PARADA KM 79
*Coche Motor
CMU 2794 del Ferrocarril Midland.
-Foto de
Miguel Angel Pignataro. Fuente:
Revista Todo Trenes
N°40.
PARADA
KM 79*
De estación
en estación, y todas las estaciones vacías, y todas con lluvia, y todas con este
olor a campo y algunos papeles mojados en los andenes. El campo apenas adivinado
detrás de las ventanillas que no cierran bien y dejan entrar el frío, las gotas
de agua en el vidrio que tiemblan y trazan recorridos
oblicuos.
Y yo,
finalmente, yo en este tren que se mueve irremediablemente hacia adelante y más
adelante, y a medida que las estaciones se suceden se va acercando a mi
apeadero, en donde detendré el viaje que para el tren continúa más y más allá,
siempre más adelante y más lejos en esta noche
interminable.
El viaje como
una continuidad, un largo camino de aquí hasta allá, y yo que no voy de aquí
hasta allá sino que me bajo antes, en un intersticio, yo que detengo mi viaje en
este tren que va a continuar sin variar casi el peso, sin extrañarme. Yo que voy
descontando paradas, un latido en falso en cada estación, un retorcijón en el
vientre cada vez que tacho en el espacio otro nombre que me acerca a
destino.
Llueve,
siento humedad en el aire, abrigo mojado, pelo húmedo, ronquidos desde otro
vagón. El paisaje que se va, que queda atrás, y más atrás, y fuera de alcance.
No hay luna. No hay cielo hoy, sólo una negrura espesa y una lluvia
inevitable.
Lluvia,
lluvia y trenes, y estaciones. Y una mujer sola en un vagón con el abrigo húmedo
y una sola maleta y la mano apretada contra la boca cerrada sobre los dientes
apretados. Yo.
Ya casi,
falta poco. Tomo mi maleta para tener algo en la mano, para convencerme de que
es cierto que me voy a bajar. Me convenzo tomando la maleta y arreglándome un
poco el peinado arruinado por la lluvia. Me aferro a mi maleta porque si esto no
es un sueño el tren va a detenerse y en vez de seguir sentada en un viaje
infinito me voy a bajar. Me voy a poner de pie con mi maleta, voy a llegar hasta
la puerta, voy a bajar al andén y voy a encontrarme con Pedro después de esta
larga, larguísima semana.
Va a estar
ahí esperándome, ya nos pusimos de acuerdo. Con las manos en los bolsillos,
seguramente. Terminando un cigarrillo o mirándome de frente con los brazos
cruzados. Va a estar ahí esta noche, nos vamos a subir al auto, vamos a llegar a
casa y no sé si vamos a decir algo. No lo sé.
Siento ya su
cuerpo sentado al lado del mío en el automóvil, la sensación del tapizado del
asiento, mis ojos fijos en el rosario que cuelga del espejito para no mirarlo a
él, silencioso, a mi lado.
Ya me imagino
en casa, dejando la culpable maleta en el ropero, metiéndonos rápido en la cama
para dormir al menos unas horas hasta que suene el despertador. Veo el desayuno
con el mate y yo otra vez usando las pantuflas y el pullover rojo que quedó en
el ropero.
Otra
estación, ya casi. Si fuese de día seguramente podría comenzar a reconocer
parajes y alguna casita rodeada de árboles. Pero no veo nada. Nada de
nada.
Mamá me dijo
que una se casa para siempre y que los hombres tienen sus cosas y que la mujer
tiene que aprender a manejarlos. Y dijo mamá que cada esposa con su esposo y
cada carancho a su rancho y que la vida es esto y no cuentitos de princesas y
zapatos de cristal. Le dio vergüenza que yo haya escapado de mi matrimonio y
haya vuelto al pueblo. Se reía con las vecinas pero a mí me congeló con los ojos
fríos cuando me abrió la puerta. Ella habló con Pedro por teléfono y que si, que
claro, que me mandaba de vuelta que las cosas se arreglan entre marido y mujer y
basta de pavadas.
Es la próxima
ahora, Pedro con las manos en los bolsillos seguro, y elevo el cuello de la
campera que no me tapa el moretón pero lo subo igual, no quiero que Pedro vea el
moretón que es como acusarlo y recordar que me
escapé.
Ahora sí, en
medio de estaciones y estaciones y estaciones está la parada en el kilómetro 79,
ni nombre tiene mi parada, es apenas un intersticio por donde me voy a caer para
siempre para siempre. Y me veo desapareciendo por ese hueco entre campos, esa
grieta entre paredes. Me veo alejándome con Pedro y el rosario colgando y el
color azulado en mi cara que ya no se ve porque se aleja. Se aleja de este tren
que acaba de detenerse.
Me pongo de
pie, tomo la maleta, me subo de nuevo el cuello del abrigo y camino hasta la
puerta del vagón. Estoy caminando en sueños, lo sé. No siento el suelo duro bajo
los pies ni el olor ni los sonidos ni siento mi propio cuerpo. Esto ocurre
despacio y de forma borrosa. Alguien camina con una maleta y es mujer y se
acerca a una puerta del vagón de un tren detenido en una casi estación para
dejarla junto a un casi hombre para que vaya a un casi
hogar.
Me quedo. Me
quedo y el miedo desborda, rompe, me hace transpirar en una oleada roja de
pánico salvaje. Aprieto la manija de mi maleta. Me
quedo.
Cuando el
tren vuelve a ponerse en movimiento y se sacude, y después se empieza a apurar y
al fin corre sobre sus rieles brillantes de lluvia yo, una mujer con una maleta,
me pongo a alisar los pocos billetes que tengo en el bolsillo, me acomodo en el
asiento e, infinitamente desamparada, sola, sin saber cuál será el futuro,
duermo en una calma de feroz alegría.
PARADA
KM 79
*
Dónde
termina mi viaje? En la nada. Pero aún así, debe tener
sentido.
En
las mañanas rebusco en mis bolsillos esa miguita que le da vida a la vida.
Hambre.
MOEBIANA*
Para
verificar que venía siguiéndome, ensayé itinerarios imposibles. Así, ejecutamos
con precisión idénticos vaivenes, idénticas elipses, recortes y tirabuzones.
Recorrimos extraños vericuetos, laberintos y desiertos. Inventamos rutas,
estaciones y nombres de ciudades.
Como
era previsible, nos perdimos; y lo que es peor: Después de tantas vueltas
inútiles ya ni siquiera sabemos quién es el perseguido y quién el perseguidor,
ni qué motivó esta situación, ni adónde nos
dirigimos.
- Publicó
“El alba sin espejos”
DECIR*
Yo te podría
decir que para ser feliz
ya no me es
necesario esto ni aquello.
Esto como tu
risa, tu canto,
tu cabellera
suelta al viento
y pasos que
sin prisa no dejan de correr.
Aquello como
mutuas caricias, el amor hecho,
y el
despertar unidos por un beso.
Podría
decirte más:
que nunca
estás en lo que pienso
o que me
gustas más en los recuerdos
que en tu
hoy olvidadizo.
Te podría
decir, sin sonrojarme:
no te
miento.
EXODO
I*
En mi casa
pueblo han
hecho nido
los adioses,
aleteos de
pájaros sombríos
desdibujan al
sol en una aureola gris.
Se han
marchado todos. Los hombres, los pájaros, el río.
Los árboles
en desdichada sed, con su alma de niño,
sin
preguntas, los siguen.
En mi casa
pueblo anidan en escombros
herencias del
ayer.
Algunas
flores quedan sobre las tumbas quietas
Abonadas por
el polvo de los que no se van
porque se
fueron.
En mi casa
pueblo ya no queda nadie.
Solo las
calles, largas avenidas de lamentos.
Allá, a lo
lejos, donde acaban los sueños,
El viento,
piadoso, desliza sobre el pueblo
la señal de
la cruz.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com
La
Ciudad*
En sueños vi
una ciudad,
una
metrópolis interminable,
basta, una
edificación enorme,
que me
aplastaba todos los sentidos,
dilatándose
hasta un confín insospechado,
fundiéndose
con los bruscos colores del ocaso.
Un día
impreciso estuve de pie allí,
mirando hacia
la imprecisa ciudad,
dos niños
torturaban un globo azul,
y abandoné
por un momento el sol.
Una ciudad
colapsada y terriblemente densa,
una ciudad
que ya era una y mil ciudades,
la obra
babilónica yaciendo en sombras
como todas
las orbes del mundo,
debajo de
todas sus torres,
y con todos
sus errores.
Fugaces
reencuentros*
Nostálgicas
presencias
que a veces
sin ser convocadas
vienen a
turbar la muerta rutina.
Son como
instantáneas.
Aparecen de
pronto ante nosotros
tras la
cortina gris de una tormenta
al otro lado
de un voraz incendio
en la fila
del hipermercado
o allende los
cristales de un acuario.
Y tratamos de
asir desesperadamente
la esencia
del recuerdo que despiertan,
el reflejo
sutil de la memoria.
Mas al abrir
los ojos
el paisaje ha
cambiado.
Nada es ya lo
que fue.
Las queridas
presencias
se alejan
como sombras hacia otros territorios
en los que
acaso sea posible la palabra.
Más tarde,
entre las sábanas,
seguiremos
buscando la llave del enigma.
Pero el
pasado no vuelve para nadie.
- Publicó
“El alba sin espejos”
KM
79 *
Siempre le
pasaba lo mismo, y a decir verdad, ya estaba un poquito harta de la situación en
general: de la indecisión masculina, y de su propia insatisfacción. De nada le
servía emperifollarse, tirarse el placard encima y acicalarse con los mejores
perfumes, resaltando su ya de por sí impactante belleza física, si al final los
hombres que le gustaban no le daban ni la hora. Se cargaba sobre los hombros a
una interminable serie de pesados y babosos que no la dejaban en paz, que
proclamaban groserías a su paso, o que con todos juntos -como una versión
criolla y femenina del Dr. Víctor Frankenstein- no conseguiría armar uno solo
que valiera la pena.
Como cada
mañana, tomaba el remozado tren de trocha angosta rumbo a su trabajo, donde se
desempeñaba como selectora de personal de una importante empresa mayorista de
perfumerías, eligiendo entre cientos de postulantes los mejores perfiles para
designar promotoras, vendedoras, encargadas de sucursal… Y como cada mañana, se
exponía a las miradas de los demás; en especial, esas miradas masculinas que la
desnudaban impunemente a la distancia, fantaseando en aplicar con ella la más
sofisticada galería de perversiones, pero que jamás osarían acercarse, al menos
no de una manera galante, como a ella le gustaría que la abordasen,
transmitiéndole un afecto verdadero, más allá de cualquier insolencia –con las
que sus admiradores se resguardaban de una posible reacción de conformidad
seductora de su parte-.
“Manga de
cagones”, solía pensar ella, volviéndose a mirar en ese espejito de mano que
consultaba varias veces al día, comprobando que no se le hubiera corrido el
maquillaje –Revlon, obviamente-. “Ellos se lo
pierden”.
Pero nunca
descansaba, aunque se sintiese continuamente defraudada por el sexo opuesto. Y
aunque por la noche despotricara telefónicamente con sus amigas, izando en alto
la inevitable frase “ya no hay hombres”, a la mañana siguiente volvía a
convertirse en la hermosa y elegante profesional que acude a su trabajo en tren,
con el consabida ejercicio cotidiano de espantar a los bichos que se le
acercaran en busca de una supuesta miel que muy pocos habían tenido el placer de
degustar.
Sentada del
lado del pasillo, en un vagón bastante lleno, sentía posarse sobre su cuerpo las
miradas masculinas que habían conseguido divisarla en el andén. A su lado, el
sexagenario dormitaba con el diario entre sus manos, sin prestarle la mínima
atención. Un par de adolescentes, engalanadas con ropa informal de marcas caras,
conversaban y reían estridentes, desplegando su natural explosión hormonal, para
que las registrase todo el pasaje. Ella, que no se había levantado con el mejor
humor –luego de una infinita noche de insomnio, sintiéndose vacía y sola-, las
miraba con atención y suspiraba. ¡Quién pudiera volver a tener 18 años, pujantes
y despreocupados! Con esa energía ilimitada, esa ansiedad por devorarse el
mundo, un lozana juventud que a esa edad siempre parecía eterna… Volvió a
suspirar, sumiéndose en sí misma, olvidando el clásico jueguito histérico que
cada mañana desplegara en su trayecto al trabajo. Una creciente melancolía
comenzó a embargarla a pasos agigantados.
¿Cuántas
veces fantaseó con tener el cuerpo que luciera hace más de 15 años? Siempre
había sido una mujer bonita, pero la consistencia de sus músculos y la tersura
de su piel habían ido desvaneciéndose con el cruel transcurso del tiempo. No es
que se mirase al espejo y descubriese a una vieja en su lugar, pero ya no se
sentía la inquieta jovencita que alguna vez había sido, hermosa pero inexperta,
cautivadora de las miradas desde siempre.
Apeló por
enésima vez al espejito de mano. El maquillaje resaltaba sus mejores virtudes,
pero también ocultaba las pequeñas imperfecciones faciales, esas malditas
arruguitas que una vez aparecidas jamás la abandonarían. ¿Quién podría sentirse
lacerada en su autoestima con semejante porte, con esa figura de una hermosura
avasallante, que dejaba boquiabierto a más de uno? Ella. Se sentía tan
disconforme con esos diminutos detalles que cualquier ostentación de sus curvas
nada podía hacer al respecto.
Inmersa en
tales pensamientos, apenas registró la manito que pasaba a su lado y le dejaba
con un leve aleteo sobre el antebrazo una estampita de la Virgen Desatanudos y
un calendario con la colorida efigie de un osito infantil que proclamaba “Te
quiero mucho”. Alzó la vista y alcanzó a ver el perfil de una niñita de cabello
hirsuto y mejillas sucias que se alejaba a los tumbos entre la gente, como si no
hubiese nadie alrededor, como si toda esa gente adulta que la rodeaba no
existiese y sólo atravesase un bosque poblado de maniquíes
inanimados.
Su mirada se
alejó por el pasillo, siguiendo esa cabecita que se bamboleaba a un lado y el
otro, eludiendo siluetas de pie. A su ya de por sí creciente melancolía se sumó
una nueva inquietud, que ya le carcomiera el corazón desde hacía tiempo, y se
presentó de improviso en una sola pregunta: “¿Cómo sería ser
mamá?”
Durante años
había sentido que los hombres se le acercaban a fin de conseguir pasar un buen
momento, satisfacer sus ansias sexuales, y luego deshacerse en huecas y vanas
promesas de reencuentro que jamás se concretaban. Pocos eran los que deseaban
mantener el contacto con ella, pero en su fuero más íntimo no sentía que
pudiesen reunir las condiciones que ella buscaba para conformar una pareja
estable, que la contuviera, que le brindase todo su amor de manera contundente,
que la siguiese amando luego de haberse acostado juntos, que pudiera eternizar
el momento del amor más allá de la pasión. Y esa falta, ese vacío casi
existencial, la sumía en el mayor de los abismos. Necesitaba del otro, más no
sólo de su mirada. Demandaba el afecto, la presencia, el calor de ese otro que
la hiciera sentir querida, además de convertirla en una verdadera
mujer.
Sus deseos de
perenne belleza parecieron extinguirse dentro del emergente ensueño de una panza
redonda y lozana; por sobre todas las cosas: viva. El fruto del amor que le
brindase un hombre de verdad, alguien con los huevos bien puestos, que se jugase
por entero al estar junto a ella en todo momento. La emoción amenazó con
desbordarse a través de sus párpados entrecerrados. “Voy a quedar con la cara a
la miseria”, pensó, al tiempo que manoteaba el espejito y se enjugaba las
primeras lágrimas con un pañuelo de papel.
De pronto,
sintió a su lado nuevamente la presencia de la niñita, retirando con aire
ausente los calendarios y estampitas. El aire desaliñado de aquella carita,
arrasada por el desamor, la llenó de una congoja inenarrable. Y sin pensarlo
siquiera, sin amagar acaso a abrir la cartera y ofrecerle algunas monedas a
cambio casi de nada, estiró su mano y le aferró un bracito, gesto frente al cual
la niñita reaccionó volviendo la cabeza violentamente hacia ella, a la espera de
algún inesperado peligro, quizá evocando en un solo segundo los golpes y
maltratos recibidos al final del día, cuando llegaba el momento de volver a casa
y entregar las monedas recibidas, que la mayor parte de las veces escaseaban
–más no así el dolor-.
Ella esbozó
una amplia sonrisa, forzada a causa de las lágrimas, pero intensa desde lo más
profundo de su corazón, y sin decirle una palabra, la acercó hacia ella con
infinita ternura, apoyó su mano libre sobre uno de los hombros de la niñita, y
le besó la frente. La pequeña, con un rostro signado por la indiferencia,
sorprendida pero sin emitir expresión de cariño alguna, parpadeó perpleja y
permaneció inmóvil, sin intenciones de alejarse, más curiosa que asustada,
contemplando a esa hermosa mujer cuyo rostro acicalado se veía surcado por
gruesas e incontenibles lágrimas, que estropeaban sin piedad esa elaborada capa
de maquillaje.
Y por primera
vez en mucho tiempo, a aquella elegante y eficiente selectora de personal nada
le importó menos que las miradas de los demás.
A
mi niña niña *
En un largo
aliento llego del destierro
sobornando
silencios.
Soñé que me
llamabas.
Te oí muy
lejos... tan pequeña tu voz.
Mi angustia
fue abriéndose paso
en un bosque
de estrellas.
Y te encontré
en aquel ciruelo tan blanco
que asomado a
la tapia, refugiaba la infancia.
La mirada,
extraviada.
Pido tu
perdón por los sueños
que no pude
cumplirte
y a veces
reclamabas.
¿Sabes lo que
es ser pájaro en jaula?
A veces
dolían las alas. De no volar dolían.
De pensarte
dormida esperando
sin tener
hilados para deshacer
que
alimentaran tu esperanza.
Estoy de
regreso mi niña.
No he
conquistado ni Itaca
ni
nada.
Es más, nunca
me he ido.
Siempre te
llevé conmigo.
Abrazo -
fruto - edredón - poema - abrigo...
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BEGUERIE.
FUNKE.
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ESTACIÓN
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OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D.
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ARANA.
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***
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ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
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SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM
12. LA SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA
FIORITO. VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE
ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
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