ESTACIÓN TAMBO NUEVO.
INVENTREN
Un viaje de literatura y noticias por vías y estaciones abandonadas de Argentina.
Para viajar gratuitamente enviar un mail en blanco a inventren-subscribe@gruposyahoo.com.ar
*
Recuerdos de una ciudad en la que nunca estuve.
Sus casas blancas, de paredes blancas
como blancos fantasmas condenados
a la inmovilidad de las esquinas.
Sus calles grises, de asfalto o de ceniza,
espejo acaso de mis propios gestos.
Una plaza vacía, unos bancos de piedra,
una campana muda presidiendo la escena.
Bajo el sol no anda nadie.
Tal vez cuando anochezca cobre vida
esta ciudad que habita mis recuerdos.
Recuerdos de una ciudad en la que nunca estuve.
Escenas que en algún lugar o tiempo
están, lo sé, esperando mi regreso.
*De Sergio Borao Llop. sergiobllop@yahoo.es
*
Aquel túnel que había sido del ferrocarril y que llevaba ya varios años de clausura, siempre había tenido para los niños (y no tan niños) de San Jorge un aura de misterio, alucinación y embrujo, que ninguna explicación de los mayores era capaz de convertir en realidad monda y lironda. Siempre aparecía alguno que había visto salir del túnel un caballo blanco y sin jinete, o, en algún empujón de viento, una sábana pálida y sin arrugas que planeaba un rato como un techo móvil y se desmoronaba luego sobre los pastizales.
En ambas bocas de la tenebrosa galería, unos sólidos cercos de hierro y maderas casi podridas impedían el acceso de curiosos y hasta de eventuales fantasmas.
Pasó el tiempo y aquellos niños fantaseosos se fueron convirtiendo en padres razonables que a su vez engendraron hijos fantaseosos. Un día llegó el rumor de que las líneas del ferrocarril serían restauradas y la gente empezó a mirar el túnel como a un familiar recuperable. Seis meses después del primer rumor fueron retirados los cercos de hierro y madera, pero todavía nadie apareció para revisar los rieles y ponerlos a punto.
¿Recuerdan ustedes a Marquitos, el hijo de don Marcos, y a Lucas Junior, el hijo de don Lucas? El túnel había sido para ambos un trajinado tema de conversación y especulaciones, y aunque ahora ya habían pasado la veintena, continuaban (medio en serio, medio en broma) enganchados a la mística del túnel.
-¿Viste que aún ahora, que está abierto, nadie se ha atrevido a meterse en ese gran hueco?
-Yo voy a atreverme -anunció Marquitos, con un gesto más heroico del que había proyectado. A partir de ese momento, se sintió esclavo de su propio anuncio.
Menos intrépido, Lucas Junior lo acompaño hasta el comienzo (o el final, vaya uno a saber cuál era la correcta viceversa) del insinuante boquete. Marquitos se despidió con una sonrisa preocupada.
A los quince o veinte metros de haber iniciado su marcha, se vio obligado a encender su potente linterna. Entre los rieles y la maleza invasora se deslizaban las ratas, algunas de las cuales se detenían un instante a examinarlo y luego seguían su ruta.
Por fin apareció una figura humana, que parecía venir a su encuentro con un farol a querosén.
-Hola -dijo Marquitos.
-Mi nombre es Servando -dijo el del farol. -Dicen que soy un delincuente y que por eso escapo. Me acusan de haber castigado a una anciana cuando en realidad fue la vieja la que me pegó. Y con un palo. Mirá como me dejó este brazo.
El tipo no esperó ni reclamó respuesta y siguió caminando. Dentro de un rato, pensó Marquitos, le dará la sorpresa a Lucas Junior.
El siguiente encuentro fue con una mujer abrigada con un poncho marrón.
-Soy Marisa. Mucho gusto. Mi marido, o mejor dicho mi macho, se fue con una amante y mis dos hijos. Sé que lo hizo para que yo me suicide. Pero está muy equivocado. Yo seguiré hasta el final. ¿Usted querría suicidarse? ¿O no?
-No, señora. Yo también soy de los que sigo.
Ella lo saludó con un ¡hurra! Un poco artificial y se alejó cantando.
Durante un largo trayecto, como no aparecía nadie, Marquitos se limitó a seguir la línea de los rieles.
Luego llegó el perro con ojos fulgurantes, que más bien parecían de gato. Pasó a su lado, muerto de miedo, sin ladrar ni mover la cola. El amo era sin duda el personaje que lo seguía, a unos veinte metros.
-No tenga miedo del perro, Esta compacta oscuridad lo acobarda. A la luz del día sí es temible. Su nómina de mordidos llega a quince, entre ellos un niño de tres años.
-¿Y por qué no lo pone a buen seguro?
-Lo preciso como defensa. En dos ocasiones me salvó la vida.
El recién llegado miró detenidamente a Marquitos y luego se atrevió a preguntar:
-Usted ¿vive en el túnel?
-No. Por ahora, no.
-A usted que anda sin perro, muy campante, sólo le digo: tenga cuidado.
-¿Ladrones?
-También ladrones.
-¿Ratas?
-También ratas.
No dijo nada más, y sin siquiera despedirse, se alejó. El perro había retrocedido como para rescatarlo. Y lo rescató.
Marquitos permaneció un buen rato, quieto y silencioso. La muchacha casi tropezó con él. Su gritito acabó en suspiro.
-¿Qué hace aquí? -Preguntó ella, no bien salida del primer asombro.
-Estoy nomás. ¿Y usted?
-Me metí aquí para pensar, pero no puedo. Las goteras y las ratas me distraen. Tengo miedo de quedarme dormida. Prefiero esta duermevela.
-¿Y por qué no retrocede?
-Sería darme por vencida.
-¿Quiere que la acompañe?
-No.
-¿Necesita algo?
-Nada.
-Me sentiré culpable si la dejo aquí, sola, y sigo caminando.
-No se preocupe. A los solos vocacionales, como usted y yo, nunca nos pasa nada.
-¿Puedo darle un beso de adiós?
-No, no puede.
Caminó casi una hora más sin encontrar a nadie. Se sentía agotado. Le dolían todas las bisagras y el pescuezo. También las articulaciones, como si fuera artrítico.
Cuando llegó al final, había empezado a lloviznar. Se refugió bajo un cobertizo, medio destartalado. De pronto una moto se detuvo allí y cierto conocido rostro veterano asomó por debajo de un impermeable.
Era Fernández, claro, viejo amigo de su padre. El de la moto le hizo una seña con el brazo y le gritó:
-¡Don Marcos! ¿Qué hacés ahí, tan solitario?
-Eh, Fernández. No confunda. no soy don Marcos, soy Marquitos.
-En todo caso, Marquitos con Alzheimer.
-Por favor Fernández, no se burle. Acabo de salir del túnel. Lo recorrí de cabo a rabo.
-Ese túnel vuelve locos a todos. Deberían clausurarlo para siempre.
-No soy don Marcos. soy Marquitos. Justamente voy ahora en busca de mi viejo.
-Sos incorregible. Desde chico fuiste un payaso. Tomá, te dejo mi paraguas.
La moto arrancó y pronto se perdió tras la loma. Mientras tanto, en el cobertizo, sólo se oía una voz repetida, cada vez más cavernosa:
-¡Soy Marquitos! ¡Soy Marquitos!
Por fin, cuando emergió del túnel un caballo blanco, sin jinete, y se paró de manos frente al cobertizo, Marquitos se llamó a silencio y no tuvo más remedio que mirarse las manos. a esa altura, le fue imposible negarlo: eran manos de viejo.
*de Mario Benedetti, incluido en "Insomnios y duermevelas" de editorial Seix Barral.
Estación TAMBO NUEVO
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De pequeña estatura, peinado "á la garçón" y andar sinuoso, Cecilia, docente universitaria, suele trepar todas las mañanas al tren de las 10:25 que la deposita en los concurridos andenes de la Terminal de La Plata, rodeada por una casi zoológica variedad humana que también se dirige, impasible, hacia su trabajo. Salir de la estación y llegar hasta la Universidad no es más que dar un paso; pero hasta los gestos más anodinos se transforman para ella en una insoportable avalancha de tedio.
Los anteojos negros y los auriculares del walkman clavados en las orejas son una constante en su vida. Vive escuchando música: The Cure, Peter Gabriel, Prince & The Revolution… Los libros son otra constante, que gusta de mostrar llevando bajo el brazo como si de una vitrina se tratase, siempre indagando en la obra de autores norteamericanos contemporáneos: Raymond Carver, Paul Auster, Charles Bukowski… Lecturas y sonidos: elementos indispensables para aislarla del mundo. Un mundo que insiste en rodearla con sus sutiles tragedias cotidianas, muchas veces maquilladas como azarosas e inofensivas trivialidades. Un mundo que desde hace muchos años ha quedado para ella polarizado en blanco y negro, sin matices que lo singularicen. Todo lo que lo rodea debe ser catalogado rápidamente, a fin de mantenerlo a raya, bajo control.
Porque de lo contrario, se vería arrasada por la fantasía…
Tantas veces la han juzgado sus conocidos -¿qué significará tener un amigo?- por ser contradictoria, que ya ni repara en los comentarios de los demás. Ella vive su vida sin pedirle explicaciones a nadie, y menos aún tolera que se las exijan. Ya bastante ha tenido durante su infancia, con ese padre gendarme que martirizara a su madre y a sus hermanos con sus caprichos, durante esas infinitas horas que se extendían para ellos antes y después de cenar, padeciendo los crueles efectos que el whisky operaba sobre aquel hombre sufrido y despótico a la vez; borracheras que generaban discusiones cada vez más encarnizadas entre sus padres, y las consiguientes golpizas que recibía cualquiera que se cruzara en el curso de sus etílicos razonamientos.
Ella era muy jovencita, pero hay cosas que jamás se olvidan, marcándose a fuego para siempre. Desde entonces, necesita establecer sus propios códigos, tener muy en claro por qué hace ciertas cosas, saber cuáles son sus límites, y por sobre todo, no depender de nadie. Para nada.
Pero también existe ese costado oscuro, inasible, perturbador. Varias veces se preguntó si no estaría volviéndose loca, a partir de los delirios que se le ocurren, las imágenes que surgen sin previo aviso delante de sus ojos, escenas que casi siempre llevan implícito un contenido sexual……que la sepulta de vergüenza. Situaciones inconfesas, que sólo se proyectan dentro de su cabeza, sin llegar a articularse en relato alguno, pero que más de una vez la hicieron dudar. "¿Será cierto esto que me está pasando?"
Como aquella vez que se encontró mano a mano con el Sheriff.
Había subido en la estación, como de costumbre, eligiendo un asiento decente donde aposentarse y leer tranquila "Short Cuts", de Carver, hasta llegar a La Plata, con el clásico sonido de fondo de los Rolling Stones. Pero los asientos de este lado del vagón estaban ocupados o semidestruidos, por lo que continuó pasillo arriba, hasta alcanzar el próximo tramo de asientos. Sólo que en el descanso intermedio alguien se le cruzó de improviso.
Lo primero que vio fue la camisa de jean polvorienta, la plateada estrella sobre el pecho, el enorme escudo con la bandera del General Lee en el cinturón. Sólo un instante después reparó en aquel brillante par de revólveres Smith & Wesson, un cinturón cruzado sobre otro –repletos de balas-, los pantalones mucho más sucios que la camisa, y un oscuro par de botas tejanas gastado en extremo. Al alzar la vista, por debajo de un negro sombrero Stetson, se topó con una cara cincelada en piedra, adornada por un tupido bigote gris, y poseedora de una mirada dura e inescrutable. Retrocedió un paso ante la sorpresa, suponiendo que semejante personaje se había equivocado de tren y de fecha: el Carnaval ya había terminado hacía unos cuantos meses.
Pero el hombre del Far West la atravesó con la mirada, sosteniendo en alto sus manos abiertas, por encima de las culatas de los revólveres, como si se encontrara a mitad de una desierta calle de su pueblito natal en Arizona, abrasado por el sol del mediodía, y fuese a batirse a duelo en cualquier momento contra un forajido desconocido.
-Al fin nos encontramos, muchachita -, murmuró entre dientes. -Ya era tiempo de que arreglásemos cuentas, tu y yo.
Apenas lo escuchó por encima de los acordes de "You can´t always get what you want". Cecilia supuso que aquel fantoche se equivocaba de persona, o bien había aspirado alguna línea blanca de más. Hizo una mueca de disgusto, meneó la cabeza, e intentó hacerse a un lado, a fin de evitarlo y continuar avanzando a través del pasillo. Pero el Sheriff extendió una de sus curtidas manazas, la apoyó contra uno de sus tibios pechos, y la empujó nuevamente hacia atrás.
-¡EEEH!!! ¿Qué hace??? -, estalló ella, plantándose firme, dispuesta a defenderse y arañarlo, si fuese necesario. -¿Qué le pasa? ¿Se volvió loco?
-Nadie rehúsa prestar atención a los sabios consejos del Sheriff Roy Buchanan -, masticó él sus palabras, con el acento propio de aquellas viejas películas del Far West que ella viera por televisión durante su niñez. –Pero si ello ocurre, no vamos a poder evitar tener un enfrentamiento aquí mismo.
-¡Déjeme pasar, insolente, o llamo al Guarda!!! -, chilló ella, a viva voz.
El Sheriff emitió una risa seca y carente de humor.
-¿Ese gordito infeliz de gorra verde, lentes esféricos y silbato chillón? Acabo de liquidarlo con un solo tiro antes de llegar a la estación. Su cuerpo fofo cayó a las vías con un sonido pasmoso, como una bolsa repleta de grasa vacuna.
Cecilia, advirtiendo que por allí no podría seguir, y aún humillada por la mano que aquel desgraciado había depositado con gusto sobre ella, volvió furiosa sobre sus pasos, con los dientes apretados, los puños cerrados a los costados del cuerpo, deseosa de tener cualquier arma a mano para liquidarlo, del mismo modo en que él decía haber asesinado al Guarda del tren. Pero no llegó muy lejos. La misma manaza que la humillara segundos antes descargó todo su peso sobre uno de sus hombros reteniéndola en seco.
-¿Adónde crees que vas? -, proclamó a sus espaldas, autoritario. –Nadie me desaira de esta manera. Y menos aún una jovencita engreída como tú, a quien le vendrían muy bien unas palmadas en las nalgas. Eso te gustaría, ¿verdad? Te excitaría muchísmo…
Y volvió a emitir esa risa seca, deshumanizada, cruel, al tiempo que la presión que ejercía sobre el hombro la hacía girar sobre los talones, con una fuerza tal que le era imposible impedirlo. Cecilia se desesperó, quitándose los auriculares del walkman de un solo tirón. Los Rolling Stones continuaban musicalizando su vida, ahora también para el resto del pasaje, que la miraba con curiosidad, y hasta con cierto temor.
-¡Basta, animal! ¿Quién se piensa que es para andar toqueteándome? ¡Hijo de puta! ¡Déjeme en paz!
Varias cabezas se dieron vuelta a su alrededor. Ahogados murmullos eran secreteados con miradas de reojo en su dirección. A lo lejos, un muchacho con gorrito de lana y buzo de Los Redonditos de Ricota chicaneó:
-Calláte, loca…
-Eso: ya no hagas más escándalo -, le aconsejó el Sheriff. –Y vayamos a sentarnos en aquel asiento, para que puedas quitarte las ganas, y toquetearme a mí también…
Por libidinoso que resultara el comentario, la pétrea mirada del fantoche apenas se inmutó. Cecilia pensó seriamente si aquello que tenía plantado delante sería en realidad humano, o una feroz aparición infernal. Su desbordante furia dio lugar muy rápidamente al miedo, incisivo y letal. Se estremeció de pies a cabeza, y en un rapto de lucidez, agachó el torso para evitar un nuevo ataque de aquella manaza, giró sobre sí misma, y corrió hacia el fondo del vagón, contemplada en su insensata huída por la totalidad de un pasaje absorto por completo.
-¡Ven aquí! -, ordenó el Sheriff, desenfundando veloz uno de los Smith & Wesson, y corriendo detrás suyo.
Cecilia pasó como una exhalación al lado del muchacho con el buzo de los Redonditos, sin tocarlo. Éste alcanzó a decirle al pasar:
-No corrás tanto, nena, que los del loquero ya te van a alcanzar…
Fue lo último que dijo. Al volverse hacia el pasillo, se topó de frente con el Sheriff, quien le disparó un certero balazo en la frente. El cuerpo del muchacho cayó de espaldas sobre el descanso del vagón. El Sheriff saltó por encima de él, y continuó en persecución de Cecilia, quien no dejaba de voltear la mirada por encima de su hombro, a fin de no perderlo de vista. A pesar de su creciente terror, hubo un detalle que no le pasó desapercibido: el estruendo del disparo había sonado apagado, como si hubiera explotado una bomba de estruendo muy lejos de allí. El resto del pasaje la observaba correr sin comprender nada, murmurando frases sin sentido a su paso.
Muy pronto llegó al final del vagón. Más allá de la última puerta, se extendían las paralelas viales, alejándose del tren hacia el horizonte. Ya no había escapatoria. Tendría que saltar, arriesgándose a partirse el cráneo en varias partes, o acceder sin chistar a los soeces requerimientos del fantoche…
…como cuando era una niña y permanecía acostada a oscuras, cubierta por las mantas de su cama, mientras escuchaba vociferar a su padre discutiendo con su madre, temiendo que en cualquier desliz de su violencia incontenible la matase a golpes, para luego encaminarse hacia su dormitorio, tambaleante a causa del alcohol, aferrándose a las paredes, para continuar con su tarea asesina, cegado por la frustración…
Jadeaba agitada cuando se volvió, quitándose los anteojos de sol de un manotazo. Su cuerpo temblaba de pavor, estremecida por los recuerdos y la potencia de sus propias imágenes. Extendió hacia delante el dedo índice de la mano que no sostenía los anteojos, y señaló al Sheriff, quien se acercaba a paso rápido, con el cañón aún humeante de su revólver y una mirada tan deshumanizada que le provocaba ganas de orinar. Entonces, cuando ya casi lo tenía encima, gritó:
-¡No existís, hijo de puta! ¡VOS……NO……EXISTÍS…!
Los pasajeros a su alrededor se volvieron hacia ella, temerosos. Un hombre gordo y de tez morena, quien hasta entonces, recostado contra una ventanilla, leía los resultados deportivos en el Diario Popular, le espetó:
-¡EH! ¿Qué le pasa??? ¿A quién carajo le habla? ¿Por qué no se deja de gritar de una vez, loca de mierda? Queremos viajar en paz.
Cecilia lo miró sin comprender. Varios rostros se volvieron hacia ella, unos asustados, otros burlones, los menos ofendidos. De pronto, fue como si no pudiese comprender dónde se encontraba. Tenía un pavoroso blanco en la memoria, que abarcaba los últimos minutos, desde que ascendiera al tren. Miró hacia el frente, y como era de esperar, no vio más que el pasillo vacío del vagón, con varios rostros que dejaban de prestarle la efímera atención que habían requerido sus chillidos. Darse cuenta de aquello casi le provoca un desmayo.
Arribó a la Terminal platense rígida como una estatua, aferrándose el torso en un apretado abrazo, recostada de pie contra la última puerta del vagón, oyendo muy a lo lejos los últimos acordes provenientes de los auriculares de su walkman. Los demás pasajeros descendieron sin mirarla. Finalmente, consiguió reunir las fuerzas suficientes para desplazar su cuerpo agarrotado, mover un pie detrás del otro, y descender los escalones del vagón sin caerse, aún con los anteojos en la mano, las patillas dobladas por efecto de la presión de sus puños.
Deambuló hasta la Universidad sin reconocer nada en derredor. En el bar de la esquina entró al toilette a lavarse la cara. Parpadeó delante del espejo, se corrigió el maquillaje, contempló los anteojos estropeados y reconoció necesitar los servicios de algún óptico. No podría pasarse el resto del día sin los anteojos puestos, sin filtrar la claridad de la realidad. Por lo demás, lo arreglaría como siempre…
Abrió el bolso, hurgó dentro de él hasta extraer la tableta de Rivotril, se tomó un par de comprimidos con un breve sorbo de agua, y volvió a salir a la calle. A enfrentar al mundo, como todos los días. Con la ropa un poco desprolija, eso sí, pero nada más.
Total..., nada de lo que pudiera pasarle estaba fuera de control…
*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
SUAVE ENCANTAMIENTO*
Profundos y plenos
cual dos graciosas, breves inmensidades
moran tus ojos en tu rostro
como dueños;
y cuando en su fondo
veo jugar y ascender
la llama de un alma radiosa
parece que la mañana se incorpora
luminosa, allá entre mar y cielo
sobre la línea que soñando se mece
entre los dos azules imperios,
la línea en que nuestro corazón se detiene
para que sus esperanzas la acaricien
y la bese nuestra mirada;
cuando nuestro "ser" contempla
enjugando sus lágrimas
y, silenciosamente,
se abre a todas las brisas de la Vida;
cuando miramos
las cenizas de los días que fueron
flotando en el Pasado
como en el fondo del camino
el polvo de nuestras peregrinaciones
Ojos que se abren como las mañanas
Y que cerrándose dejan caer la tarde.
(1904)
*de Macedonio Fernández
Textos Selectos Ed. Corregidor 1.999
*
“No sólo de pan vive el hombre……también come carne”, ironizaba Julián Bustos mientras el último ternero culminaba de trepar al último vagón jaula de “FÉNIX”. El cargamento debía llegar esa misma noche a Mercedes, ya que desde allí partirían con rumbo urgente, aunque desconocido para Bustos. Más allá de donde finalizara su misión, el destino del ganado en pie sólo era determinado por los responsables del frigorífico “Santa Anita”, quienes aguardaban con ansia aquel lote de vacunos desde hacía ya tres infinitos días.
Los terneros se agitaban inquietos a bordo de los tres vagones jaula, pero con el correr del tiempo Bustos ya se había acostumbrado a ese detalle. Con lo que no se podía familiarizar era con expresiones taciturnas y distantes como las que esa tarde presentaba el maquinista titular de “FÉNIX”, un Leandro Benítez apagado y acaso rencoroso. Bustos había oído como al pasar que Benítez la “venía piloteando” bastante mal desde hacía un par de meses, cuando comenzaron a investigarlo por un crimen que parecía no haber cometido, vinculado con su trabajo……pero que nunca se aclaró del todo. Sus compañeros habían ido apartándose de su lado, y Bustos sentía hasta cierta piedad por el pobre tipo. Sin embargo, ello no impedía que su talante sombrío le inspirara cierto temor, que crecía a medida que compartían las horas transcurridas durante los transportes.
Eran pasadas las siete cuando la formación reanudó la marcha hacia Mercedes, luego de una breve parada en Estación Pergamino. La tarde tenía un neto corte primaveral. Y Bustos disfrutaba en silencio del paisaje, mientras cebaba unos regios mates, que Benítez aceptaba sin despegar los ojos de la vía, ni acotar palabra alguna.
Lo hechos que se sucedieron a partir de la mitad del trayecto le evocaron a Leandro Benítez la siniestra repetición de una escena traumática, que lo obligó a renunciar a su puesto sin titubeos, y a Julián Bustos lo embargaron de un miedo y una indignación que –a pesar de haberlo intentado infructuosamente- no se le borraron durante lo que le quedó de vida.
Lo primero que vieron, al doblar una curva, fue un par de vetustas y oxidadas camionetas Dodge que apenas si podían moverse, cruzadas sobre los rieles. Benítez movió la palanca con destreza, deteniendo a tiempo a “FÉNIX”, haciendo chirriar los frenos con un estallido de chispas. La locomotora se quejó en un último estertor al detenerse, rozando apenas con su enorme parachoques uno de los abollados flancos de las camionetas.
-¿Pero quién mierda……? -, estalló Benítez, despertando de su letargo.
No consiguió terminar la frase. Una impensada horda de indigentes, entre quienes se hallaban varias decenas de infiltrados, evidentes punteros políticos que comandaban su errático y famélico accionar, surgió de la densa arboleda que se erigía sobre una de las cunetas y saltó hacia la formación armada de filosos cuchillos, trepando hacia los vagones jaula en medio de un colosal griterío de guerra, algunos con increíble agilidad, otros con notorias dificultades en la locomoción, producto de una vida plena de privaciones y falta de atención médica. Rostros desencajados, pieles escamadas, bocas desdentadas, miradas alucinadas… Todos ellos parecían vampiros, aunque sin la menor cuota de palidez, ávidos de sangre……y de carne, a fin de llevarse codiciosos hacia la olla o la parrilla. El ganado olfateó el peligro en el ambiente y comenzó a mugir desesperado, pataleando contra los flancos de los vagones y haciendo vibrar la formación, que al ser abordada por la horda amenazó con volcarse y descarrilar, arrastrando a “FÉNIX” consigo.
Bustos se asomó a la ventanilla de la locomotora sin conseguir articular palabra, estupefacto, dejando caer el mate recién cebado al piso de la cabina de “FÉNIX”, intimidado ante tamaña aparición espectral. Sabía que su misión era proteger el cargamento vacuno de cualquier contratiempo, pero jamás lo habían preparado para repeler un ataque como aquél, y menos aún había podido imaginar por su cuenta algo por el estilo. Así como nunca se había sentido tan impotente frente a una situación de peligro como en aquél momento. Benítez, por su cuenta, reaccionó de manera inversa; con el pavoroso recuerdo del frustrado asalto de la caja fuerte británica del siglo pasado delante de sus ojos, se desbordó de furia, no tanto frente a la injusticia de aquel acto –su responsabilidad lo limitaba exclusivamente a conducir la formación hasta destino-, como ante su propia frustración, y el funesto panorama que inconscientemente avecinaba para sí mismo.
-¡Loco!!! ¿Qué mierda se creen que están haciendo!!! -, chilló desde uno de los balcones laterales de “FÉNIX”, dando un par de pasos hacia la multitud, que ni siquiera lo oyó.
-Quedate piola, chabón, que la cosa no es con vos -, le indicó a escasos cinco metros sobre la cuneta un tipo grueso, con una visera de la Municipalidad de Mercedes calzada hasta las cejas, mientras sopesaba un enorme palo entre sus manos, a manera de garrote.
-¡Pero me están cagando el laburo!!! -, protestó Benítez, deseoso de sacarse de encima con sólo chasquear sus dedos a toda aquella gentuza.
El tipo no le contestó, ni dejó de izar y dejar caer el garrote sobre su palma izquierda, mientras contemplaba parsimonioso el vibrante y efusivo accionar de la gente que habían trasladado hacia allí desde territorios no tan vecinos. La emboscada había sido todo un éxito. Quizá, todo respondiese a un brutal política asistencialista suscripta por el municipio –o por la provincia toda, quién sabe…-; sólo que esta vez no les regalaban empaquetada la carne para el guiso o el asado, sino que se la tenían que procurar de inmediato por sus propios medios…
Los chillidos de los animales, así como de los hombres y las mujeres que asestaban cuchilladas a diestra y siniestra, parecían similares. La ferocidad de aquel ataque parecía denotar algo más que hambre; se asemejaba más a una venganza muda, cuyo destinatario principal ni siquiera era una persona o una corporación. El tren no hacía más que vibrar; varios terneros agonizantes trastabillaban y caían sobre el suelo irregular, cruzado por las vigas de acero de todo vagón jaula, generando temblores y estruendos que le ponían al maquinista y al encargado del frigorífico los nervios de punta. Luego de unos minutos, comprobaron que varias mujeres ensangrentadas se alejaban de la escena munidas por toscos trozos de carne faenada, aún con el peludo cuero pegado sobre sus costados. La sangre vacuna se derramaba indolente sobre los enrejados flancos de los vagones jaula, cayendo sobre los cantos rodados de la vía con un sello ciertamente horroroso.
Entonces, cuando la masacre parecía haber alcanzado su punto de mayor fragor, con el primaveral aire de la tarde impregnado por el fétido olor de la muerte -coronado por el de la sangre, el miedo y la bosta-, una abominación mayor tuvo lugar ante los incrédulos ojos de Julián Bustos y Leandro Benítez.
Los ángeles vengadores del sistema surgieron casi de la nada, sin que nadie reparase en su existencia, sobre la explanada opuesta a la arboleda. Cubiertos por el más cómplice de los silencios, habían llegado a bordo de sus patrulleros blancos y azules sin encender ninguna sirena o baliza, sabedores de su impunidad. Se habían apostado en hilera, protegidos detrás de sus vehículos, todos ellos enfundados en sus uniformes oficiales, sin pronunciar palabra, ejecutando órdenes tan precisas como los punteros que minutos antes comandaran el asalto. Como dos ejércitos enfrentados -uno de ellos probablemente financiado por el frigorífico “Santa Anita”, encargado de hacer un seguimiento muy próximo al cargamento, ante los reiterados rumores de un ataque de cuatreros, según los rumores de pasillo que Bustos consiguió milagrosamente evocar en aquel instante-, aunque ambos bandos sostuvieran en alto la misma bandera de la pobreza.
Alguien gritó, de pie sobre el techo de uno de los camiones jaula, queriendo alertar a sus compañeros en el último segundo. Aunque pocos lo supieran, en la barrabrava de Boca Juniors y en su barrio platense de Los Hornos lo conocían como el Gordo Nacho, muchacho dispuesto como pocos para el desorden y el beneficio sin esfuerzo alguno; extraña clase de gato salvaje que siempre caía de pie, cualquiera fuese la situación que le tocase enfrentar. Sólo unos pocos consiguieron escucharlo, demasiado tarde para reaccionar.
En aquel último instante, lo único que consiguieron distinguir el maquinista y el encargado del frigorífico, en medio del caos y la confusión generados por el griterío humano y animal –aunque ya casi no pudiesen diferenciarse entre sí-, fue el sostenido pero breve pitido de un silbato, iniciando las maniobras consistentes en repeler a los invasores. Sólo que, evocando por su ausencia a las oscuras y anchas bocas de los lanza-gases antimotines, las decenas de cañones de pistolas y escopetas que se parapetaban detrás de los patrulleros, sumados a igual número de ojos fijos a través de sus miras sobre blancos móviles precisos, presagiaban mucho más que lo peor.
Las últimas luces de la tarde agonizaron en medio de un ensordecedor y sincopado estruendo de disparos, que vomitaron fuego y muerte a discreción sobre aquel malogrado convoy ferroviario. Cápsulas y cartuchos servidos volaron por doquier alrededor de las fuerzas del orden, impregnando el espacio de la cuneta de las vías por el acre aroma de la pólvora. Fue un fusilamiento casi a quemarropa, sin contemplaciones. Nadie preguntó ni se cuestionó nada; todos obedecieron en bloque, disparando y recargando sin pensar. Mientras sus víctimas, humanas y –por desgracia, en el fragor de la contienda- también animales, caían al suelo entre alaridos de sorpresa y de dolor, cubiertos de sangre de pies a cabeza, tajeados por las cuchilladas, agujerados por los balazos, con los brazos en alto en un inútil y postrero intento de rendición, derramando vísceras sobre cada camión jaula y los cantos rodados de las vías, implorando en vano como sus congéneres entre los desolados muros del matadero.
Bustos se arrojó al suelo de la cabina ni bien sonaron los primeros disparos, que derribaron al tipo del garrote y la visera casi de espaldas, sin que se diese cuenta que estaba muriendo, mientras Benítez se zambullía detrás del encargado del frigorífico desde el balconcito lateral de “FÉNIX”. Desesperados reptaron sobre sus vientres hasta alcanzar la puerta del otro lateral, abriéndola hacia la arboleda, donde parecían querer escapar los últimos asaltantes -entre ellos, un aterrado Gordo Nacho-, seguidos de cerca por el silbido de los proyectiles. Las balas arrancaban fragmentos de corteza de los árboles en busca de los recién fugados, mientras las fuerzas policiales avanzaban en bloque, abandonando la protección de los patrulleros sin dejar de apuntar hacia la ya abatida multitud, yendo a la caza de los escasos heridos y moribundos……y de todo aquel que pudiese oficiar como solitario pero peligroso testigo del hecho.
Varios cañones los apuntaron cuando ambos se arrojaban desde “FÉNIX” hacia la cuneta de la arboleda. Sólo una milagrosa orden del oficial a cargo consiguió salvarles el pellejo, al reconocer en el último segundo a Julián Bustos como uno de los empleados del frigorífico “Santa Anita”. Algunos uniformados se adentraron entre los árboles disparando a ciegas, mientras la mayoría de los demás se encargaban de rematar a los caídos, y los pocos restantes se ocupaban de levantar a los empujones al maquinista y al encargado, apoyarlos de cara contra el costado de la locomotora, y esposarlos, a pesar de las vacilantes y quejumbrosas quejas de Benítez, sin apartar de sus cabezas los humeantes cañones de las armas.
Bustos se apoyó de espaldas contra la locomotora, dejándose caer al suelo hasta quedar sentado sobre el canto rodado, y vomitó hacia un costado, orinándose al mismo tiempo en los pantalones. Benítez temblaba, manteniéndose apenas en pie, con la mirada perdida a fin de evitar contemplar el rostro del horror, y el semblante desolado frente a su incierto futuro. Más allá, los últimos terneros mugían en estridente agonía, erizándoles la piel. Y decenas de cadáveres teñían de rojo la pampa húmeda.
Los orificios de bala de distintos calibres permanecieran sobre el lateral de “FÉNIX” durante el resto de su campaña ferroviaria, como cruel y mudo testimonio de aquella tarde de masacre. Sus eventos jamás se dieron a conocer en los medios de prensa, y sólo un par de aterrorizados testigos recordaron por siempre, aunque incapaces de relatarlos ante auditorio alguno.
“No sólo de pan vive el hombre……también come carne”, recordó –muchos meses después, con unas cuantas copas encima- haber pensado aquella misma tarde, como en un sueño, antes de emprender el viaje, el empleado Julián Bustos. “Carne de res faenada”, musitó con un inconfundible vaho etílico, sobre una anónima mesa del restorán “Fronteras”, antiguo boliche de los que se apeaban en la Estación Tambo Nuevo, dos o tres décadas antes; “carne que nos alimenta a todos, y que nos acostumbramos a comer desde bien chicos”.
Aunque, claro, rara vez esa carne faenada con la que se alimenta una nación… termine siendo humana.
*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
Perdido*
*de Haroldo Conti
El tren salía a las ocho o tal vez a las ocho y media. Recién diez minutos antes enganchaban la locomotora pero de cualquier forma el tío se ponía nervioso una hora antes. Todos los del pueblo eran así. Apenas llegaban y ya estaban pensando en la vuelta. Su padre había hecho lo mismo. La mitad del
tiempo pensaba en las gallinas, que comían a su hora, o en el perro, que había dejado en lo del vecino. Para el, Buenos Aires era la Torre de los Ingleses, Alem, la avenida de Mayo y, por excepción, el monumento a Garibaldi, en Plaza Italia, porque la primera vez que vino, con la vieja, se extraviaron y fueron a parar allí. Se sacaron una foto y el tipo de la máquina los puso en un tranvía que los llevó a Retiro. De cualquier forma llegaron una hora antes y con todo estaban tan excitados que casi se meten
en otro tren.
Mientras cruzaba la Plaza Británica con aquella torre que de alguna manera presidia su vida, vista o entrevista a cualquier hora del día en que pisó Buenos Aires, y luego los años y toda la perra vida, y ahora esa vieja tristeza que le nacía de adentro, bueno, y la torre siempre alli como el primer día. Mientras cruzaba la plaza, pues, vió al tío por anticipado en un rincón del hall del Pacífico (ellos todavía decían Pacífico) encogido dentro del sobretodo que olía a tabaco, con la valija de cartón imitación cuero a un lado y un montón de paquetes sobre las rodillas, manoseando el boleto de segunda dentro del bolsillo para asegurarse de que todavía seguia allí.
Lo había llamado dos o tres veces desde el hotel Universo pero él estaba fuera y la muchacha entendió las cosas a medias. Después trato de llegar hasta la casa, a pie, por supuesto, pues los troles y los colectivos lo espantaban. Se había extraviado en algún punto de Leandro Alem y antes de perder de vista la Plaza Britanica prefirió volver a Retiro y esperar el tren.
Hacía un par de años que Oreste no veía al tío pero estaba seguro de encontrarlo igual. La misma cara blanca y esponjosa salpicada de barritos y de pelos con aquellos ojos deslumbrados que se empequeñecían cuando miraba algo fijo, el moñito a lunares marchito y grasiento, el mismo sobretodo
negro con el cuello de terciopelo, el chambergo alto y aludo que se calzaba con las dos manos y el par de botines con elásticos.
La estación Pacífico se había empequeñecido con los años. Eso parecía, al menos. En realidad era un mísero galpón con un par de andenes mal iluminados. En otro tiempo, sin embargo, veía todo aquello coloreado por una luz misteriosa. La propia gente estaba impregnada de esa luz. Era espléndida, leve y gentil, como si no fuera a cambiar ni a morir nunca y la estación lucía como un circo. Pero la gente había cambiado de cualquier forma y la vieja estación Pacífico lucía ahora como lo que era, un misero
galpón de chapas lleno de ruidos y olor a frito.
Vió al tío en un banco, debajo del horario de trenes. Parecía muy pequeño e insignificante. Tenía las manos metidas en los bolsillos, las piernas bien juntas, un paraguas sobre las rodillas y la mirada perdida en el aire.
Miraba en su dirección pero no lo veía. No veía nada.
Reaccionó cuando lo tuvo delante. --¡Oreste!
Se abrazaron y se besaron, de acuerdo a la vieja costumbre. Oreste dejó que el tío lo palmeara un buen rato. Tenía ese olor familiar, un olor masculino que evocaba a aquellos hombres reservados de su infancia que le sonreían, con breve indulgencia, como el tío Ernesto, grande como un ropero y delante del cual tragaba saliva invariablemente, o el gran tío Agustín, la única vez que lo vió el día que vino de Bragado en aquel Ford A con cadenas que echaba una nube de vapor por el gollete del radiador, o al propio tío Bautista cuando era el mismo por entero y no apenas esta sombra.
Se apartaron y el tío pregunto sin soltarle los brazos:
-¿Cómo va? --Bien, bien.
Se miraron y sonrieron un rato y después se volvieron a abrazar.
--¿Y usted, que tal? --Bien, bien.
--¿La tía?
--Y, bien.....
Le puso una mano sobre un hombro y lo miró largamente. Oreste sonrió despacio. Estaba acostumbrado a aquel estilo.
--¿A qué hora sale el tren? --A las ocho y media.
--Son las siete y cuarto. Vamos a tomar algo.
--No... mejor nos quedamos aquí. ?A dónde vamos a ir? Entre que arriman el tren, y enganchan la locomotora se va el tiempo.
Sí, pero nosotros no tenemos nada que ver en todo eso. Vamos.
--¿Y a dónde? No hagas cumplidos conmigo, hijo.
Estuvieron forcejeando un rato hasta que por fin lo convenció y se metieron en el bar de la estación. Consiguiercn un lugar desde el cual, a través de una perspectiva complicada, veían un pedazo del andén número 4.
Oreste pidió hesperidina y el tío, a fuerza de insistir, un Cinzano con bíter.
--¿Cómo se largo hasta aquí?
--Eh!... hacia tiempo que lo tenía pensado.
El tío miró el reloj del bar y puso cara de espanto.
--Esta parado --dijo Oreste sujetándolo por un brazo.
No parecía convencido. Saco y examinó el viejo Tissot con agujas orientales.
--¿Que te decía?... oAh, si! Vine a ver a mi primo, Vicente. Hacía seis años que no lo veía. Somos del mismo pueblo, Baigorrita. Le estaba prometiendo siempre. Que hoy, que mañana. Sorbió un traguito de Cinzano.
--Esta viejo. Casi no lo conozco.
Permaneció un rato en silencio con el mismo gesto abstraído que tenía cuando esperaba en el hall.
--¿Que tal? ¿Como va eso?--volvió a preguntar con desgano.
--Bien, bien.
--¿Se progresa?
--Se progresa.
Se miraron con afecto, sonrieron y callaron.
El tío había sido siempre así. El tío y todos ellos.
--Traje una punta de encargues. La tía me pidió unas latas de "Sal de Hunt". Hace mas de un año que anda detrás de eso. Fui a buscarlas a Junín hace dos meses. No... en noviembre. Hace cuatro meses.
--¿Para qué sirve? ,
--Para el estómago. Es una gran cosa. La gente toma ahora toda clase de porquerías, pero ésto es realmente bueno.
Silbó una locomotora y el tío se alarmó.
--Falta todavía.
Volvió a mirar el reloj y sorbió otro poco de Cinzano.
--Bueno, fui a la Franco-Inglesa y conseguí todo lo que quise. Le mostré el tarrito al tipo y me dijo: "¿Cuantos quiere?". Apenas lo miró. ¿Te das cuenta?
Dentro de un rato iba a desaparecer en la ventanilla de un vagón de segunda y no lo vería hasta dentro de cuatro o cinco años. Había otros cinco antes de ahora. Su viejo desapareció así un día y no lo vió más.
--¿Qué tal todo aquello? --preguntó Oreste después de un rato.
Todo aquello. Era un roce lastimero, un crepitar de años envejecidos, una pregunta hecha a si mismo, a un negro hoyo de sombras.
--Igual.
--¿Los muchachos?
--Siempre igual.
Callaron otra vez.
El tío hizo girar la copa y sorbió el último trago.
--¿Qué hora es?
--Las ocho menos cuarto.
El tío saco el reloj y lo observó inquieto.
--Casi menos diez. ¿Vamos?
Oreste dudó un rato.
Vamos.
Estaban enganchando la locomotora. El tío recogió los paquetes y la valijas y comenzó a caminar apresuradamente hacia el andén número 4. Parecía haberlo olvidado.
Oreste trató de tomarle la valija y el tío lo miró con extrañeza.
--Está bien, muchacho. No te molestes.
--Déle saludos a la tía. A todos.
--Gracias, querido. Gracias.
Corrieron a lo largo del tren tropezando con los tipos de segunda que corrían a su vez como si la estación se les fuera a caer encima y metían por las ventanillas los chicos o las valijas para conseguir asiento. El tío trepó a uno de los vagones cerca de la locomotora y al rato sacó la cabeza
por una ventanilla.
--¿Cuándo vas a ir por allá -preguntó mirando mas bien a la gente que se apiñaba sobre el andén.
--Apenas pueda.
--Tenés que ir, eso es. ¿Cuándo dijiste?
--Cuando pueda.
El tío se apartó un momento para acomodar la valija. Después se sentó en la punta del banco y permaneció en silencio.
Se miraron una vez y el tío sonrió y dijo:
--¡Oreste! . . .
Él sonrió también, desde muy lejos, al borde del andén.
Sonó la campana y el tío asomó apresuradamente medio cuerpo por la ventanilla.
--¡Chau, querido, chau! -dijo y lo besó en la mejilla como pudo.
Trató de besarlo a su vez pero ya se había sentado.
El tren se sacudió de punta a punta. El tío agitó una mano y sonrió, seguro.
Oreste corrió un trecho a la par del tren. Corría y miraba al tío que sonreía satisfecho, como aquellos hombres de la infancia.
Luego el tren se embaló y Oreste levantó una mano que no encontró respuesta.
*Del libro "Con otra gente", © Centro Editor de América Latina, 1972
-Fuente: http://ferrosur.iespana.es/ferrosur/perdido.html
Correo:
Amigos del Ferrocarril al Servicio del País.
En el marco de “los 150 Años del Ferrocarril en la Republica Argentina” AFESEPA tiene el agrado de Invitarlo a participar de las: 1ras. JORNADAS: EL FERROCARRIL EN LA RECONSTRUCCIÓN DE ARGENTINA
29/06/07 de 16 a 20.30 hs. y 30/06/07 de 09 a 13 hs., en el Auditorio del C.P.C. Centro América - Juan B. Justo 4300 de la Ciudad de Córdoba
PROGRAMA DE ACTIVIDADES
Viernes 29 de Junio
16 hs. Acreditaciones –
Visita MUESTRA FOTOGRAFICA FERROVIARIA (del Fotógrafo Nicolás Castiglioni)
17 hs. Acto Apertura a cargo del Subsecretario de Descentralización Municipal – Sr. Ricardo Aizpeolea y del Director del CPC Centro América “Lic. Alejandro Crosse”
17.15 hs. AFESEPA Expone – “El Ferrocarril en el Plan Nacional, Multimodal, Integrado de Transporte” a cargo del Arq. Eugenio Beccari (miembro Fundador de AFESEPA – ex ferroviario del Distrito Vía y Obras Córdoba del ex FF.CC. Belgrano ).
Síntesis: En el contexto de un sistema de transporte Nacional en emergencia vial (rutas saturadas – altas tasa de accidentes – consumos excesivos de hidrocarburos – etc), son indicadores de lo que tendremos en el futuro. Por ello presentamos, este Plan Nacional de Transporte, con sus subsistemas integrados y coordinados.
18.00 hs. Coffe Breack
18.30 hs. “EL FERROCARRIL: SU IMPORTANCIA EN EL DESARROLLO NACIONAL” Expone: Juan Carlos Cena – de Buenos Aires - Fundador de MO.NA.RE.FA Movimiento Nacional por la Recuperación de los Ferrocarriles Argentinos – ex ferroviario
Síntesis: El transporte en la Argentina, sus falencias, la participación del Estado nacional y como fue incidiendo en la realidad del transporte en general y de los ferrocarriles en particular.
La competencia del auto transporte automotor, es el eje central para entender el desguace de nuestra red ferroviaria. Las desventuras de la nacionalización. Las consecuencias de la política de transporte de los 90. el regreso de los ferrocarriles de la mano del banco mundial, en los tiempos actuales.
19.30 hs. Puesta en Común de Testimonios – Experiencias – Opinión – Historia. De los participantes de las Jornadas.
20.00 hs. Proyecto Ramal A1: Córdoba – Cruz del Eje - TREN DE LAS SIERRAS. Expone: José Ignacio Córdoba – miembro Fundador de AFESEPA – ex ferroviario del Distrito Vía y Obras Córdoba del ex FF.CC. Belgrano.
Síntesis: Este Proyecto pretende ser un Aporte a la Inversión que la Nación tiene previsto realizar en el Ramal A1. En este sentido, Advertimos antes que se realice tal inversión. Que estamos frente a una inmejorable oportunidad de reconstruir en función del contexto de la Región a futuro y de la interconectividad que este Ramal no tiene.
30 de Junio
09.30 hs. – Estado de Situación de los Ferrocarriles en la Actualidad – Accidentes. Expone: Juan Carlos Cena – de Buenos Aires - Fundador de MO.NA.RE.FA (Movimiento Nacional por la Recuperación de los Ferrocarriles Argentinos)– ex ferroviario
Síntesis: Informe de los resultados desde las privatizaciones hasta la actualidad.
10.40 hs. – La Frustración del transporte ferroviario en las Provincias de La Rioja y Catamarca – Expone: Pedro Solaum – de La Rioja -miembro de AFESEPA – ex ferroviario – Coordinador Zona Tucumán – Jefe de Distrito de La rioja – de Chaco y de Formosa.
Síntesis: Informe de Situación del Transporte Ferroviario en las Provincias con mas riqueza minera de Argentina.
11.00 hs. Coffe Breack
11.30 hs. Puesta en común de Testimonios Experiencias – Opinión . Historia. De los participantes en general de las Jornadas.
12.00 hs. El Ferrocarril Interurbano para la ciudad de Córdoba y su Area Metropolitana. A cargo del Arq. Eugenio Beccari -(miembro Fundador de AFESEPA – ex ferroviario del Distrito Vía y Obras Córdoba del ex FF.CC. Belgrano ).
Síntesis: El transporte en la ciudad de Córdoba, y su Area Metropolitana - tiene el agravante de una ciudad con gran crecimiento demográfico en un futuro inmediato. Situación que implica Planificar un Sistema Ferroviario
13.00 hs. Acto Homenaje a los 150 años del Ferrocarril en Argentina y de Cierre de las Jornadas.
-Maestro de Ceremonia: Carlos Antonio Monteros – de Tucumán – Geólogo – Espec. En recursos Hídricos – ex ferroviario en Tafi Viejo – Tucumán.
Los miembros de AFESEPSA, Agradece a las Autoridades y Personal del CPC Centro América por ceder este espacio para estas Jornadas – que se proponen ser un espacio de Aporte para nuestra Patria. -
Integran AFESEPA: Norma H. Romano, ex ferroviaria, el Geólogo Horacio Corbaglia, ex ferroviario – el Prof. Sociólogo Claudio Hausa, aficionado, de Buenos Aires, el Ing. Julio Zorn, ex ferroviario – el Arq. Eugenio Beccari – ex ferroviario – el Tec. Luis Reginato, ex ferroviario – el Sr. Luis Ramon Frias, ex ferroviario – jefe de Distrito en la Prov. De San Luis – Linea ex San Martín – el Sr. Jose Ignacio Córdoba, ex ferroviario – el Ing. Martín Testani, aficionado , de Buenos Aires – el Sr. Pedro Solaum, ex ferroviario, Coordinador de Zona Tucuman, Jefe de Distrito en La Rioja, en Chaco y en Formosa, ex Linea Belgrano, el Geólogo Carlos A. Monteros, ex ferroviario de Tafi Viejo Tucuman y el Tec. Ramón Romualdo Pérez ex ferroviario y personal de la (Dirección de Fiscalización) Secretaria de Transporte de la Nación.
Consultas:
Ramón Romualdo Pérez mail: rromualdop@hotmail.com
Secretario AFESEPA - Tel.0351 4921875 156838043
Jose Ignacio Córdoba mail: afesepa@hotmail.com
Director AFESEPA Tel.0351 4783427 156610719
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Queridas amigas, queridos amigos:
El domingo 1 de julio del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM o 97.3 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música antigua brasilera interpretada por el grupo Quadro Cervantes. Las poesías que leeremos pertenecen a Oscar Ángel Agú (Argentina) y la música de fondo será de Wayanay (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
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Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
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*
Recuerdos de una ciudad en la que nunca estuve.
Sus casas blancas, de paredes blancas
como blancos fantasmas condenados
a la inmovilidad de las esquinas.
Sus calles grises, de asfalto o de ceniza,
espejo acaso de mis propios gestos.
Una plaza vacía, unos bancos de piedra,
una campana muda presidiendo la escena.
Bajo el sol no anda nadie.
Tal vez cuando anochezca cobre vida
esta ciudad que habita mis recuerdos.
Recuerdos de una ciudad en la que nunca estuve.
Escenas que en algún lugar o tiempo
están, lo sé, esperando mi regreso.
*De Sergio Borao Llop. sergiobllop@yahoo.es
*
Aquel túnel que había sido del ferrocarril y que llevaba ya varios años de clausura, siempre había tenido para los niños (y no tan niños) de San Jorge un aura de misterio, alucinación y embrujo, que ninguna explicación de los mayores era capaz de convertir en realidad monda y lironda. Siempre aparecía alguno que había visto salir del túnel un caballo blanco y sin jinete, o, en algún empujón de viento, una sábana pálida y sin arrugas que planeaba un rato como un techo móvil y se desmoronaba luego sobre los pastizales.
En ambas bocas de la tenebrosa galería, unos sólidos cercos de hierro y maderas casi podridas impedían el acceso de curiosos y hasta de eventuales fantasmas.
Pasó el tiempo y aquellos niños fantaseosos se fueron convirtiendo en padres razonables que a su vez engendraron hijos fantaseosos. Un día llegó el rumor de que las líneas del ferrocarril serían restauradas y la gente empezó a mirar el túnel como a un familiar recuperable. Seis meses después del primer rumor fueron retirados los cercos de hierro y madera, pero todavía nadie apareció para revisar los rieles y ponerlos a punto.
¿Recuerdan ustedes a Marquitos, el hijo de don Marcos, y a Lucas Junior, el hijo de don Lucas? El túnel había sido para ambos un trajinado tema de conversación y especulaciones, y aunque ahora ya habían pasado la veintena, continuaban (medio en serio, medio en broma) enganchados a la mística del túnel.
-¿Viste que aún ahora, que está abierto, nadie se ha atrevido a meterse en ese gran hueco?
-Yo voy a atreverme -anunció Marquitos, con un gesto más heroico del que había proyectado. A partir de ese momento, se sintió esclavo de su propio anuncio.
Menos intrépido, Lucas Junior lo acompaño hasta el comienzo (o el final, vaya uno a saber cuál era la correcta viceversa) del insinuante boquete. Marquitos se despidió con una sonrisa preocupada.
A los quince o veinte metros de haber iniciado su marcha, se vio obligado a encender su potente linterna. Entre los rieles y la maleza invasora se deslizaban las ratas, algunas de las cuales se detenían un instante a examinarlo y luego seguían su ruta.
Por fin apareció una figura humana, que parecía venir a su encuentro con un farol a querosén.
-Hola -dijo Marquitos.
-Mi nombre es Servando -dijo el del farol. -Dicen que soy un delincuente y que por eso escapo. Me acusan de haber castigado a una anciana cuando en realidad fue la vieja la que me pegó. Y con un palo. Mirá como me dejó este brazo.
El tipo no esperó ni reclamó respuesta y siguió caminando. Dentro de un rato, pensó Marquitos, le dará la sorpresa a Lucas Junior.
El siguiente encuentro fue con una mujer abrigada con un poncho marrón.
-Soy Marisa. Mucho gusto. Mi marido, o mejor dicho mi macho, se fue con una amante y mis dos hijos. Sé que lo hizo para que yo me suicide. Pero está muy equivocado. Yo seguiré hasta el final. ¿Usted querría suicidarse? ¿O no?
-No, señora. Yo también soy de los que sigo.
Ella lo saludó con un ¡hurra! Un poco artificial y se alejó cantando.
Durante un largo trayecto, como no aparecía nadie, Marquitos se limitó a seguir la línea de los rieles.
Luego llegó el perro con ojos fulgurantes, que más bien parecían de gato. Pasó a su lado, muerto de miedo, sin ladrar ni mover la cola. El amo era sin duda el personaje que lo seguía, a unos veinte metros.
-No tenga miedo del perro, Esta compacta oscuridad lo acobarda. A la luz del día sí es temible. Su nómina de mordidos llega a quince, entre ellos un niño de tres años.
-¿Y por qué no lo pone a buen seguro?
-Lo preciso como defensa. En dos ocasiones me salvó la vida.
El recién llegado miró detenidamente a Marquitos y luego se atrevió a preguntar:
-Usted ¿vive en el túnel?
-No. Por ahora, no.
-A usted que anda sin perro, muy campante, sólo le digo: tenga cuidado.
-¿Ladrones?
-También ladrones.
-¿Ratas?
-También ratas.
No dijo nada más, y sin siquiera despedirse, se alejó. El perro había retrocedido como para rescatarlo. Y lo rescató.
Marquitos permaneció un buen rato, quieto y silencioso. La muchacha casi tropezó con él. Su gritito acabó en suspiro.
-¿Qué hace aquí? -Preguntó ella, no bien salida del primer asombro.
-Estoy nomás. ¿Y usted?
-Me metí aquí para pensar, pero no puedo. Las goteras y las ratas me distraen. Tengo miedo de quedarme dormida. Prefiero esta duermevela.
-¿Y por qué no retrocede?
-Sería darme por vencida.
-¿Quiere que la acompañe?
-No.
-¿Necesita algo?
-Nada.
-Me sentiré culpable si la dejo aquí, sola, y sigo caminando.
-No se preocupe. A los solos vocacionales, como usted y yo, nunca nos pasa nada.
-¿Puedo darle un beso de adiós?
-No, no puede.
Caminó casi una hora más sin encontrar a nadie. Se sentía agotado. Le dolían todas las bisagras y el pescuezo. También las articulaciones, como si fuera artrítico.
Cuando llegó al final, había empezado a lloviznar. Se refugió bajo un cobertizo, medio destartalado. De pronto una moto se detuvo allí y cierto conocido rostro veterano asomó por debajo de un impermeable.
Era Fernández, claro, viejo amigo de su padre. El de la moto le hizo una seña con el brazo y le gritó:
-¡Don Marcos! ¿Qué hacés ahí, tan solitario?
-Eh, Fernández. No confunda. no soy don Marcos, soy Marquitos.
-En todo caso, Marquitos con Alzheimer.
-Por favor Fernández, no se burle. Acabo de salir del túnel. Lo recorrí de cabo a rabo.
-Ese túnel vuelve locos a todos. Deberían clausurarlo para siempre.
-No soy don Marcos. soy Marquitos. Justamente voy ahora en busca de mi viejo.
-Sos incorregible. Desde chico fuiste un payaso. Tomá, te dejo mi paraguas.
La moto arrancó y pronto se perdió tras la loma. Mientras tanto, en el cobertizo, sólo se oía una voz repetida, cada vez más cavernosa:
-¡Soy Marquitos! ¡Soy Marquitos!
Por fin, cuando emergió del túnel un caballo blanco, sin jinete, y se paró de manos frente al cobertizo, Marquitos se llamó a silencio y no tuvo más remedio que mirarse las manos. a esa altura, le fue imposible negarlo: eran manos de viejo.
*de Mario Benedetti, incluido en "Insomnios y duermevelas" de editorial Seix Barral.
Estación TAMBO NUEVO
*
De pequeña estatura, peinado "á la garçón" y andar sinuoso, Cecilia, docente universitaria, suele trepar todas las mañanas al tren de las 10:25 que la deposita en los concurridos andenes de la Terminal de La Plata, rodeada por una casi zoológica variedad humana que también se dirige, impasible, hacia su trabajo. Salir de la estación y llegar hasta la Universidad no es más que dar un paso; pero hasta los gestos más anodinos se transforman para ella en una insoportable avalancha de tedio.
Los anteojos negros y los auriculares del walkman clavados en las orejas son una constante en su vida. Vive escuchando música: The Cure, Peter Gabriel, Prince & The Revolution… Los libros son otra constante, que gusta de mostrar llevando bajo el brazo como si de una vitrina se tratase, siempre indagando en la obra de autores norteamericanos contemporáneos: Raymond Carver, Paul Auster, Charles Bukowski… Lecturas y sonidos: elementos indispensables para aislarla del mundo. Un mundo que insiste en rodearla con sus sutiles tragedias cotidianas, muchas veces maquilladas como azarosas e inofensivas trivialidades. Un mundo que desde hace muchos años ha quedado para ella polarizado en blanco y negro, sin matices que lo singularicen. Todo lo que lo rodea debe ser catalogado rápidamente, a fin de mantenerlo a raya, bajo control.
Porque de lo contrario, se vería arrasada por la fantasía…
Tantas veces la han juzgado sus conocidos -¿qué significará tener un amigo?- por ser contradictoria, que ya ni repara en los comentarios de los demás. Ella vive su vida sin pedirle explicaciones a nadie, y menos aún tolera que se las exijan. Ya bastante ha tenido durante su infancia, con ese padre gendarme que martirizara a su madre y a sus hermanos con sus caprichos, durante esas infinitas horas que se extendían para ellos antes y después de cenar, padeciendo los crueles efectos que el whisky operaba sobre aquel hombre sufrido y despótico a la vez; borracheras que generaban discusiones cada vez más encarnizadas entre sus padres, y las consiguientes golpizas que recibía cualquiera que se cruzara en el curso de sus etílicos razonamientos.
Ella era muy jovencita, pero hay cosas que jamás se olvidan, marcándose a fuego para siempre. Desde entonces, necesita establecer sus propios códigos, tener muy en claro por qué hace ciertas cosas, saber cuáles son sus límites, y por sobre todo, no depender de nadie. Para nada.
Pero también existe ese costado oscuro, inasible, perturbador. Varias veces se preguntó si no estaría volviéndose loca, a partir de los delirios que se le ocurren, las imágenes que surgen sin previo aviso delante de sus ojos, escenas que casi siempre llevan implícito un contenido sexual……que la sepulta de vergüenza. Situaciones inconfesas, que sólo se proyectan dentro de su cabeza, sin llegar a articularse en relato alguno, pero que más de una vez la hicieron dudar. "¿Será cierto esto que me está pasando?"
Como aquella vez que se encontró mano a mano con el Sheriff.
Había subido en la estación, como de costumbre, eligiendo un asiento decente donde aposentarse y leer tranquila "Short Cuts", de Carver, hasta llegar a La Plata, con el clásico sonido de fondo de los Rolling Stones. Pero los asientos de este lado del vagón estaban ocupados o semidestruidos, por lo que continuó pasillo arriba, hasta alcanzar el próximo tramo de asientos. Sólo que en el descanso intermedio alguien se le cruzó de improviso.
Lo primero que vio fue la camisa de jean polvorienta, la plateada estrella sobre el pecho, el enorme escudo con la bandera del General Lee en el cinturón. Sólo un instante después reparó en aquel brillante par de revólveres Smith & Wesson, un cinturón cruzado sobre otro –repletos de balas-, los pantalones mucho más sucios que la camisa, y un oscuro par de botas tejanas gastado en extremo. Al alzar la vista, por debajo de un negro sombrero Stetson, se topó con una cara cincelada en piedra, adornada por un tupido bigote gris, y poseedora de una mirada dura e inescrutable. Retrocedió un paso ante la sorpresa, suponiendo que semejante personaje se había equivocado de tren y de fecha: el Carnaval ya había terminado hacía unos cuantos meses.
Pero el hombre del Far West la atravesó con la mirada, sosteniendo en alto sus manos abiertas, por encima de las culatas de los revólveres, como si se encontrara a mitad de una desierta calle de su pueblito natal en Arizona, abrasado por el sol del mediodía, y fuese a batirse a duelo en cualquier momento contra un forajido desconocido.
-Al fin nos encontramos, muchachita -, murmuró entre dientes. -Ya era tiempo de que arreglásemos cuentas, tu y yo.
Apenas lo escuchó por encima de los acordes de "You can´t always get what you want". Cecilia supuso que aquel fantoche se equivocaba de persona, o bien había aspirado alguna línea blanca de más. Hizo una mueca de disgusto, meneó la cabeza, e intentó hacerse a un lado, a fin de evitarlo y continuar avanzando a través del pasillo. Pero el Sheriff extendió una de sus curtidas manazas, la apoyó contra uno de sus tibios pechos, y la empujó nuevamente hacia atrás.
-¡EEEH!!! ¿Qué hace??? -, estalló ella, plantándose firme, dispuesta a defenderse y arañarlo, si fuese necesario. -¿Qué le pasa? ¿Se volvió loco?
-Nadie rehúsa prestar atención a los sabios consejos del Sheriff Roy Buchanan -, masticó él sus palabras, con el acento propio de aquellas viejas películas del Far West que ella viera por televisión durante su niñez. –Pero si ello ocurre, no vamos a poder evitar tener un enfrentamiento aquí mismo.
-¡Déjeme pasar, insolente, o llamo al Guarda!!! -, chilló ella, a viva voz.
El Sheriff emitió una risa seca y carente de humor.
-¿Ese gordito infeliz de gorra verde, lentes esféricos y silbato chillón? Acabo de liquidarlo con un solo tiro antes de llegar a la estación. Su cuerpo fofo cayó a las vías con un sonido pasmoso, como una bolsa repleta de grasa vacuna.
Cecilia, advirtiendo que por allí no podría seguir, y aún humillada por la mano que aquel desgraciado había depositado con gusto sobre ella, volvió furiosa sobre sus pasos, con los dientes apretados, los puños cerrados a los costados del cuerpo, deseosa de tener cualquier arma a mano para liquidarlo, del mismo modo en que él decía haber asesinado al Guarda del tren. Pero no llegó muy lejos. La misma manaza que la humillara segundos antes descargó todo su peso sobre uno de sus hombros reteniéndola en seco.
-¿Adónde crees que vas? -, proclamó a sus espaldas, autoritario. –Nadie me desaira de esta manera. Y menos aún una jovencita engreída como tú, a quien le vendrían muy bien unas palmadas en las nalgas. Eso te gustaría, ¿verdad? Te excitaría muchísmo…
Y volvió a emitir esa risa seca, deshumanizada, cruel, al tiempo que la presión que ejercía sobre el hombro la hacía girar sobre los talones, con una fuerza tal que le era imposible impedirlo. Cecilia se desesperó, quitándose los auriculares del walkman de un solo tirón. Los Rolling Stones continuaban musicalizando su vida, ahora también para el resto del pasaje, que la miraba con curiosidad, y hasta con cierto temor.
-¡Basta, animal! ¿Quién se piensa que es para andar toqueteándome? ¡Hijo de puta! ¡Déjeme en paz!
Varias cabezas se dieron vuelta a su alrededor. Ahogados murmullos eran secreteados con miradas de reojo en su dirección. A lo lejos, un muchacho con gorrito de lana y buzo de Los Redonditos de Ricota chicaneó:
-Calláte, loca…
-Eso: ya no hagas más escándalo -, le aconsejó el Sheriff. –Y vayamos a sentarnos en aquel asiento, para que puedas quitarte las ganas, y toquetearme a mí también…
Por libidinoso que resultara el comentario, la pétrea mirada del fantoche apenas se inmutó. Cecilia pensó seriamente si aquello que tenía plantado delante sería en realidad humano, o una feroz aparición infernal. Su desbordante furia dio lugar muy rápidamente al miedo, incisivo y letal. Se estremeció de pies a cabeza, y en un rapto de lucidez, agachó el torso para evitar un nuevo ataque de aquella manaza, giró sobre sí misma, y corrió hacia el fondo del vagón, contemplada en su insensata huída por la totalidad de un pasaje absorto por completo.
-¡Ven aquí! -, ordenó el Sheriff, desenfundando veloz uno de los Smith & Wesson, y corriendo detrás suyo.
Cecilia pasó como una exhalación al lado del muchacho con el buzo de los Redonditos, sin tocarlo. Éste alcanzó a decirle al pasar:
-No corrás tanto, nena, que los del loquero ya te van a alcanzar…
Fue lo último que dijo. Al volverse hacia el pasillo, se topó de frente con el Sheriff, quien le disparó un certero balazo en la frente. El cuerpo del muchacho cayó de espaldas sobre el descanso del vagón. El Sheriff saltó por encima de él, y continuó en persecución de Cecilia, quien no dejaba de voltear la mirada por encima de su hombro, a fin de no perderlo de vista. A pesar de su creciente terror, hubo un detalle que no le pasó desapercibido: el estruendo del disparo había sonado apagado, como si hubiera explotado una bomba de estruendo muy lejos de allí. El resto del pasaje la observaba correr sin comprender nada, murmurando frases sin sentido a su paso.
Muy pronto llegó al final del vagón. Más allá de la última puerta, se extendían las paralelas viales, alejándose del tren hacia el horizonte. Ya no había escapatoria. Tendría que saltar, arriesgándose a partirse el cráneo en varias partes, o acceder sin chistar a los soeces requerimientos del fantoche…
…como cuando era una niña y permanecía acostada a oscuras, cubierta por las mantas de su cama, mientras escuchaba vociferar a su padre discutiendo con su madre, temiendo que en cualquier desliz de su violencia incontenible la matase a golpes, para luego encaminarse hacia su dormitorio, tambaleante a causa del alcohol, aferrándose a las paredes, para continuar con su tarea asesina, cegado por la frustración…
Jadeaba agitada cuando se volvió, quitándose los anteojos de sol de un manotazo. Su cuerpo temblaba de pavor, estremecida por los recuerdos y la potencia de sus propias imágenes. Extendió hacia delante el dedo índice de la mano que no sostenía los anteojos, y señaló al Sheriff, quien se acercaba a paso rápido, con el cañón aún humeante de su revólver y una mirada tan deshumanizada que le provocaba ganas de orinar. Entonces, cuando ya casi lo tenía encima, gritó:
-¡No existís, hijo de puta! ¡VOS……NO……EXISTÍS…!
Los pasajeros a su alrededor se volvieron hacia ella, temerosos. Un hombre gordo y de tez morena, quien hasta entonces, recostado contra una ventanilla, leía los resultados deportivos en el Diario Popular, le espetó:
-¡EH! ¿Qué le pasa??? ¿A quién carajo le habla? ¿Por qué no se deja de gritar de una vez, loca de mierda? Queremos viajar en paz.
Cecilia lo miró sin comprender. Varios rostros se volvieron hacia ella, unos asustados, otros burlones, los menos ofendidos. De pronto, fue como si no pudiese comprender dónde se encontraba. Tenía un pavoroso blanco en la memoria, que abarcaba los últimos minutos, desde que ascendiera al tren. Miró hacia el frente, y como era de esperar, no vio más que el pasillo vacío del vagón, con varios rostros que dejaban de prestarle la efímera atención que habían requerido sus chillidos. Darse cuenta de aquello casi le provoca un desmayo.
Arribó a la Terminal platense rígida como una estatua, aferrándose el torso en un apretado abrazo, recostada de pie contra la última puerta del vagón, oyendo muy a lo lejos los últimos acordes provenientes de los auriculares de su walkman. Los demás pasajeros descendieron sin mirarla. Finalmente, consiguió reunir las fuerzas suficientes para desplazar su cuerpo agarrotado, mover un pie detrás del otro, y descender los escalones del vagón sin caerse, aún con los anteojos en la mano, las patillas dobladas por efecto de la presión de sus puños.
Deambuló hasta la Universidad sin reconocer nada en derredor. En el bar de la esquina entró al toilette a lavarse la cara. Parpadeó delante del espejo, se corrigió el maquillaje, contempló los anteojos estropeados y reconoció necesitar los servicios de algún óptico. No podría pasarse el resto del día sin los anteojos puestos, sin filtrar la claridad de la realidad. Por lo demás, lo arreglaría como siempre…
Abrió el bolso, hurgó dentro de él hasta extraer la tableta de Rivotril, se tomó un par de comprimidos con un breve sorbo de agua, y volvió a salir a la calle. A enfrentar al mundo, como todos los días. Con la ropa un poco desprolija, eso sí, pero nada más.
Total..., nada de lo que pudiera pasarle estaba fuera de control…
*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
SUAVE ENCANTAMIENTO*
Profundos y plenos
cual dos graciosas, breves inmensidades
moran tus ojos en tu rostro
como dueños;
y cuando en su fondo
veo jugar y ascender
la llama de un alma radiosa
parece que la mañana se incorpora
luminosa, allá entre mar y cielo
sobre la línea que soñando se mece
entre los dos azules imperios,
la línea en que nuestro corazón se detiene
para que sus esperanzas la acaricien
y la bese nuestra mirada;
cuando nuestro "ser" contempla
enjugando sus lágrimas
y, silenciosamente,
se abre a todas las brisas de la Vida;
cuando miramos
las cenizas de los días que fueron
flotando en el Pasado
como en el fondo del camino
el polvo de nuestras peregrinaciones
Ojos que se abren como las mañanas
Y que cerrándose dejan caer la tarde.
(1904)
*de Macedonio Fernández
Textos Selectos Ed. Corregidor 1.999
*
“No sólo de pan vive el hombre……también come carne”, ironizaba Julián Bustos mientras el último ternero culminaba de trepar al último vagón jaula de “FÉNIX”. El cargamento debía llegar esa misma noche a Mercedes, ya que desde allí partirían con rumbo urgente, aunque desconocido para Bustos. Más allá de donde finalizara su misión, el destino del ganado en pie sólo era determinado por los responsables del frigorífico “Santa Anita”, quienes aguardaban con ansia aquel lote de vacunos desde hacía ya tres infinitos días.
Los terneros se agitaban inquietos a bordo de los tres vagones jaula, pero con el correr del tiempo Bustos ya se había acostumbrado a ese detalle. Con lo que no se podía familiarizar era con expresiones taciturnas y distantes como las que esa tarde presentaba el maquinista titular de “FÉNIX”, un Leandro Benítez apagado y acaso rencoroso. Bustos había oído como al pasar que Benítez la “venía piloteando” bastante mal desde hacía un par de meses, cuando comenzaron a investigarlo por un crimen que parecía no haber cometido, vinculado con su trabajo……pero que nunca se aclaró del todo. Sus compañeros habían ido apartándose de su lado, y Bustos sentía hasta cierta piedad por el pobre tipo. Sin embargo, ello no impedía que su talante sombrío le inspirara cierto temor, que crecía a medida que compartían las horas transcurridas durante los transportes.
Eran pasadas las siete cuando la formación reanudó la marcha hacia Mercedes, luego de una breve parada en Estación Pergamino. La tarde tenía un neto corte primaveral. Y Bustos disfrutaba en silencio del paisaje, mientras cebaba unos regios mates, que Benítez aceptaba sin despegar los ojos de la vía, ni acotar palabra alguna.
Lo hechos que se sucedieron a partir de la mitad del trayecto le evocaron a Leandro Benítez la siniestra repetición de una escena traumática, que lo obligó a renunciar a su puesto sin titubeos, y a Julián Bustos lo embargaron de un miedo y una indignación que –a pesar de haberlo intentado infructuosamente- no se le borraron durante lo que le quedó de vida.
Lo primero que vieron, al doblar una curva, fue un par de vetustas y oxidadas camionetas Dodge que apenas si podían moverse, cruzadas sobre los rieles. Benítez movió la palanca con destreza, deteniendo a tiempo a “FÉNIX”, haciendo chirriar los frenos con un estallido de chispas. La locomotora se quejó en un último estertor al detenerse, rozando apenas con su enorme parachoques uno de los abollados flancos de las camionetas.
-¿Pero quién mierda……? -, estalló Benítez, despertando de su letargo.
No consiguió terminar la frase. Una impensada horda de indigentes, entre quienes se hallaban varias decenas de infiltrados, evidentes punteros políticos que comandaban su errático y famélico accionar, surgió de la densa arboleda que se erigía sobre una de las cunetas y saltó hacia la formación armada de filosos cuchillos, trepando hacia los vagones jaula en medio de un colosal griterío de guerra, algunos con increíble agilidad, otros con notorias dificultades en la locomoción, producto de una vida plena de privaciones y falta de atención médica. Rostros desencajados, pieles escamadas, bocas desdentadas, miradas alucinadas… Todos ellos parecían vampiros, aunque sin la menor cuota de palidez, ávidos de sangre……y de carne, a fin de llevarse codiciosos hacia la olla o la parrilla. El ganado olfateó el peligro en el ambiente y comenzó a mugir desesperado, pataleando contra los flancos de los vagones y haciendo vibrar la formación, que al ser abordada por la horda amenazó con volcarse y descarrilar, arrastrando a “FÉNIX” consigo.
Bustos se asomó a la ventanilla de la locomotora sin conseguir articular palabra, estupefacto, dejando caer el mate recién cebado al piso de la cabina de “FÉNIX”, intimidado ante tamaña aparición espectral. Sabía que su misión era proteger el cargamento vacuno de cualquier contratiempo, pero jamás lo habían preparado para repeler un ataque como aquél, y menos aún había podido imaginar por su cuenta algo por el estilo. Así como nunca se había sentido tan impotente frente a una situación de peligro como en aquél momento. Benítez, por su cuenta, reaccionó de manera inversa; con el pavoroso recuerdo del frustrado asalto de la caja fuerte británica del siglo pasado delante de sus ojos, se desbordó de furia, no tanto frente a la injusticia de aquel acto –su responsabilidad lo limitaba exclusivamente a conducir la formación hasta destino-, como ante su propia frustración, y el funesto panorama que inconscientemente avecinaba para sí mismo.
-¡Loco!!! ¿Qué mierda se creen que están haciendo!!! -, chilló desde uno de los balcones laterales de “FÉNIX”, dando un par de pasos hacia la multitud, que ni siquiera lo oyó.
-Quedate piola, chabón, que la cosa no es con vos -, le indicó a escasos cinco metros sobre la cuneta un tipo grueso, con una visera de la Municipalidad de Mercedes calzada hasta las cejas, mientras sopesaba un enorme palo entre sus manos, a manera de garrote.
-¡Pero me están cagando el laburo!!! -, protestó Benítez, deseoso de sacarse de encima con sólo chasquear sus dedos a toda aquella gentuza.
El tipo no le contestó, ni dejó de izar y dejar caer el garrote sobre su palma izquierda, mientras contemplaba parsimonioso el vibrante y efusivo accionar de la gente que habían trasladado hacia allí desde territorios no tan vecinos. La emboscada había sido todo un éxito. Quizá, todo respondiese a un brutal política asistencialista suscripta por el municipio –o por la provincia toda, quién sabe…-; sólo que esta vez no les regalaban empaquetada la carne para el guiso o el asado, sino que se la tenían que procurar de inmediato por sus propios medios…
Los chillidos de los animales, así como de los hombres y las mujeres que asestaban cuchilladas a diestra y siniestra, parecían similares. La ferocidad de aquel ataque parecía denotar algo más que hambre; se asemejaba más a una venganza muda, cuyo destinatario principal ni siquiera era una persona o una corporación. El tren no hacía más que vibrar; varios terneros agonizantes trastabillaban y caían sobre el suelo irregular, cruzado por las vigas de acero de todo vagón jaula, generando temblores y estruendos que le ponían al maquinista y al encargado del frigorífico los nervios de punta. Luego de unos minutos, comprobaron que varias mujeres ensangrentadas se alejaban de la escena munidas por toscos trozos de carne faenada, aún con el peludo cuero pegado sobre sus costados. La sangre vacuna se derramaba indolente sobre los enrejados flancos de los vagones jaula, cayendo sobre los cantos rodados de la vía con un sello ciertamente horroroso.
Entonces, cuando la masacre parecía haber alcanzado su punto de mayor fragor, con el primaveral aire de la tarde impregnado por el fétido olor de la muerte -coronado por el de la sangre, el miedo y la bosta-, una abominación mayor tuvo lugar ante los incrédulos ojos de Julián Bustos y Leandro Benítez.
Los ángeles vengadores del sistema surgieron casi de la nada, sin que nadie reparase en su existencia, sobre la explanada opuesta a la arboleda. Cubiertos por el más cómplice de los silencios, habían llegado a bordo de sus patrulleros blancos y azules sin encender ninguna sirena o baliza, sabedores de su impunidad. Se habían apostado en hilera, protegidos detrás de sus vehículos, todos ellos enfundados en sus uniformes oficiales, sin pronunciar palabra, ejecutando órdenes tan precisas como los punteros que minutos antes comandaran el asalto. Como dos ejércitos enfrentados -uno de ellos probablemente financiado por el frigorífico “Santa Anita”, encargado de hacer un seguimiento muy próximo al cargamento, ante los reiterados rumores de un ataque de cuatreros, según los rumores de pasillo que Bustos consiguió milagrosamente evocar en aquel instante-, aunque ambos bandos sostuvieran en alto la misma bandera de la pobreza.
Alguien gritó, de pie sobre el techo de uno de los camiones jaula, queriendo alertar a sus compañeros en el último segundo. Aunque pocos lo supieran, en la barrabrava de Boca Juniors y en su barrio platense de Los Hornos lo conocían como el Gordo Nacho, muchacho dispuesto como pocos para el desorden y el beneficio sin esfuerzo alguno; extraña clase de gato salvaje que siempre caía de pie, cualquiera fuese la situación que le tocase enfrentar. Sólo unos pocos consiguieron escucharlo, demasiado tarde para reaccionar.
En aquel último instante, lo único que consiguieron distinguir el maquinista y el encargado del frigorífico, en medio del caos y la confusión generados por el griterío humano y animal –aunque ya casi no pudiesen diferenciarse entre sí-, fue el sostenido pero breve pitido de un silbato, iniciando las maniobras consistentes en repeler a los invasores. Sólo que, evocando por su ausencia a las oscuras y anchas bocas de los lanza-gases antimotines, las decenas de cañones de pistolas y escopetas que se parapetaban detrás de los patrulleros, sumados a igual número de ojos fijos a través de sus miras sobre blancos móviles precisos, presagiaban mucho más que lo peor.
Las últimas luces de la tarde agonizaron en medio de un ensordecedor y sincopado estruendo de disparos, que vomitaron fuego y muerte a discreción sobre aquel malogrado convoy ferroviario. Cápsulas y cartuchos servidos volaron por doquier alrededor de las fuerzas del orden, impregnando el espacio de la cuneta de las vías por el acre aroma de la pólvora. Fue un fusilamiento casi a quemarropa, sin contemplaciones. Nadie preguntó ni se cuestionó nada; todos obedecieron en bloque, disparando y recargando sin pensar. Mientras sus víctimas, humanas y –por desgracia, en el fragor de la contienda- también animales, caían al suelo entre alaridos de sorpresa y de dolor, cubiertos de sangre de pies a cabeza, tajeados por las cuchilladas, agujerados por los balazos, con los brazos en alto en un inútil y postrero intento de rendición, derramando vísceras sobre cada camión jaula y los cantos rodados de las vías, implorando en vano como sus congéneres entre los desolados muros del matadero.
Bustos se arrojó al suelo de la cabina ni bien sonaron los primeros disparos, que derribaron al tipo del garrote y la visera casi de espaldas, sin que se diese cuenta que estaba muriendo, mientras Benítez se zambullía detrás del encargado del frigorífico desde el balconcito lateral de “FÉNIX”. Desesperados reptaron sobre sus vientres hasta alcanzar la puerta del otro lateral, abriéndola hacia la arboleda, donde parecían querer escapar los últimos asaltantes -entre ellos, un aterrado Gordo Nacho-, seguidos de cerca por el silbido de los proyectiles. Las balas arrancaban fragmentos de corteza de los árboles en busca de los recién fugados, mientras las fuerzas policiales avanzaban en bloque, abandonando la protección de los patrulleros sin dejar de apuntar hacia la ya abatida multitud, yendo a la caza de los escasos heridos y moribundos……y de todo aquel que pudiese oficiar como solitario pero peligroso testigo del hecho.
Varios cañones los apuntaron cuando ambos se arrojaban desde “FÉNIX” hacia la cuneta de la arboleda. Sólo una milagrosa orden del oficial a cargo consiguió salvarles el pellejo, al reconocer en el último segundo a Julián Bustos como uno de los empleados del frigorífico “Santa Anita”. Algunos uniformados se adentraron entre los árboles disparando a ciegas, mientras la mayoría de los demás se encargaban de rematar a los caídos, y los pocos restantes se ocupaban de levantar a los empujones al maquinista y al encargado, apoyarlos de cara contra el costado de la locomotora, y esposarlos, a pesar de las vacilantes y quejumbrosas quejas de Benítez, sin apartar de sus cabezas los humeantes cañones de las armas.
Bustos se apoyó de espaldas contra la locomotora, dejándose caer al suelo hasta quedar sentado sobre el canto rodado, y vomitó hacia un costado, orinándose al mismo tiempo en los pantalones. Benítez temblaba, manteniéndose apenas en pie, con la mirada perdida a fin de evitar contemplar el rostro del horror, y el semblante desolado frente a su incierto futuro. Más allá, los últimos terneros mugían en estridente agonía, erizándoles la piel. Y decenas de cadáveres teñían de rojo la pampa húmeda.
Los orificios de bala de distintos calibres permanecieran sobre el lateral de “FÉNIX” durante el resto de su campaña ferroviaria, como cruel y mudo testimonio de aquella tarde de masacre. Sus eventos jamás se dieron a conocer en los medios de prensa, y sólo un par de aterrorizados testigos recordaron por siempre, aunque incapaces de relatarlos ante auditorio alguno.
“No sólo de pan vive el hombre……también come carne”, recordó –muchos meses después, con unas cuantas copas encima- haber pensado aquella misma tarde, como en un sueño, antes de emprender el viaje, el empleado Julián Bustos. “Carne de res faenada”, musitó con un inconfundible vaho etílico, sobre una anónima mesa del restorán “Fronteras”, antiguo boliche de los que se apeaban en la Estación Tambo Nuevo, dos o tres décadas antes; “carne que nos alimenta a todos, y que nos acostumbramos a comer desde bien chicos”.
Aunque, claro, rara vez esa carne faenada con la que se alimenta una nación… termine siendo humana.
*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
Perdido*
*de Haroldo Conti
El tren salía a las ocho o tal vez a las ocho y media. Recién diez minutos antes enganchaban la locomotora pero de cualquier forma el tío se ponía nervioso una hora antes. Todos los del pueblo eran así. Apenas llegaban y ya estaban pensando en la vuelta. Su padre había hecho lo mismo. La mitad del
tiempo pensaba en las gallinas, que comían a su hora, o en el perro, que había dejado en lo del vecino. Para el, Buenos Aires era la Torre de los Ingleses, Alem, la avenida de Mayo y, por excepción, el monumento a Garibaldi, en Plaza Italia, porque la primera vez que vino, con la vieja, se extraviaron y fueron a parar allí. Se sacaron una foto y el tipo de la máquina los puso en un tranvía que los llevó a Retiro. De cualquier forma llegaron una hora antes y con todo estaban tan excitados que casi se meten
en otro tren.
Mientras cruzaba la Plaza Británica con aquella torre que de alguna manera presidia su vida, vista o entrevista a cualquier hora del día en que pisó Buenos Aires, y luego los años y toda la perra vida, y ahora esa vieja tristeza que le nacía de adentro, bueno, y la torre siempre alli como el primer día. Mientras cruzaba la plaza, pues, vió al tío por anticipado en un rincón del hall del Pacífico (ellos todavía decían Pacífico) encogido dentro del sobretodo que olía a tabaco, con la valija de cartón imitación cuero a un lado y un montón de paquetes sobre las rodillas, manoseando el boleto de segunda dentro del bolsillo para asegurarse de que todavía seguia allí.
Lo había llamado dos o tres veces desde el hotel Universo pero él estaba fuera y la muchacha entendió las cosas a medias. Después trato de llegar hasta la casa, a pie, por supuesto, pues los troles y los colectivos lo espantaban. Se había extraviado en algún punto de Leandro Alem y antes de perder de vista la Plaza Britanica prefirió volver a Retiro y esperar el tren.
Hacía un par de años que Oreste no veía al tío pero estaba seguro de encontrarlo igual. La misma cara blanca y esponjosa salpicada de barritos y de pelos con aquellos ojos deslumbrados que se empequeñecían cuando miraba algo fijo, el moñito a lunares marchito y grasiento, el mismo sobretodo
negro con el cuello de terciopelo, el chambergo alto y aludo que se calzaba con las dos manos y el par de botines con elásticos.
La estación Pacífico se había empequeñecido con los años. Eso parecía, al menos. En realidad era un mísero galpón con un par de andenes mal iluminados. En otro tiempo, sin embargo, veía todo aquello coloreado por una luz misteriosa. La propia gente estaba impregnada de esa luz. Era espléndida, leve y gentil, como si no fuera a cambiar ni a morir nunca y la estación lucía como un circo. Pero la gente había cambiado de cualquier forma y la vieja estación Pacífico lucía ahora como lo que era, un misero
galpón de chapas lleno de ruidos y olor a frito.
Vió al tío en un banco, debajo del horario de trenes. Parecía muy pequeño e insignificante. Tenía las manos metidas en los bolsillos, las piernas bien juntas, un paraguas sobre las rodillas y la mirada perdida en el aire.
Miraba en su dirección pero no lo veía. No veía nada.
Reaccionó cuando lo tuvo delante. --¡Oreste!
Se abrazaron y se besaron, de acuerdo a la vieja costumbre. Oreste dejó que el tío lo palmeara un buen rato. Tenía ese olor familiar, un olor masculino que evocaba a aquellos hombres reservados de su infancia que le sonreían, con breve indulgencia, como el tío Ernesto, grande como un ropero y delante del cual tragaba saliva invariablemente, o el gran tío Agustín, la única vez que lo vió el día que vino de Bragado en aquel Ford A con cadenas que echaba una nube de vapor por el gollete del radiador, o al propio tío Bautista cuando era el mismo por entero y no apenas esta sombra.
Se apartaron y el tío pregunto sin soltarle los brazos:
-¿Cómo va? --Bien, bien.
Se miraron y sonrieron un rato y después se volvieron a abrazar.
--¿Y usted, que tal? --Bien, bien.
--¿La tía?
--Y, bien.....
Le puso una mano sobre un hombro y lo miró largamente. Oreste sonrió despacio. Estaba acostumbrado a aquel estilo.
--¿A qué hora sale el tren? --A las ocho y media.
--Son las siete y cuarto. Vamos a tomar algo.
--No... mejor nos quedamos aquí. ?A dónde vamos a ir? Entre que arriman el tren, y enganchan la locomotora se va el tiempo.
Sí, pero nosotros no tenemos nada que ver en todo eso. Vamos.
--¿Y a dónde? No hagas cumplidos conmigo, hijo.
Estuvieron forcejeando un rato hasta que por fin lo convenció y se metieron en el bar de la estación. Consiguiercn un lugar desde el cual, a través de una perspectiva complicada, veían un pedazo del andén número 4.
Oreste pidió hesperidina y el tío, a fuerza de insistir, un Cinzano con bíter.
--¿Cómo se largo hasta aquí?
--Eh!... hacia tiempo que lo tenía pensado.
El tío miró el reloj del bar y puso cara de espanto.
--Esta parado --dijo Oreste sujetándolo por un brazo.
No parecía convencido. Saco y examinó el viejo Tissot con agujas orientales.
--¿Que te decía?... oAh, si! Vine a ver a mi primo, Vicente. Hacía seis años que no lo veía. Somos del mismo pueblo, Baigorrita. Le estaba prometiendo siempre. Que hoy, que mañana. Sorbió un traguito de Cinzano.
--Esta viejo. Casi no lo conozco.
Permaneció un rato en silencio con el mismo gesto abstraído que tenía cuando esperaba en el hall.
--¿Que tal? ¿Como va eso?--volvió a preguntar con desgano.
--Bien, bien.
--¿Se progresa?
--Se progresa.
Se miraron con afecto, sonrieron y callaron.
El tío había sido siempre así. El tío y todos ellos.
--Traje una punta de encargues. La tía me pidió unas latas de "Sal de Hunt". Hace mas de un año que anda detrás de eso. Fui a buscarlas a Junín hace dos meses. No... en noviembre. Hace cuatro meses.
--¿Para qué sirve? ,
--Para el estómago. Es una gran cosa. La gente toma ahora toda clase de porquerías, pero ésto es realmente bueno.
Silbó una locomotora y el tío se alarmó.
--Falta todavía.
Volvió a mirar el reloj y sorbió otro poco de Cinzano.
--Bueno, fui a la Franco-Inglesa y conseguí todo lo que quise. Le mostré el tarrito al tipo y me dijo: "¿Cuantos quiere?". Apenas lo miró. ¿Te das cuenta?
Dentro de un rato iba a desaparecer en la ventanilla de un vagón de segunda y no lo vería hasta dentro de cuatro o cinco años. Había otros cinco antes de ahora. Su viejo desapareció así un día y no lo vió más.
--¿Qué tal todo aquello? --preguntó Oreste después de un rato.
Todo aquello. Era un roce lastimero, un crepitar de años envejecidos, una pregunta hecha a si mismo, a un negro hoyo de sombras.
--Igual.
--¿Los muchachos?
--Siempre igual.
Callaron otra vez.
El tío hizo girar la copa y sorbió el último trago.
--¿Qué hora es?
--Las ocho menos cuarto.
El tío saco el reloj y lo observó inquieto.
--Casi menos diez. ¿Vamos?
Oreste dudó un rato.
Vamos.
Estaban enganchando la locomotora. El tío recogió los paquetes y la valijas y comenzó a caminar apresuradamente hacia el andén número 4. Parecía haberlo olvidado.
Oreste trató de tomarle la valija y el tío lo miró con extrañeza.
--Está bien, muchacho. No te molestes.
--Déle saludos a la tía. A todos.
--Gracias, querido. Gracias.
Corrieron a lo largo del tren tropezando con los tipos de segunda que corrían a su vez como si la estación se les fuera a caer encima y metían por las ventanillas los chicos o las valijas para conseguir asiento. El tío trepó a uno de los vagones cerca de la locomotora y al rato sacó la cabeza
por una ventanilla.
--¿Cuándo vas a ir por allá -preguntó mirando mas bien a la gente que se apiñaba sobre el andén.
--Apenas pueda.
--Tenés que ir, eso es. ¿Cuándo dijiste?
--Cuando pueda.
El tío se apartó un momento para acomodar la valija. Después se sentó en la punta del banco y permaneció en silencio.
Se miraron una vez y el tío sonrió y dijo:
--¡Oreste! . . .
Él sonrió también, desde muy lejos, al borde del andén.
Sonó la campana y el tío asomó apresuradamente medio cuerpo por la ventanilla.
--¡Chau, querido, chau! -dijo y lo besó en la mejilla como pudo.
Trató de besarlo a su vez pero ya se había sentado.
El tren se sacudió de punta a punta. El tío agitó una mano y sonrió, seguro.
Oreste corrió un trecho a la par del tren. Corría y miraba al tío que sonreía satisfecho, como aquellos hombres de la infancia.
Luego el tren se embaló y Oreste levantó una mano que no encontró respuesta.
*Del libro "Con otra gente", © Centro Editor de América Latina, 1972
-Fuente: http://ferrosur.iespana.es/ferrosur/perdido.html
Correo:
Amigos del Ferrocarril al Servicio del País.
En el marco de “los 150 Años del Ferrocarril en la Republica Argentina” AFESEPA tiene el agrado de Invitarlo a participar de las: 1ras. JORNADAS: EL FERROCARRIL EN LA RECONSTRUCCIÓN DE ARGENTINA
29/06/07 de 16 a 20.30 hs. y 30/06/07 de 09 a 13 hs., en el Auditorio del C.P.C. Centro América - Juan B. Justo 4300 de la Ciudad de Córdoba
PROGRAMA DE ACTIVIDADES
Viernes 29 de Junio
16 hs. Acreditaciones –
Visita MUESTRA FOTOGRAFICA FERROVIARIA (del Fotógrafo Nicolás Castiglioni)
17 hs. Acto Apertura a cargo del Subsecretario de Descentralización Municipal – Sr. Ricardo Aizpeolea y del Director del CPC Centro América “Lic. Alejandro Crosse”
17.15 hs. AFESEPA Expone – “El Ferrocarril en el Plan Nacional, Multimodal, Integrado de Transporte” a cargo del Arq. Eugenio Beccari (miembro Fundador de AFESEPA – ex ferroviario del Distrito Vía y Obras Córdoba del ex FF.CC. Belgrano ).
Síntesis: En el contexto de un sistema de transporte Nacional en emergencia vial (rutas saturadas – altas tasa de accidentes – consumos excesivos de hidrocarburos – etc), son indicadores de lo que tendremos en el futuro. Por ello presentamos, este Plan Nacional de Transporte, con sus subsistemas integrados y coordinados.
18.00 hs. Coffe Breack
18.30 hs. “EL FERROCARRIL: SU IMPORTANCIA EN EL DESARROLLO NACIONAL” Expone: Juan Carlos Cena – de Buenos Aires - Fundador de MO.NA.RE.FA Movimiento Nacional por la Recuperación de los Ferrocarriles Argentinos – ex ferroviario
Síntesis: El transporte en la Argentina, sus falencias, la participación del Estado nacional y como fue incidiendo en la realidad del transporte en general y de los ferrocarriles en particular.
La competencia del auto transporte automotor, es el eje central para entender el desguace de nuestra red ferroviaria. Las desventuras de la nacionalización. Las consecuencias de la política de transporte de los 90. el regreso de los ferrocarriles de la mano del banco mundial, en los tiempos actuales.
19.30 hs. Puesta en Común de Testimonios – Experiencias – Opinión – Historia. De los participantes de las Jornadas.
20.00 hs. Proyecto Ramal A1: Córdoba – Cruz del Eje - TREN DE LAS SIERRAS. Expone: José Ignacio Córdoba – miembro Fundador de AFESEPA – ex ferroviario del Distrito Vía y Obras Córdoba del ex FF.CC. Belgrano.
Síntesis: Este Proyecto pretende ser un Aporte a la Inversión que la Nación tiene previsto realizar en el Ramal A1. En este sentido, Advertimos antes que se realice tal inversión. Que estamos frente a una inmejorable oportunidad de reconstruir en función del contexto de la Región a futuro y de la interconectividad que este Ramal no tiene.
30 de Junio
09.30 hs. – Estado de Situación de los Ferrocarriles en la Actualidad – Accidentes. Expone: Juan Carlos Cena – de Buenos Aires - Fundador de MO.NA.RE.FA (Movimiento Nacional por la Recuperación de los Ferrocarriles Argentinos)– ex ferroviario
Síntesis: Informe de los resultados desde las privatizaciones hasta la actualidad.
10.40 hs. – La Frustración del transporte ferroviario en las Provincias de La Rioja y Catamarca – Expone: Pedro Solaum – de La Rioja -miembro de AFESEPA – ex ferroviario – Coordinador Zona Tucumán – Jefe de Distrito de La rioja – de Chaco y de Formosa.
Síntesis: Informe de Situación del Transporte Ferroviario en las Provincias con mas riqueza minera de Argentina.
11.00 hs. Coffe Breack
11.30 hs. Puesta en común de Testimonios Experiencias – Opinión . Historia. De los participantes en general de las Jornadas.
12.00 hs. El Ferrocarril Interurbano para la ciudad de Córdoba y su Area Metropolitana. A cargo del Arq. Eugenio Beccari -(miembro Fundador de AFESEPA – ex ferroviario del Distrito Vía y Obras Córdoba del ex FF.CC. Belgrano ).
Síntesis: El transporte en la ciudad de Córdoba, y su Area Metropolitana - tiene el agravante de una ciudad con gran crecimiento demográfico en un futuro inmediato. Situación que implica Planificar un Sistema Ferroviario
13.00 hs. Acto Homenaje a los 150 años del Ferrocarril en Argentina y de Cierre de las Jornadas.
-Maestro de Ceremonia: Carlos Antonio Monteros – de Tucumán – Geólogo – Espec. En recursos Hídricos – ex ferroviario en Tafi Viejo – Tucumán.
Los miembros de AFESEPSA, Agradece a las Autoridades y Personal del CPC Centro América por ceder este espacio para estas Jornadas – que se proponen ser un espacio de Aporte para nuestra Patria. -
Integran AFESEPA: Norma H. Romano, ex ferroviaria, el Geólogo Horacio Corbaglia, ex ferroviario – el Prof. Sociólogo Claudio Hausa, aficionado, de Buenos Aires, el Ing. Julio Zorn, ex ferroviario – el Arq. Eugenio Beccari – ex ferroviario – el Tec. Luis Reginato, ex ferroviario – el Sr. Luis Ramon Frias, ex ferroviario – jefe de Distrito en la Prov. De San Luis – Linea ex San Martín – el Sr. Jose Ignacio Córdoba, ex ferroviario – el Ing. Martín Testani, aficionado , de Buenos Aires – el Sr. Pedro Solaum, ex ferroviario, Coordinador de Zona Tucuman, Jefe de Distrito en La Rioja, en Chaco y en Formosa, ex Linea Belgrano, el Geólogo Carlos A. Monteros, ex ferroviario de Tafi Viejo Tucuman y el Tec. Ramón Romualdo Pérez ex ferroviario y personal de la (Dirección de Fiscalización) Secretaria de Transporte de la Nación.
Consultas:
Ramón Romualdo Pérez mail: rromualdop@hotmail.com
Secretario AFESEPA - Tel.0351 4921875 156838043
Jose Ignacio Córdoba mail: afesepa@hotmail.com
Director AFESEPA Tel.0351 4783427 156610719
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Queridas amigas, queridos amigos:
El domingo 1 de julio del 2007 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM o 97.3 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música antigua brasilera interpretada por el grupo Quadro Cervantes. Las poesías que leeremos pertenecen a Oscar Ángel Agú (Argentina) y la música de fondo será de Wayanay (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!
ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
REPETICIÓN: ¡La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!
Cordial saludo!
YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 44 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067
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Reescribiendo noticias. Una invitación permanente y abierta a rastrear noticias y reescribirlas en clave poética y literaria. Cuando menciono noticias, me refiero a aquellas que nos estrujan el corazón. Que nos parten el alma en pedacitos. A las que expresan mejor y más claramente la injusticia social. El mecanismo de participación es relativamente simple. Primero seleccionar la noticia con texto completo y fuente. (indispensable) y luego reescribirla literariamente en un texto -en lo posible- ultra breve (alrededor de 2000 caracteres).
Enviar los escritos al correo: inventivasocial(arroba)yahoo.com.ar
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Cuales son sus contenidos ?
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