CAEN COMO PEDACITOS DE ESTRELLAS...

“Nunca dejes de creer”*


A veces nuestros sueños caen al suelo como pedacitos de estrellas que poco a poco se apagan. Nuestro corazón llora en silencio y cuando las lágrimas caen, el acto del cuerpo y el corazón de tanto amar, se convierte en hielo, para no sufrir más, para ya no llorar. Pero si volteas al cielo te darás cuenta que quedan millones de estrellas y cada una sí suele sufrir, y la fuerza en tu interior respira aire en tu corazón. Solo nunca dejes de creer, porque el amor y tus sueños son la única puerta hacia la eternidad.



*Texto de Camila Díaz Hernández, 11 años.

-Grupo de creación literaria JAJAJA, asesor José Miguel Rodríguez Ortiz.
Tomado de la web Desdelcorazon.
-Enviado para compartir por Marié Rojas.






CAEN COMO PEDACITOS DE ESTRELLAS...






DES-EMBRUJANDO*




Mikilo está embrujado
No hay siesta sin Mikilo
El corazón del monte se desangra.
Se han robado las sombras
¡Ay, pausa de la siesta!,
clama el clavel del aire.
Solo descansan los huesos de los muertos,
las piedras y uno que otro lagarto
refugiado en las pajas.
Mikilo yace, exhausto, al pié de los cardones
Vigilantes, alertas, los viejos centinelas
inertes, lo acompañan.
Crepitan ambos y en rescoldos de luna
se consumen.
El río se evapora. El sol, con un tridente
se disfraza de gnomo.
Intermitente. Agudo. Con prisa inenarrable
asola el vendaval de fuego.
Deshace las estrellas, en lluvia incandescente
se derraman


...y el bosque es una hoguera...


Detrás de un tronco adusto, el sapo enamorado,
viejo conocedor de embrujos y de lunas,
asoma su cabeza.
Le habla al oído al viento.
Le canta al viejo río.


Su lágrima es una perla suspendida
... y una alquimia de sombras se posa en los cardones...


¡Ay, pausa de la siesta!
Goza el clavel del aire.


*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







ELEGIDOS*



*Por Antonio Dal Masetto



Le hago una visita a mi viejo conocido el licenciado Almayer, director y alma mater de Zeus S.A., Instituto de Formación para el Exito.
-Almayer -le digo-, estoy cansado de andar penando en el llano, quiero estar en la cima de la colina.
-Vino al lugar indicado, mi querido amigo -me dice-, lo felicito por la decisión de abandonar la planicie, su sitio son las alturas.
Me siento reconfortado.
-Por favor, instrúyame -le digo-. La verdad que ando más tirado que el perejil.
-Mi Instituto está perfectamente pertrechado para resolver su problema.
Tengo bajo mis órdenes un equipo de profesores de altísimo nivel, gente muy afilada, especializada en sociología, psicología, oratoria, comunicación y supervivencia en situaciones límites. Le voy a enumerar las reglas básicas para que vea cómo funciona nuestro entrenamiento. Regla número uno: debe hacerse amigo de todos sus compañeros, ganarse su confianza y su corazón e inmediatamente traicionarlos.
-¿Sin más ni más? A mí siempre me enseñaron que el que tiene un amigo tiene un tesoro.
-Recuerde el viejo dicho: amigos son los testículos y también se golpean. La segunda regla se deduce de la primera: todos los que lo rodean son sus enemigos, ódielos, destrípelos sin asco.
-¿Me está hablando metafóricamente?
-Nada de metáforas, en el Instituto Zeus tripas quiere decir tripas y ninguna otra cosa.
-Comprendido, maestro.
-La tercera regla se deduce de la primera y la segunda: a los adversarios, que son todos, tiene que devorarles los sesos.
-¿Intelectualmente?
-Nada de intelecto, les tiene que hacer un agujero en el cráneo y chuparles los sesos, para que no les quede ni una sola idea. No le haga asco a nada. A los débiles de estómago y a las almas dubitativas se los comen los chimangos.
-Comprendido, maestro.
-Ultima regla y regla de oro: en la olla del guiso, si está bien condimentado, la verdad y la mentira tienen el mismo gusto. Apréndaselas de memoria y, cuando termine su preparación, podrá acometer con éxito el ascenso a la colina.
-Entendí, maestro, sin duda es un curso muy estricto y puntilloso. Pienso que sería perfecto si yo aspirara a ser un killer eficiente, un sicario desalmado, un despiadado profesional del crimen. Pero me asalta una duda: ¿para qué le sirve todo ese entrenamiento a un tipo como yo que solamente quiere dejar de penar en el llano y alcanzar la cúspide de la colina?
-Mi buen amigo, los que se acomodaron en la cúspide llegaron utilizando reglas parecidas a las nuestras. Si usted quiere asegurarse una subida rápida, no dude, aplique al pie de la letra las enseñanzas. A saber, elija uno o dos de los que están arriba y dedíquese a demolerlos sistemáticamente.
Indague sus costumbres sexuales, consiga pruebas de las más bochornosas, las que no resisten la luz del sol, y desparrámelas. Revise prolijamente sus finanzas, aunque tenga que revolver los tachos de basura, busque hasta encontrar las pruebas de alguna matufia económica y pregónelas a tambor batiente. Con mirada de entomólogo investigue las relaciones afectivas de los fulanos, las posibles fallas en su grupo familiar, elija las más dolorosas, las que producen vergüenza, y échelas a los cuatro vientos con toda la voz que tenga. Y lo que no encuentre, invéntelo. De todos modos, seguramente algo de cierto habrá. Todos esconden algún secreto.
-Pero me van a hacer pomada.
-De ninguna manera. Si usted llega a ser un rufián lo suficientemente ruidoso, que pega justo y difama con convicción, comenzarán a prestarle atención. Cuando hagan sus cálculos y vean que acallarlo resulta caro, incómodo y trabajoso, lo aceptarán como uno de sus iguales y le tenderán una escalerilla para que ascienda a la cima de la colina, se mezcle con ellos y se convierta en uno más de los elegidos, los intocables, los que están más allá del bien y del mal.





UN CUENTO DE NAVIDAD
Délo por hecho*


*Por Mempo Giardinelli


La noche del 22, justo cuando el calor baja de los 35 grados y parece un alivio dispuesto por los dioses, Rafa y Cardozo se encuentran en el "Bar La Estrella".
-Pero no es duda que me carcoma -avisa Rafa, recolocando hielos en el whisky.
-La duda es una ventaja -concede Cardozo-. Al menos sirve para entretenerse.
-Usted también podría. Va y escribe un cuento y se raja de la menesunda.
Desde las ocho y pico, discuten títulos de libros que no escribirán. Cada dos por tres les da por esa especie de juego -ellos no lo llaman así-, como si el "Bar La Estrella" y los varios whiskies que ya tienen encima los inspiraran.
-"No repare en gastos" -dice Cardozo-. Mire qué título para un libro sobre la estupidez de los ricos.
-No funcionaría -opina Rafa, revolviendo el hielo con el índice derecho-.
Ese debería ser un ensayo y un ensayo con ese título no lo lee nadie. Me gusta más "El que se mueve no sale": buen título para un libro de cuentos.
-Qué le parece "Mañana quién sabe".
-Va mejorando, aunque es muy de policiales. Recuerda a Ellery Queen, a Hadley Chase. Escuche éste: "El fantasma de Donna Kay".
-Explíquese.
-Amparado en una trama policial clásica, con toques froidianos, una novela sobre la reaparición siempre maravillosa del más memorable fracaso masculino. Ambientada en Boston, Massachussetts, en noviembre del '78, con la tragedia de la dictadura en difuso segundo plano, el detective es un argentino traspapelado que reflexiona: "Se me entregó la mujer más hermosa del mundo y yo no supe hacerla mía".
-No se le para.
-Usté lo ha dicho.
-Hum. Demasiado fálico el asunto, Rafa. No estaría a la moda.
-Otra posibilidad sería "Micción imposible". ¿Qué le parece? Podría ser un cuento sobre los padecimientos de un macho prototípico el día que se entera de que tiene cáncer de próstata.
Y se larga a reir de su propio chiste, como esos animadores de asados de amigos de la secundaria.
-"Al final de la calle" -dice Cardozo.
-Ese me gusta. ¿De qué va?
-No sé, quizás un militante de barrio al que todos aprecian: hace carrera política, pero se corrompe y eso se ve años después en la fría mirada cargada de dolor de Angelita, su novia de adolescencia.
-Se le dispara para culebrón. Buen título pero culebrón.
-Se lo regalo.
-Mejor se lo cambio por "Cuando era lindo morir". Sobre las formas aparatosas y divertidas que teníamos de morir histriónicamente cuando éramos chicos y jugábamos a los cow-boys.
-Eso no da ni para cuento de Navidad, que son los más simples.
-Cómo sería eso.
-Que cualquiera tiene un cuento de Navidad. Desde Dickens se echaron a perder.
-¿Y qué le parece un tipo que tartamudea raro, Cardozo, uno que sólo repite las sílabas con "pe"? Dice Pépero, y poporeso, y prépresidente. Sin embargo, cuando debe decir "papá" lo dice como todo el mundo. Y como es tarta pero no tonto, y consciente de su problema, elige siempre oraciones en las que no existen las "pe". Experto en eufemismos, por ejemplo en vez de decir: "Hay que preprepapararse poporque hay popoco vino papara poponer en la mesa", él dice: "Hay que alistarse ya que estamos carentes del vino que hará falta en la mesa".
-Tá bueno, Rafa.
-Lo mejor es que el tipo es peronista pero no puede decirlo.
-¿Y eso cómo se titula?
-"El whisky que nos parió a los dos" -se ríe Rafa, y encendiendo un cigarrillo ordena a Midori, por señas que imitan a un ridículo jinete, que repita la dosis de caballito blanco.
-Título vulgar. Inadmisible -dice Cardozo en voz alta.
-No era título. Apenas un comentario impresionista.
Cuando la japonesa deja los vasos llenos y se retira, Rafa comenta:
-Va a ser una Navidad de mierda -y mira hacia afuera, hacia un chibato florecido que es un poema en bermellón y verde.
Cardozo lo mira de reojo pero no dice nada. Es obvio que ahora que Rafa regresó de México y se gana los garbanzos como publicista, anda viendo cómo y con quiénes pasar la noche del 24.
-"Discurso por el 25 aniversario" -anuncia Rafa.
Cardozo sigue en silencio, viéndolo venir.
-Un escritor debe pronunciar un discurso para el aniversario de su promoción del Colegio Nacional. Alegría por el reencuentro, orgullo, una generación especial, etc., etc. Pero tiene un problema de conciencia: no puede traicionarse con un discurso plagado de lugares comunes, como todos esperan de él, pero a la vez comprende que no tiene sentido escribir un texto conceptual y denso. El auditorio no aguarda calidad, sólo nostalgias fáciles y uno que otro pedorreo. El escritor juega a sustituir los lugares comunes por formas alternativas más o menos crípticas, cada vez más rebuscadas y exigentes. Lo divierte pensar en las infinitas maneras de decir las cosas.
Cardozo lo escucha con genuino desinterés.
-El desenlace del cuento es cuando el lector advierte que el escritor en efecto está leyendo un complejo y filosófico discurso ante sus viejos compañeros, que lo aplauden a rabiar, a la vez que se siente solo, desolado, porque es consciente de que eligió burlarse de sus compañeros. El cuento termina cuando advierte que su propia erudición lo deja solo, lo desampara.
El final es abierto, pura tristeza paradojal.
Cardozo se mueve en la silla como un arquero a punto de atajar un penal.
Sigue en silencio.
-No dice nada -dice Rafa-. Título: "Un obtuso silencio".
-¿Qué quiere que le diga, si a ésta ya la vi, Rafa? Cuando usté empieza a hablar de la tristeza y la soledad, y pone esa cara... Siempre lo mismo.
Rafa se manda un trago y después se pasa la lengua por el bigote. Tiene, en efecto, y como a pleno, la cara de desamparo que le quedó de cuando estuvo en cana durante la dictadura, cinco años y pico y después exiliado otros tantos. Lo único que quiebra el efecto desolador de ese hombre es la colección de ridículos anillos baratos que usa en cada uno de los dedos.
-Ma sí -dice Cardozo-, yo sabía que iba a terminar invitándolo: venga nomás a pasar el 24 en casa...
-Si quiere, no voy nada.
-No, está bien, la patrona a usté lo banca.
-Chasgracias. A qué hora.
-Qué sé yo, venga a la hora que quiera. Pero por lo menos tráigase un whisky paraguayo, con lo que chupa usté...
Rafa piensa un ratito.
-Eso délo por hecho -dice, y sonríe como un niño-. Mire qué título: "Délo por hecho".


*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-117259-2008-12-24.html






De countrys en la estación Canning*



Siempre le gustaron las plantas y los jardines, y aunque también se daba maña para hacer arreglos de albañilería y así ganarse unos mangos con la changa, Néstor decidió que tomaría la podadora, la pala y el rastrillo para ganarse "el pan nuestro de cada día". Por esas cosas de la vida, alguien lo puso en contacto con las autoridades del Country "Arboleda del Monte" donde, entrevista mediante, tuvo que dar cuenta de sus habilidades cortando el pasto y arreglando el jardín de una de las casas, bastante descuidado después de algunos meses de ausencia vacacional de sus inquilinos. Su trabajo agradó mucho a las autoridades del consorcio, y muy pronto quedó contratado en forma efectiva para el mantenimiento general del predio.
En un principio le costó acostumbrarse al entorno. La imagen de las casas recortadas contra el horizonte le parecía extraída de alguna revista de decoración que viera en la sala de espera del traumatólogo de su hija. Esos colores chillones que herían la vista, modeladas con el antiguo estilo de los ladrillitos de juguete, y unas puertas y ventanas que parecían construidas en plástico, aunque al tocarlas uno tuviera la desagradable sensación de percibir la consistencia y el sonido del metal. Néstor sentía cierto escozor al contemplarlas, como si fueran ajenas al lugar donde se encontraban. Pero la tarea era abundante, y con el correr del tiempo se fue tornando indiferente a ciertos detalles, concentrándose exclusivamente en los parques y jardines.
Se fue haciendo conocer por todos. Y si bien le pagaban un sueldo fijo por mes, fue haciendo una diferencia al aceptar distinta clase de changuitas de parte de los residentes: cambiar el cuerito de una canilla, encolar una silla, reparar una ventana de enrollar… Tareas que hasta hacía unos años parecían impensables en un country, hoy se habían tornado cosa de todos los días. Había que contemplar la posibilidad de ahorrar unos pesos, con el dólar tan alto…
Pero también recibía algunas donaciones, de ropa que los dueños de casa ya no usaban, o de libros que podían servirle para sus hijos en la escuela, elementos que agradecido guardaba en el carrito que arrastraba detrás de la bicicleta, y que generalmente representaban una alegría cuando llegaba a su casa. Apenas le servía la mitad de las cosas que llevaba, pero nada era despreciable; su mujer bien que sabía darse corte con la aguja y el hilo, y si no, su cuñado sabría vender bien los libros usados. Todo funcionaba en equilibrio.
Néstor vivía cruzando el antiguo terraplén donde, casi treinta años antes, existiera la vía del Ferrocarril General Manuel Belgrano, que unía La Plata con San Eladio, y del cual hoy no quedaban ni rastros; los rieles y los durmientes habían desaparecido, robados por manos anónimas, o bien sepultados por el paso del tiempo. Cada vez que pasaba en bicicleta por aquel lugar, abundante de ralos pastizales, evocaba aquellas entrañables épocas de su infancia, cuando se escondía entre la maleza que circundaba la vía, para ver pasar aquellos imponentes trenes cargueros, arrastrando una fila infinita de vagones, transportando las más diversas y a la vez misteriosas mercancías.
Recordaba con nostalgia ciertos juegos: cómo solía depositar monedas de cinco o diez centavos sobre los ardientes rieles de la tarde, esperando que el mastodonte metálico llegara en hora y aplastara con su potencia colosal aquella diminuta monedita, revoleándola en el aire y –en caso de encontrarla, luego del impacto- palpando la cruel curvatura que le había impreso a su superficie. Lo mismo hacía con las latas de conserva vacías que encontraba por ahí, contemplando luego con sumo interés el efecto devastador que podían producir tantas toneladas de metal lanzadas a toda velocidad.
Ignoraba por qué, pero esas imágenes habían ido resurgiendo del fondo de sus recuerdos en los últimos días. "Me estaré volviendo viejo", pensaba, con una tenue sonrisa asomando entre sus labios, y la profunda sensación de evocar un pequeño fragmento de su vida donde recordaba haber sido feliz, sin preocupaciones ni dolores en el alma. Esas angustias que luego sedimentan en el corazón, provocando la -quizá inevitable- pérdida de cierta infantil ingenuidad.
Hasta que una fría tarde de invierno lo comprendió todo.
Estaba casi terminando de quitar los yuyos de un cantero, luego de podar una planta que Miss Mary, la dueña de casa, ya no quería ver más, cuando vio llegar a Mister Steven, a bordo de su flamante Jaguar color azul. Se saludaron cortésmente, y apenas unos minutos después, Néstor lo vio salir otra vez. Se dirigió hacia el cobertizo, luciendo un impecable tweed bordeaux, contrastando con la circunstancial desprolijidad de las ramas de la planta recién podada, desperdigadas a su alrededor, y un par de minutos después regresó, cargando algo bastante pesado.
-Néstor, ¿sería tan amable de ayudarme? -, preguntó al pasar junto a él. –El estudio está helado, y quisiera prender la salamandra…
Él estuvo a punto de aceptar, como de costumbre, cuando vio lo que aquel hombre llevaba entre sus manos: un taco perteneciente a un aserrado durmiente de ferrocarril.
Se quedó petrificado; un escalofrío le recorrió la espalda. Quebracho puro; como el que aserraban cuando era chico cerca de su casa, una vez concluidas las tareas de reparación del ramal, que no tardó mucho en cerrarse, ante la inminencia del cambio económico generado por la dictadura militar. El estupor se vio reflejado en su cara, porque Mister Steven volvió a pedirle:
-¡Néstor! ¿Sería tan amable? Hace mucho frío acá afuera, y esto está muy pesado…
Él actuó de manera automática; le quitó el taco de entre las manos y lo entró en la casa, dejándolo junto a la salamandra del estudio. Mister Steven le pidió que hiciera un par de viajes más, y finalmente, encendieron juntos el primer fuego. Una vez que comenzó a arder, Mister Steven encendió su pipa y le dio las gracias, además de un módico billete por el servicio.
-Gracias -, dijo él, y señaló hacia los tacos restantes. -¿Dónde la consiguió? Es buena madera.
-Me la vendió un pibe por acá cerca, a unos metros de la autopista. Dijo que la conseguía fácil. Era mucho más barata que comprarla en otro lado. Y por lo que vi, me pareció que prendería bien.
Al salir, pleno de congoja, recogió sus enseres de manera mecánica, juntó las ramas con el rastrillo, limpió todo con rapidez, y se alejó. Mientras avanzaba por el parque, en las últimas luces de la tarde, reparó en unos juegos infantiles que regularmente había visto desde hacía meses, pero que recién ahora le llamaban la atención. Sobre todo, su estructura.
Tanto en las hamacas, como en la viga del tobogán, o el conjunto entero de las vigas paralelas para colgarse, habían utilizado rieles de ferrocarril. Pulidos y sin óxido, pintados de diversos colores, pero rieles al fin y al cabo. Preservados de la muerte, más no de la rapiña…
Desde esa tarde, aceptó muy poco, casi nada, de las tareas que pudieran ofrecerle como changa. Menos aún, las dádivas que solía agradecer con tanto entusiasmo, pensando en sus hijos. Notó que comenzaba a trabajar con menor entusiasmo, así como a faltar bastante, pretextando cualquier excusa.
Y a pensar seriamente que debería buscarse otro barrio donde poder trabajar en paz. Bien lejos de Canning…



*de Aldima licaldima@yahoo.com.ar






Ninguna casa es duradera (lección de economía política)*


*Por Sergio Mansilla Torres.




El gobierno multiplica empleos y sueldos
para tener partidarios;
no para producir más riqueza para todos,
sino para tener partidarios.

Como buenos alumnos de la escuela de los caníbales:
comerse los unos a los otros
(en eso somos expertos), y el gobierno sirve a los poderosos
las cabezas cortadas en bandeja de plata:
les sirve los bosques completos, vertientes
todavía cristalinas,
delfines, plancton, algas para hacer shampoo japonés.

Entonces viene el gerente de operaciones de la gran empresa;
dice:

“hay que bajar los costos de producción
para ser competitivo (o sea, para hacer mejores negocios
para el bolsillo de los accionistas y sus batallones de negreros);
la materia prima es cara,
la tecnología es cara,
los impuestos son caros,
el transporte es caro
(no hay, pues, manera de ahorrar en estos ítemes).
Quedan los obreros: reducción de personal,
menos sueldo, más producción; que trabajen 10 horas ó 12,
que tengan 2 días al mes para descansar
¡ah! y no quiero mujeres, se lo pasan pariendo para no trabajar...
10% del personal mañana está fuera,
en 6 meses llegaremos al 50%
Y exhibiremos nuestros altos índices de eficiencia”.

Y el gobierno multiplica empleos y sueldos
para tener partidarios,
y las empresas son partidarias del gobierno
por conveniencia (porque el gobierno mantiene la paz social).
Y los pobres diablos apoyan al gobierno
por conveniencia.
Todo por conveniencia, por cálculos de ganancias.
Una casa bien construida se ve desde lejos (Pound lo dijo),
y la cobardía también
y la fetidez de las oficinas públicas también.

Que no hable el príncipe, sino lo justo para decir
que el dinero circulará
entre el pueblo;
lo demás es basura, cantos de sirena a lo más
entonados con notas desafinadas.

Pero está además el aspecto especulativo:
comprar y vender dinero;
no comprar zapatos, comida (“economía del pasado”, dicen).
Ahora conviene comprar dinero y vender dinero
con altos intereses a favor,
sin ver siquiera los billetes; sólo números
en las pantallas de los computadores: la nueva
economía de las transacciones virtuales.
Mas quien compra dinero no paga con dinero;
paga con sangre, con hambre, con sudor,
de los que trabajan produciendo bienes esenciales
(que nunca sobran)
y de los que no trabajan porque no tienen lugar en la fábrica
de los bienes esenciales
(que, como dijimos, nunca sobran).

Y mientras unos ponen monedas en el Tesoro Público,
otros sacan las monedas y las ponen en su tesoro particular,
y sin salir de sus asientos de cuero bien curtido,
sin un resfrío siquiera debido a bruscos cambios de temperatura
que nunca padecen.
Nada.

¿Quien almacenará el trigo contra el hambre?
Porque es incomible el dinero plástico,
y no compra lo que no existe.
¿Quién guardará los códices de los ávidos depredadores?
¿En qué biblioteca climatizada?
(y no en una habitación oscura llena de hongos y ratones).
No da rédito escribir la verdad
ni da rédito leerla.

Pero sí da mucho rédito transformar campos de cultivo
que demoraron millones de años en formarse,
en pedregales o en factorías para celulosa
o para aluminio
o en condominios para gerentes, accionistas de grandes Cías.
y hay generales que no han ganado batalla alguna.

¿Quién reestablecerá el amor a la sabiduría, literalmente,
congregando a los sabios
en el palacio del canto, en el palacio del pensar?

“Ninguna casa es duradera
si ha sido edificada sobre las ruinas de tu vecino” (Pound).

Y la agricultura y las manufacturas y las caricias
no se pueden perder,
y los individuos podrán pensar más tranquilos,
hacer arte para banquete de los ojos,
poesías para recuperar el lenguaje malbaratado
en el mercado de las chucherías inútiles.
Y revertir el embargo de que han sido objeto
nuestros cuerpos.

Hacer arte para banquete de los ojos y oídos.

Y pensar más y mejor, más y mejor.



*Referencia
*Sergio Mansilla Torres. "Ninguna casa es duradera (lección de economía política)." Buque de Arte. Ed. Sergio Mansilla. Osorno, Chile : Editorial Poetas Antiimperialistas de América. 24 de octubre de 2008.
-Enviado para compartir por Juan Carlos Cena. ferrocena2003@yahoo.com.ar






Kraft*


*Por Antonio Dal Masetto,
Crónicas argentinas
Editorial Sudamericana

Estoy acodado en el mostrador del bar, haciendo cuentas en mi libreta: impuestos, facturas, servicios, la pesadilla de costumbre.
- Veo que está muy embalado con los números, ¿algún negocio en vista?- me dice el parroquiano Carmelo, que está a mi lado.
- Las cuentas de siempre, cada vez me cuesta más llegar a fin de mes.
- ¿No le queda alguna reserva?
- Me quedan unos manguitos guardados bajo el colchón, poca cosa, para casos de extrema necesidad. Hasta ahora logré no tocarlos, pero en cualquier momento voy a tener que echarles mano.
- Me parece que el destino nos juntó. Puedo ofrecerle un negocio redondo, rápido y con una utilidad extraordinaria. Seguro que le va a interesar.
- La verdad que me interesa cualquier cosa que me saque del apuro.
- Me está haciendo falta un socio ágil que tenga unos pesos.
- ¿Cuántos pesos?
- Es una inversión mínima.
- Disculpe la pregunta, pero si la inversión es poca y el negocio es tan redondo, ¿por qué no lo hace usted solo?
- Me quedé sin capital. Con los bancos ya no se puede contar, no quiero caer en manos de prestamistas porque me van a arrancar la cabeza.
- ¿Cuál sería el negocio?
- Bolsas de papel.
- ¿Para vendérselas a quién?
- Para que la gente se las meta por la cabeza y se tape la cara después de las próximas elecciones.
- ¿Los que pierdan?
- Todos. Pasada la expectativa, cuando la gente se dé cuenta de en qué estado está y dónde está parada, gane quien gane, el sentimiento general será de absoluta vergüenza por el voto que metieron en la urna. No va a quedar uno que no quiera su bolsa personal para ocultarse la cara antes de salir a la calle.
- ¿Cómo sería esas bolsas?
- Comunes, de papel madera. Con dos agujeros para los ojos y otro para la nariz. También uno para la boca, todos tienen que seguir fumando o tomando café o comiendo algo.
- ¿Y dónde las fabricaríamos?
- Tengo un tallercito en Lugano, con la guillotina, el sacabocados y lo que haga falta. El taller me está dando pérdida desde hace años, pero ahora llegó la reivindicación. Solamente se necesita dinero para la materia prima, o sea el papel Kraft, liviano, de 70 gramos, y la cola vinílica.
- ¿De qué tamaño serían las bolsas? ¿Una sola medida o varias?
¿Diferentes para hombres y mujeres?
- Tamaño estándar, unisex.
- ¿Qué porcentaje calcula de gente que no quiera usarla?
- Cero. Todos van a estar avergonzados.
- ¿Y la distribución?
- Ya hablé con el Sindicato de Canillitas. La mañana siguiente a las elecciones los quioscos del país entero vana estar inundados de nuestras bolsas. Vendemos y cobramos. Todo contado. Plin caja.
- ¿Cómo dividimos las ganancias?
- Cincuenta y cincuenta.
- ¿Ya pensó en alguna partida de bolsas de reserva?
- Por supuesto. Algunos se van a llevar varias bolsas. Mi cálculo es que cada votante va a consumir como mínimo tres bolsas de manera inmediata. Además está la lluvia, las rupturas, el desgaste, etcétera.
Después vienen las reposiciones a largo plazo. El bochorno puede durar mucho tiempo.
- Tenemos que estar preparados para que no haya demoras en las entregas.
- Eso déjelo por mi cuenta.
- Me convenció. Trato hecho.
- Lo espero mañana en el taller. Hay que meterle para, pedir el papel, mandarlo a máquina, troquelar, pegar y empaquetar.
- Choque los cinco.
Me despido de mi socio. Esta vez parece que zafé.


*Fuente: http://www.cuentosymas.com.ar/cuento.php?idstory=560






José María Gatica: Un odio que no conviene olvidar*


*Por Osvaldo Soriano
(1974)

A Julio Cortázar

[Poco después del "rodrigazo", que nos dejó a todos en la miseria, Roberto Cossa me hizo entrar en El Cronista Comercial, donde volví a ser redactor de deportes. Esta semblanza de José María Gatica se publicó a fines de 1975.]


"No me dejés solo, hermano". Tirado en el pavimento, el cuerpo sacudido por los espasmos, Gatica se aferraba al pedazo de vida que se le iba. Lo rodeaba una multitud de extraños que lo habían visto caer bajo las ruedas de un colectivo, a la salida de la cancha de Independiente. Pocos ojos entre los que miraban esa piltrafa cercana a la muerte habrán reconocido el cuerpo de José María Gatica, uno de los mayores ídolos que tuvo el boxeo argentino.
Tenía 38 años y parecía un viejo. Hasta ese día en que la borrachera no le dejó hacer pie en el estribo del ómnibus, había sobrevivido en una villa miseria como tantos otros; algún rasgo lo distinguía: la nariz aplastada, la sonrisa provocadora, un cierto desdén por el futuro. Era uno de esos hombres obligados a soñar con el pasado, porque el suyo estaba teñido de sangre y ovaciones.
El 7 de diciembre de 1945 subió por primera vez a un ring como semifondista profesional. Esa noche, su triunfo por nocaut en la primera vuelta frente a Leopoldo Mayorano no puso al público de pie, ni lo irritó. Comenzaba su carrera un hombre de rabia larga, de ambición fresca.
Había sufrido la violencia desde su nacimiento, en Villa Mercedes, San Luis, el 25 de Mayo de 1925. A los siete años llegó a Buenos Aires en un tren de carga, con su madre y un hermano mayor.
A los diez había ganado un lugar en Plaza Constitución, donde lustró miles de zapatos. De rodillas, miraba desde abajo la cara de la gente, pero hasta ese privilegio tuvo que defender a golpes frente a competidores tan desesperados como él. Un peluquero que vivía por allí lo vio pelear varias veces y quedó impresionado por su agresividad. Era Lázaro Koczi, un hombre relacionado con el boxeo profesional. Pronto le propuso cambiar de oficio.
The Sailor's Home era la casa de la misión inglesa para marineros. Estaba en Paseo Colón y San Juan, un barrio con tradición de compadritos. Allí paraban los hombres que habían perdido sus barcos en los extravíos de una borrachera, los desertores, los enfermos, los malandras sin cuchillo. Todo se resolvía a puñetazos. Un hombre de agallas podía ganarse allí veinte pesos si era capaz de vencer en tres rounds al marinero más fuerte.
Lázaro Koczi apareció una noche con Gatica, le mostró el ring y le habló de los veinte pesos. El lustrabotas subió. Se sabe que ganó varias peleas, que agachó a corpulentos marineros y luego dejó su parada de Constitución. Había ganado el derecho a más.
El 7 de diciembre de 1945 -ese año singular en la historia argentina- debutó en el Luna Park. Sus ojos verdes habrán visto la multitud con el brillo del desafío. Bastó un golpe para que Mayorano, su rival, fuera a la lona. En poco tiempo ganaba dos peleas más y los empresarios pusieron sus ojos en él.
Al año siguiente ganó las siete peleas que hizo, una de ellas con Alfredo Prada, quien sería su más rival encarnizado.
Por entonces el público se había dividido: el ring-side abucheada a Gatica, quería verlo en el piso; la popular rugía alentando a ese morocho que miraba con odio a sus rivales y cuando los tenía a sus pies levantaba los brazos tan abiertos como para abrazar al mundo. Los apodos de la tribuna eran
diversos, según de dónde provenían: Tigre, para la popular, Mono para el ring-side. A los periodistas les gustaba más Mono y así lo recuerdan aún.
Mientras duró su grandeza tuvo un rival irreconciliable sobre el ring: Alfredo Prada. Ya se habían enfrentado antes, cuando no suponían que la vida los iba a unir en el triunfo y el fracaso. Combatieron seis veces y ganó tres cada uno. La última pelea, en 1953, significó la derrota de Gatica y el comienzo de su patética decadencia. Los enfrentamientos entre Gatica y Prada dividieron al público como nunca; se estaba con Gatica o contra él. Prada era campeón argentino, una satisfacción que el Mono nunca alcanzó. Cuando el pleito terminó, las carreras de ambos llegaraban al ocaso. Prada dejó el boxeo con algún dinero en el banco. Afrontó la vida como un ciudadano recompensado. El Mono volvió a su origen, como si toda su pelea con la vida hubiera sido una parábola restallante, una explosión de luces que lo
iluminaron hasta, de pronto, dejarlo nuevamente en la oscuridad.
Volvió a una villa miseria. Vivió de la caridad junto a su segunda mujer y dos hijas. Fue una fiesta para los periodistas encontrarlo sentado a la puerta de su casilla de latas, tomando mate, sucio y harapiento.
Entonces Prada tuvo un gesto que los diarios elogiaron: abrió un restaurante en calle Paraná y llevó al Mono con él. Le pagó quince mil pesos por mes y lo puso en la puerta del negocio para exhibirlo. El gesto compasivo de Prada era otra humillación que Gatica soportó porque no podía sino aceptar su derrota.
Había vivido como un esclavo y pocos le perdonaron su grotesca revancha: como un Robin Hood de barrio, iba con los suyos -los lustradores- y les destrozaba los cajones a patadas a cambio de billetes de mil. Pagaba con una fragata los diarios que quitaba a las viejas que rodeaban el Luna Park. Unos
pocos lo miraban con respeto, otros ser reían de él.
Desde que Alfredo Prada lo venció en 1953, en la última pelea, no dejó de caer. Siguió tres años más, pero estaba acabado como boxeador. Como hombre le faltaba recorrer la pendiente más dura: el desprecio, el odio, el revanchismo de las buenas conciencias.
Era, para ellas, un analfabeto despreciable, un "lumpen". Perdió todo lo que tenía pero jamás se lamentó. Fue noticia para los diarios el día que una inundación se llevó lo poco que le quedaba. Entonces, fue fotografiado en camiseta, lleno de mugre y mereció crónicas colmadas de aleccionadora compasión. Curiosamente, el Mono sonreía.
Adhirió fervorosamente al peronismo y, curiosamente, su esplendor y caída desplegó la misma parábola en el almanaque: levantó su brazos en 1945 y lo bajó, vencidos, en 1956. Había sido el preferido de Perón mientras brillaba.
Aficionado al boxeo, el Presidente apoyó el viaje de Gatica a Estados Unidos para buscar una pelea con el campeón de los livianos. En cuatro rounds venció a Terence Young y esta victoria le abrió las puertas a la pelea con Ike Williams, dueño de la corona mundial, en 1951. Medio país estuvo pendiente de la suerte del Mono que iba a batirse en el Madison Square Garden de Nueva York. Subió a la lona sobrador, fanfarrón. Cuando empezó el combate bajó las manos y puso la cara, como lo haría luego Nicolino Locche.
Pero Gatica no sabía de esas sutilezas. Bastaron tres golpes de Williams y a los tres minutos de pelea el Mono se derrumbó. Desde entonces perdió los favores oficiales y dejó de ser el hombre que se fotografiaba junto a Perón.
Entre 1952 y 1953 ganó trece combates luego de ser vencido por Luis Federico Thompson, pero la última derrota ante Prada lo puso en la pendiente definitiva; caualmente, esa derrota sucedió un 16 de setiembre, dos años antes del día que estalló el pronunciamiento militar contra el peronismo.
No sólo Prada usó al Mono para exaltar la beneficencia. Martín Karadagián, un empresario del espectáculo que había montado una troupe de luchadores, lo llevó a parodiar una final. También allí tenía que perder. En "sensacional encuentro" Karadagián, dueño del poder, benefactor de hospitales, lo sometió por unos pocos pesos.
La última derrota ocurrió el 10 de noviembre de 1963, bajo las ruedas de aquel colectivo. Había terminado su vida en una parábola perfecta de humillación; "una bala perdida", como solía decir él.
No tuvo amigos. Apenas dos o tres compañeros de aventuras en los momentos en que regalaba su pequeña fortuna. Contestaba con monosílabos, recuerdan algunos, para escapar de los adulones y los ambiciosos; otros dicen que no hablaba para ocultar su escasa educación. Tirado en la calle Herrera, de Avellaneda, manchado de sangre, con los ojos abiertos puestos en otro vendedor de muñecos, repitió: "No me dejés solo, hermano; levantáme, no quiero estar tirado".
Cuando murió, La Prensa dijo: "La popularidad que adquirió Gatica por sus éxitos y por su característico estilo de infatigable peleador, fue utilizada por el régimen de la dicatdura, que lo adoptó como en el caso de otros campeones deportivos como instrumento de propaganda. Y esta publicidad extradeportiva y el aplauso obsecuente de personajes encumbrados no fueron ajenos por cierto a que él cayera en actos de inconducta dentro y fuera del ring". Fué un recuerdo político, cargado de desprecio. Al comentarista, como a tantos otros hombres de traje gris, le hubiera gustado ver a Gatica domado. Pero no; aún muerto sería molesto: nunca llegó tanta gente a la Federación Argentina de Box como para su velatorio. Hombres y mujeres hicieron una colecta y compraron una corona que decía: "El pueblo a su
ídolo". El féretro tardó siete horas en llegar al cementerio de Avellaneda.
Cuando la última palada de tierra cubrió el modesto cajón, los cronistas anotaron esta frase de Jesús Gatica: "La única miseria qe vivió mi hermano fue consecuencia de su desesperado afán de querer vivir la vida".

Se cumplen tres décadas de la que fue, quizá, su primera alegría, cuando tenía veinte años. Gatica es, todavía, un símbolo contradictorio, arbitrario; la vida le fue quitada poco a poco, con un odio que conviene no olvidar.







Convocatoria*


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Las colaboraciones deben tener una extensión máxima 4 páginas para ensayo y cuento. Para poesía se ruega enviar una selección de poemas de un máximo de 10 páginas. Los escritos deben acompañarse de un breve curriculum vitae (que contenga la dirección postal) y una foto digital del escritor a la dirección euroyage@utanet.at
Los textos seleccionados serán traducidos al alemán y publicados de manera digital e impresa.

Más informaciones sobre nuestra labor cultural sin ánimo de lucro en Europa encontrarán en nuestra página de internet www.euroyage.com
Cordial saludo,



*Dr. Luis Alfredo Duarte-Herrera
Director de YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
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