KM 55

*Foto de Miguel Ángel Savino.







KM 55 *
 
 
*Por Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
 
 
Y pensar que antes aquí paraba el tren. Aunque de eso hace ya muchos años. El tiempo pasa, arrasando con todo. A la vista del aparente abandono, me parece un milagro que algo de todo esto se mantenga en pie. Me pregunto cuánto hace que un ser humano no espera al tren en este andén. Y me pregunto también qué me impulsó a mí a aceptar el encuentro en este lugar perdido.
Claro que yo no sabía que esto era un desierto. Solo ahora me percato de la inmensa soledad de este sitio. Si el asunto no fuera tan serio, pensaría que me gastaron una broma pesada. Ahora no me queda más que esperar. Pronto llegarán. El hecho de que yo ya esté aquí sentado, a la sombra de esta vieja pared semiderruida, solo significa que me adelanté, como siempre hago. Debo dejar ya esa vieja costumbre. Luego la espera se me hace eterna y empieza a afectar a mis nervios.
Era diferente en mi juventud. Entonces esperar no era más que una de las coordenadas de la cita. Me ubicaba en el sitio convenido y prestaba atención a todo el mundo. Bueno, en verdad, tan solo a aquellos que encajaban en el perfil de la persona con la que yo hubiese quedado. Inventariaba rostros, gestos, peculiaridades. Uno nunca sabe cuándo pueden servirle esas cosas. Eso me ofrecía un entretenimiento y amenizaba la espera. Naturalmente, hablo de encuentros con gente desconocida.
Como este.
Mentiría si dijese que estoy tranquilo. La naturaleza del asunto que me ha traído hasta este lugar no es como para estarlo. Pero ya no me quedaba otra opción. Todos los caminos han sido ya recorridos; todos los puentes, quemados. Frente a mí solo hay un precipicio y el consecuente salto. Despeñarse o volar. En eso consiste todo. En uno u otro caso, la opinión de mis allegados –si he de suponer que aún queda alguien que pueda ser considerado como tal- caerá sobre mí. Se me considerará un pusilánime o un malvado. Nada puedo hacer ante eso, salvo encogerme de hombros y mirar el reloj. Ya casi es la hora.
Todo esto no hubiese sucedido en otras circunstancias.
Si yo hubiese tenido un empleo, por ejemplo. O ingresos de cualquier tipo. Pero no. Lo determinante fue que me despidieran de la empresa en la que llevaba más de veinte años trabajando. La crisis, alegaron. Que no había trabajo para todos. Que yo ya no era joven y no podía rendir como antes. Que los tiempos habían cambiado y nada podía hacerse por remediar eso. Y así, de la noche a la mañana me vi en la calle. Demasiado viejo para optar a un trabajo y demasiado joven para acogerme a los beneficios de la jubilación. No obstante, no quise rendirme todavía. Aunque de nada sirvieron las incontables horas pasadas en busca de un empleo, de nada las fatigosas caminatas, de empresa en empresa, ofreciendo mis servicios a cambio de un mísero salario; de nada los centenares de currículos entregados en mano o enviados por correo electrónico; de nada las escasas entrevistas en las que ya todo estaba decidido de antemano en cuanto el empleador vislumbraba mis ya numerosas canas.
Así pues, no me quedó otra que tratar de obtener algún dinero por el medio que fuese. Debo admitir que fui engañado en tres o cuatro ocasiones por alguno de esos anuncios de los diarios en los que se aseguran grandes ganancias a cambio de unas pocas horas de trabajo en tu propio domicilio. A la hora de la verdad, todo es humo. Consideré la opción de fabricar manualidades y poner un puestecito en el mercado, pero todo eso exigía un gasto (en materiales e impuestos) que ya no podía permitirme. Estaba en las últimas. También hice imprimir un librito con algunos de mis mejores poemas y traté de venderlo de puerta en puerta. Pero descubrí que la gente no lee poesía. Entonces, tras una de esas puertas a las que llamé durante mi obstinado y casi inútil periplo, fue cuando los conocí. A ellos.
Miro mi reloj. Parece que se retrasan. Según he oído, retrasarse es uno de sus métodos favoritos para poner nerviosa a la gente. Y verdaderamente lo están consiguiendo.
Como sin duda lo consiguieron aquel día, cuando yo me presenté en su casa tratando de venderles mi poesía. El que me abrió la puerta me miró fijamente durante un segundo. Luego echó un rápido vistazo por encima de mi hombro, a uno y otro lado del estrecho pasillo. Al ver que no había nadie más, me agarró bruscamente por el brazo y me introdujo a la fuerza en su vivienda.
Sin soltarme, y haciendo caso omiso de mis protestas, me arrastró hasta un salón escasamente iluminado donde había otro tipo, me lanzó sobre un sofá no demasiado limpio y fijó su vista en el otro. Intercambiaron unas pocas palabras en un idioma que no entendí. Luego se acercaron uno por cada lado, amenazantes, y el más bajo sacó una navaja del bolsillo de su pantalón.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó. Yo tardé unos segundos en responder, lo que provocó un peligroso acercamiento de la punta de la navaja a mi cuello.
- Yo… Yo… Solo vendo libros… No he hecho nada.
Entonces vieron el librito en mi mano derecha. Uno de ellos agarró la pequeña mochila en la que llevaba varios ejemplares más y la vació sobre el sofá. La volteó y la registró con esmero. A saber qué estará buscando ahí, me pregunté. Luego me hicieron incorporarme y me manosearon todo el cuerpo. Como en un registro de los que hace la policía en las películas norteamericanas. Al terminar, parecían más satisfechos. Volvieron a hablar entre ellos. Después, todos nos sentamos en el sofá y empezaron a hacerme preguntas. Montones de ellas. Yo, encogido por la estrechez del mueble y por el miedo, di todas las explicaciones que se me solicitaron. Temía equivocarme, dar una respuesta que no fuese de su agrado y terminar así mis días en aquel antro oscuro. Finalizado el interrogatorio, el calvo se levantó y paseó como ensimismado por la habitación, mientras el otro guardaba la navaja nuevamente. Respiré, presumiendo o más bien deseando que lo peor hubiera pasado.
Se produjo un nuevo intercambio verbal entre ellos, con abundante movimiento de manos, y luego se quedaron mirándome, como sopesando algo.
- Dices que estás sin blanca, ¿no? – preguntó uno.
- Así es. – respondí con franqueza.
- ¿Te gustaría ganar un dinero trabajando para nosotros?
- Haré lo que sea. No tengo elección.
- Bien. Esto es lo que queremos que hagas…
Cruzar a Bolivia no fue difícil. Dicen que nada lo es si uno sabe medir bien sus opciones y los riesgos. Una vez allí, me presenté en la dirección indicada y recogí el paquete. Pesaba. Lo introduje en el maletero del auto, bajo la rueda de repuesto, tal y como se me había indicado. Los tipos del otro lado me miraban con mal disimulada suspicacia. Al parecer, yo no daba el perfil para llevar a cabo ese encargo. No fueron simpáticos. Yo lo único que quería era salir de allí, regresar y cobrar el dinero que se me había prometido. El retorno fue más complicado, siquiera por mi sentimiento de culpa. En todas partes me parecía ver patrullas de carretera. Los faros de los coches que circulaban en dirección contraria me angustiaban. Cualquier construcción al borde de la ruta se me figuraba un cuartel policial. En un momento todo podía derrumbarse.
Pero no fue así. Tras un trayecto que se me antojó eterno, conseguí atravesar la frontera, sudoroso y agotado. Luego emprendí el camino hasta aquí.
Y aquí estoy ahora, esperando. La espera me ha hecho tener pensamientos negativos. Y si… Pero ahí se ven los faros de un auto. Ya vienen. Solo espero que recojan su mercancía y me den lo acordado. Ojalá que no me maten. Que no me maten y dejen mi cuerpo aquí tirado, en este kilómetro 55, en este lugar abandonado por los hombres donde no queda ni la memoria de lo que un día fue.
 
 
*Anticipo de la estación Apeadero Km 55.
-Próxima estación:
 
 
Apeadero KM. 55.  



En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:
  ELÍAS ROMERO.    KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.  
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS. 
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.   LA SALADA.   
INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.   VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

JUAN TRONCONI.


En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:
CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.  
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.   
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA. 
LA PLATA.

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