación. A pesar del
inicial desinterés de la concurrencia, Arrueda describió a estas personas como
de
estatura muy
baja, de contextura delgada, y con unas cabezas prominentes y puntudas. No faltó
el gracioso que lo tildó de haberse insolado por
pasarse
tantas horas
con la espalda curvada sobre el surco de la huerta.
En medio de
un coro de risas y burlas inmerecidas, Arrueda se alejó de la cantina y ya no
volvió más. A nadie se le ocurrió que su testimonio
podría ser de
ayuda en una posterior investigación. Y por más que después se lo buscó para que
atestiguara, José Arrueda parecía haberse extinguido de
la
misma manera
que la estación desaparecida. Algunos dijeron que, incapaz de soportar el
escarnio de los vecinos, avergonzado por sus dichos, se
había
marchado con
su familia a probar suerte en otra provincia. Otros, hasta llegaron a arriesgar
que su contacto con aquellos seres podía ser
sospechoso,
como si formara parte de la Gran Familia Misteriosa, oriunda del resbaladizo
terreno de Lo Oculto; pero quienes afirmaban esto ya
estaban
demasiado
bebidos como para que su testimonio fuera tomado
seriamente.
Hasta que Don
Esteban Irigoyen, hacendado del lugar, afirmó en una reunión de la Sociedad
Rural de Navarro haber visto, mientras recorría sus
campos,
huellas
extrañas en las inmediaciones de la estación, lindante con sus cultivos
cerealeros, hoy semi inundados. En el escaso terreno elevado que
se
había
preservado del avance de las aguas, Don Irigoyen pudo apreciar marcas oscuras de
aspecto circular, distribuidas en el lugar a
distancias
extremadamente
regulares, como si una enorme máquina se hubiera posado en las inmediaciones, y
el terreno hubiese sido sometido a temperaturas en
extremo
elevadas, calcinando la tierra y los pastizales. Nadie podía dudar de la palabra
de Don Irigoyen, por lo que ese mismo día se organizó una partida para acercarse
a la ruinosa construcción e investigar el asunto.
Lamentablemente,
esa misma tarde arreció la tormenta que se venía descargando sobre la zona desde
hacía ya varios días, y la densa precipitación elevó el nivel de las aguas, por
lo que las supuestas marcas quedaron veladas bajo una oscura capa de
inundación.
El relato del
avistamiento de luces extrañas se mantuvo durante un par de semanas, manifestado
por parte de los lugareños como así también por los
camioneros o
fugaces automovilistas que se detenían en la estación de servicio situada a la
vera de la ruta provincial, y comentaban con extrañeza lo ocurrido. Muy pronto
circuló la versión en el pueblo, algunos pocos reconsideraron las burlas
proferidas tiempo atrás hacia Don Tobías Mureño o -sobre todo- José Arrueda, y
como no podía ser de otra forma, llegaron los medios televisivos, oliendo el
escándalo como la abeja al polen.
Hasta allí
llegó Damián De Brito, animador estrella de la TV, aún vapuleado por la opinión
pública ante el estrepitoso fracaso acaecido junto a la antigua estación Enrique
Fynn. El pueblo se conmocionó durante días, invadido por la frivolidad, y los
opinadores poblaron las pantallas de TV, transmitiendo desde el mismo lugar de
los hechos, afirmando que los OVNIS -porque no cabía duda que se trataba de una
visita extraterrestre- se acercaban a la zona en busca de agua potable para
alimentar sus naves. Y si había algo que abundaba en la zona, era agua
estancada. Aunque no tan pestilente como los personajes que se acercaron al
pueblo munidos de sus respectivas cámaras de video.
Precavido,
descollando toda su personalidad pero reservándose el derecho de corroborar
cualquier información que pudiera hundirlo en el descrédito, Damián De Brito
recogía datos de los pobladores, grabador en mano, ideando posibles notas para
transmitir en su propio bloque del programa. Hasta que, desbordado por los
recurrentes comentarios, decidió que la mejor opción era crear algo por su
cuenta, como había sido su costumbre; para ello, debía pernoctar en el lugar de
los hechos, a fin de inspirarse. A diferencia de la experiencia anterior en
Enrique Fynn, decidió ir solo, sin el equipo del canal, apenas llevando una
cámara manual y su grabador, escabulléndose del hotel en medio de la noche a la
manera de un anónimo ladrón de gallinas.
Al arribar al
lugar, con los faros del auto apagados, notó que aquel espectáculo referido por
tantos testigos -presenciales o no- era cierto.
Tres o cuatro
luces giraban sobre los restos de la estación ferroviaria, a la manera de
luminosas bochitas de Árbol de Navidad, describiendo giros regulares. Damián,
con cierta precaución, aunque anonadado ante su primer avistamiento, apagó el
motor del auto y comenzó a filmar la escena a través de la ventanilla, rogando
que la película de alta sensibilidad que consiguiera encontrar en el móvil del
canal no estuviese vencida ni en mal estado.
Hasta que por
fin, luego de unos minutos de monótona navegación aérea, las luces se reunieron
en un solo punto en el cenit de la ruinosa estación, conformando una misma
esencia, revelando la inconfundible silueta de una nave espacial, o como suelen
decir los legos, un "plato volador". De Brito profirió un grito de júbilo, sin
apartar el ojo del visor de su camarita, mientras continuaba filmando,
imaginando las mayores posibilidades de satisfacción ante el supuesto rédito que
podría extraer del material.
Entonces, del
vientre de la nave emergió un potente haz de luz que cubrió la totalidad de la
estación, así como el derruido cartel con el nombre de González Risos, algunas
señales ferroviarias que aún se mantenían en pie, y los restos de las vías que
no había sido cubiertos por las aguas. De Brito contuvo la respiración, a punto
de aullar de alegría, cuando de pronto la camarita dejó de
filmar.
-¡La reputa
madre que los parió! -vociferó. -¡Estas pilas de
mierda!
Pero no eran
las pilas, porque quiso grabar el relato de lo que allí ocurría, y su grabador
tampoco funcionaba. Miró la hora en el tablero del auto: el reloj digital se
había apagado. Su propio reloj de pulsera estaba detenido. El teléfono celular
había perdido la señal. Quiso darle encendido al coche, en un desesperado
intento por huir de allí, pero el motor se negó a responder. De Brito, de
pronto, se sintió completamente solo, y lo que es peor,
aterrado.
La potencia
del rayo lumínico del OVNI aumentó considerablemente, generando un molesto
sonido de estática en el ambiente, así como una momentánea ceguera en De Brito a
causa del brillo. Y de pronto, aunque el conductor estrella -aunque de imagen
devaluada- de lo paranormal hubiera escuchado hablar de las abducciones de
personas por parte de los extraterrestres, jamás hubiese pensado que algo así
podría suceder. Hasta llegó a pensar si no habría abusado de las pastillas de
éxtasis en la Creamfields, la gigantesca "rave" a la que acudiera en el pasado
fin de semana.
El rayo hizo
vibrar a la estación, la extrajo de raíz entre sus cimentos, la elevó en el
aire, y se la tragó completa, junto al cartel, las señales y los fragmentos de
vía, como si se llevara de paseo un fragmento del paisaje ferroviario, una
especia de maqueta en tamaño natural de la tecnología
humana.
Una vez
desaparecida la estación dentro del vientre del OVNI, el rayo se extinguió, la
nave volvió a fragmentarse en varias luces que se agitaron en círculos
concéntricos en medio de la noche, y un segundo después desaparecieron a una
velocidad imposible rumbo al horizonte estrellado.
La camarita
se encendió sola y continuó filmando, los números del reloj digital parpadearon
en el tablero del auto, se oyó la señal del teléfono celular al ser recuperada,
pero la atención conciente de Damián De Brito estaba muy lejos de
allí.
Tal vez,
fuera el momento de dedicarse a otra cosa.
Desear
amor es desearlo todo*
Ya me
acostumbré a deambular por los vagones. Los recorro mirando a esa gente que
dormita o come. Veo a una mujer descargando el mate por la ventanilla, y me digo
que la yerba está irremediablemente perdida, que se fue para siempre, siento una
extraña sensación de ausencia y de algo indefinible, esa yerba arrojada para
toda la eternidad, sin ceremonia, sin despedida. Una ventanilla que se abre, el
salto fatal. Me alejo con una náusea entre las
manos.
En el
siguiente vagón dos hombres hablan fuerte. El de ojos claros intenta convencer
al alto de alguna cosa. No me ven. Me pregunto qué
dirán.
Llegan frases
aisladas, la conversación se me pierde como la yerba. Estoy inmóvil, las cosas
suceden a mí alrededor. El mismo tren es algo que sucede sin mi
compromiso.
Sigo
caminando.
La yerba y
los hombres quedan a mis espaldas. Estoy sola.
Hallar el
vagón de cineclub es un retorno. Sigo sin rostro ni voz, pero acaso que esto sea
físico, que la obscuridad me borre, es tranquilizador. Si no existo, al menos no
existo en la negrura que me devora.
La pantalla
iluminada me presta el resplandor para ocupar mi sitio, siempre el mismo aunque
el vagón cambie.
Reconozco
"Sweet Charity" allí adelante. La prostituta ingenua se deja engañar por el
novio, vive su ilusión de ser amada, se deja engañar, desea y propicia la
mentira que le otorgue un respiro a la
desesperación.
Está tan sola
con su ropita y su cara mal maquillada. Lloro. La veo tan preparada para
regalarse, tan deseosa de hacer feliz a cualquier hombre que le preste los ojos
y las manos un momento. Qué frágil esta mujercita alegre toda imposibilidad, si
tiene marcado, tatuado, el fracaso.
A pesar de
que sepa el final, hasta el último momento pienso que el hombre común que se
equivoca, que cree que es una mujer decente y ordinaria, cuando se entere de su
pasado la va a aceptar igual. Si no ocurre en la vida real, debiese ocurrir en
el cine.
Y las
coreografías de Bob Fosse son deliciosamente vitales. Dicen con el cuerpo, y lo
que dicen se expresa sin fisuras, en bloque. Música, canto, baile, el desenlace
inevitable de la fatalidad agazapada.
La prostituta
es una buena persona, el novio es una buena persona. Sin embargo el hombre no
podrá hacer otra cosa que destrozarla, para que no sufra. ¿Cómo condenarla a un
futuro en el que por fuerza habrá de reprocharle suciedades? La va a
abandonar.
Ella sólo
desea amor. Pobrecita, no sabe aún y a pesar de su experiencia que la palabra
"sólo" en esa frase no cuadra. Desear amor es desearlo
todo.
Me voy antes
de que finalice la película. Sé que habrá una sonrisa final, una esperanza
forzada, la sugerencia de que la vida sigue y que quizás. Pero la yerba
desechada continuará su vida, también, junto a las vías, integrándose lentamente
a la gramilla, desapareciendo de sí y del mundo.
*
Amor;
exiliada de tu estación
me doy
cuenta
que hay en mi
costado
un
vacío
que
duele.
***
Próxima
estación para escribir por Ferrocarril Provincial:
JOSE
RAMÓN SOJO.
ÁLVAREZ
DE TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN
ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN
SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR
OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D.
SÁEZ. J. R. MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN
ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
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estación para escribir por Ferrocarril Midland:
PARADA
KM 79
ENRIQUE
FYNN. PLOMER.
KM.
55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38.
MARINOS
DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO
GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA
SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM
12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA
FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE
ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
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