ESTACION TAPIALES
Poesía en los andenes...
Tan Sombra*
Desde qué entonces vienes pegada a mí
Soledad,
Pisando mis talones
Mordiéndome la sombra
Tan sombra, sólo mía
Insistente
Intransferible
Equivalente
Al silencio y al olvido
A la desproveída silla a mi costado
A la gota de lluvia que se alarga
Y resbala surcando sobre el vidrio
Un viaje de agua.
Desde qué tiempo
Se apagaron las luces y los ruidos,
fumo mi soledad y escucho el viento
raudo
suelto
repentino
acallando el lamento de los búhos
llenándome del llanto de los árboles,
moviendo mi soledad en la ventana
y mi sombra, más negra,
tan mía,
tan sombra, sonando
a campana vacía.
*de Fanny Garbini Téllez.
fannyte@ciudad.com.ar
Te extraño*
Extraño
la piel tibia de tus noches
mi penúltimo sueño en la mañana
sobre la doble almohada de tu pecho.
Extraño tu paciencia al despertarme
entre besos y mates y palabras.
Extraño tus planes y mis planes
personales pero complementarios.
Tu opinión casi siempre diferente
y tu siempre metálica entereza
tu voluntad de gigante
tu laboriosidad de abeja
tu lágrima fácil y profunda.
Por eso es necesario que regreses.
por eso y para otros menesteres:
para que cierre su círculo la mesa
y retomen tu olor los alimentos
y terminen de abrirse las ventanas…
para que vuelva a susurrar la cama.
Para que nada más y como siempre
paseen tus costumbres por la casa.
* de Guillermo Heredia. guillermo_heredia@arnet.com.ar
InvenTren
" Sara esperaba semana por medio, que llegara su amado, su amor y su amante.
Casi imperceptible el resto del tiempo, se preparaba para esos encuentros.
No sólo para parecerle mas linda, sino cada vez mas interesante y los cuatro o cinco vecinos que vivían frente a su casa, la veían encenderse y hasta se atrevían a piropearla, porque sabían que en esas ocasiones y sólo en esas, ella aceptaba ser la reina del lugar.
Sabía que no podría amarrarlo nunca a ella.
Que era imposible conseguir una cadena tan larga como los rieles, que lo trajera y lo llevara, y que en otro extremo, había otra estación donde lo esperaban su esposa y un hijo.
Pero sabía además, que sus alas y su tren lo devolverían siempre a su lado.
Sus alas porque estaban hechas a la medida de su libertad.
Su tren, porque su recorrido , era el mismo ir y venir de sus fantasías.
¡Mágico destino anunciado por una gitana que había leído su mano diez años atrás!...
El había llegado al lugar, justo el día siguiente de que aquel terrible temporal aplastara con su furia, las margaritas del jardín. Las mismas que ella, deshojaba día a día, con ternura y que le permitían repetir monótonamente la misma canción - ...me quiere..no me quiere... me quiere.."
... Ya ni la esperanza de adivinar si sería querida o no, le quedaba.
Lloraba y lloraba y ni siquiera la llegada del tren que sentía próximo, le aliviaba la congoja, por las flores que ahogadas, habían determinado sutilmente, y durante casi todo el verano, su suerte en el amor.
Cuando Luis bajó del tren y la vió llorar, sobre un surco de barro y luz , se acercó lentamente , acarició sus cabellos de sol, lavó la punta de sus dedos con una lágrima y mirándola a los ojos le dijo que era agua bendita para su eterna soledad."....
*de Moni. Monipas05@aol.com
Estación Tapiales.
1*
Para Rulo, la vida ha sido así desde siempre. Con sus 8 años, su cara llena de pecas y un cabello rubio opaco ensortijado al extremo –ajena herencia de algún misterioso ancestro familiar, perdido en la memoria de su madre o su abuela-, contempla el acostumbrado paisaje desde la ventanilla del vagón ferroviario donde vive su familia desde antes de su nacimiento, y piensa: “¿Adónde podría viajar yo en esa locomotora?”.
Ahí nomás, a una cuadra de distancia, en medio del campo, asentada sobre unos rieles oxidados que ya no la llevarán a ningún lado, se recorta la opaca silueta de una antigua locomotora a vapor, desvencijada y polvorienta, cubierta de óxido en plenitud, en compañía de otras dos máquinas, éstas diesel, tan deterioradas como la vaporera. El conjunto se halla a unos 300 metros de las ruinas de la antigua estación ferroviaria. Su papá alguna vez, uno de esos raros días en que no estaba tomado, le contó que antes, hacía muchos años, allí había una estación, como ésas donde a veces él y sus hermanitos van a repartir estampitas, calendarios o señaladores.
¡Trenes…! ¡Y tan cerca de su casa! Pero…, su casa, hoy llena de cosas propias de la familia –catres, sillas, cortinas que dividen ambientes, ropa colgada, una garrafa para cocinar y calentar el agua del mate…- había sido parte del tren, ¿no? Algo al respecto no le cierra. Quizá sea muy complicado de entender a su edad, o quizá también lo sea para su papá, que es más grande. Pero claro, Rulo no puede saber si entiende bien o no, porque toma…
Y entonces, ¿dónde podría viajar él a bordo de una de esas máquinas, tan decadentes en la actualidad, pero que habrán sido portentosas en el ayer? ¿Hacia dónde podría conducirlas a toda velocidad, para llegar mucho más rápido y seguro, sin necesidad de colarse en el colectivo cuando sube toda la gente en las horas pico, ni tener que mendigarle un lugarcito en la caja del camión al puto ése del Colombiano, cada vez que vuelven de Constitución, Once o Retiro?
El particular sonido de las sirenas o los vapores de las chimeneas, los poderosos motores bramando en medio de la inmensidad pampeana, el rechinar de los aceros sobre las vías, todo ello se dibuja en la colorida imaginación de Rulo, ansioso por participar alguna vez de una aventura semejante. ¡Iuuupiiiiiiiii!!!!!!!
Y en un singular ataque de espontaneidad, muy propio de los que desarrollara para sobrevivir en la calle, solo o junto a sus hermanitos, salta del antiguo asiento que transportara pasajeros y se lanza a correr, desciende por los escalones de metal y atraviesa el pajonal, alejándose de los árboles donde se encuentra asentada su casa, rumbo al mítico lugar donde se hallan las locomotoras. Ahora que sabe o imagina -¿acaso no es lo mismo?- para qué servían aquellas máquinas, ¿por qué no disfrutarlas para él solo, aunque ya no puedan moverse de donde están?
Corre como el viento hacia esos dinosaurios de metal echados en tierra, casi fosilizados entre el pajonal. ¿Cuándo habrán hecho su último viaje? ¿Las habrán extrañado sus maquinistas? ¿Sería posible hacerlas funcionar otra vez? Con tales dudas surcando su cabecita, Rulo se aferra de unos pasamanos que ya habían olvidado el contacto humano y trepa a la cabina de la vaporera, con los ojos enormes como platos.
Aunque cubiertas por la mugre, las palancas de conducción aún se encuentran allí, sin que nadie hubiese reparado en su presencia ni se las haya llevado para reducir. Rulo las acaricia deslumbrado, arrastrando un polvo ancestral con la yema de sus delgados deditos. Y de pronto, tomando con fuerza aquellos comandos, se siente trasladado hacia otro mundo, hacia paisajes desconocidos, hacia un lugar mucho mejor que éste, un rincón donde cualquier fantasía es posible…
La caldera se enciende de repente, con un fragor propio de dragones medievales. Toda la estructura vibra con un empuje contenido, deseoso de ser liberado cuanto antes, hastiado de tantos años de demora e inmovilidad. Los relojes del tablero se iluminan con un resplandor espectral, y con un brutal sacudón, la vaporera se desprende del suelo, alejándose de los rieles con un chillido maléfico, elevándose en el aire como si fuese transportada por los despóticos e irracionales brazos de un huracán.
Rulo se descubre fascinado, con una luminosa sonrisa que le ensancha la carita, ajeno al temor que la experiencia pudiera causarle a cualquier otro en su lugar. Sin saber cómo, se siente dueño de la situación, y esgrime las palancas con seguridad, sabedor del destino que les espera.
Estira la cabeza, con el viento refregándose contra sus rulos, y contempla el paisaje a su paso. Ahí está Villa Chrysler, con sus casillas de material improvisado y cientos de sogas donde cuelga ropa más que humilde, preciso lugar donde muchos años antes hubiera una enorme fábrica de automóviles –según le contase el Colombiano, que a su vez le contara el Ñato Ardiles-. Y más allá del paredón, el Cementerio de La Tablada, con sus monolíticos panteones, sus cruces de mármol y madera, sus estatuas y monumentos, su impiadosa tristeza. Y hacia atrás, la imponente y mafiosa mole del Mercado Central, donde deambulara más de una vez en compañía de su papá y alguno de sus hermanos mayores, en busca de las sobras de los cajones que no se vendían.
La vaporera asciende vertiginosa, en medio de una nube de polvo acumulado durante décadas. Entonces Rulo consigue divisar el perfil de Ciudad Evita, esa señora que según su mamá “era tan pero tan buena; casi una santa, mire… Ya no existen seres así, aunque debería haberlos cada tanto. Seres que se acuerden de los pobres, que nada tenemos, ni esperamos casi…” Rulo apenas entiende lo que quiere decir eso, pero no importa; hay que disfrutar del paseo. ¡Cuando se lo cuente a los pibes en la escuela, la cara que van a poner!!!
El calor de la caldera lo hace transpirar como si fuera verano, sin que suelte las palancas por nada del mundo; el esfuerzo bien vale la pena. ¿Cuándo podrá volver a subirse? ¡Quién sabe! Y otra pregunta se formula delante de los ojos, aunque signifique algo menos interesante que lo que está disfrutando: ¿Y cómo va a hacer para volver a su casa? ¡Qué importa! Ya encontrará la manera de colarse en algún colectivo…
Entonces siente algo contra su pierna, tan adherente como el roce del viento sobre su cabeza y sus brazos desnudos. Y al mirar hacia abajo, el mundo a su alrededor parece desmoronarse. Hasta casi percibe que la vibración de la caldera de la vaporera comienza a disminuir drásticamente, hasta casi desaparecer, y la sensación de vuelo comienza a aquietarse, como si jamás se hubiesen movido del lugar en el que se encuentran varados… Todo por mirar hacia abajo, hacia esa cosa que trepa por su piernita en completo silencio, enmudeciendo a su paso el rugido del viento y del motor a vapor. Hacia esa culebra oscura y viscosa que saca la lengüita y lo contempla con ojos fríos y letales…
La sonrisa de Rulo se extingue de inmediato, asustándose como si nunca hubiese conocido un bicharraco semejante. Claro, las que conoce siempre fueron vistas de lejos, en alguna charca, y con una vara de por medio que lo mantuviese a resguardo. Pero esto para él era tan desconocido como peligroso. Y lo impactaba con una única y lacerante duda…
¡¡¡¿¿¿Lo picaría???!!!
La vaporera yacía en el mismo lugar de siempre, la cabina seguía estando cubierta de mugre, y el mundo no se había movido un centímetro. La realidad seguía siendo tan cruda como siempre. Pero ahora, mucho más amenazante…
Entonces, emergiendo de lleno de su propio ensueño, y antes de que la culebra alcanzase a llegarle a la ingle, giró con violencia la cabeza hacia atrás y aulló:
-¡MAAAMÁÁÁÁÁÁÁÁ!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
*de ALDIMA. aldima@uolsinectis.com.ar
2*
Es lindo teclear las letras con los dedos manchados, parecen manchas de oxido como las que dejan las herramientas despues de mucho mucho tiempo sin usarlas, la verdad es que hace más o menos un año que no tenía asi el pulgar, el indice, el medio tan teñidos que uno puede dejar huellas con esta tinta extraña de que se desprende del envoltorio verde que preserva las nueces hasta el punto justo en que deben caer. Despues uno las ve a cada una con esas cicatrices únicas como lo son los senderos de las huellas digitales.
Duros los cambios en la vida, el árbol esta casi seco, son tres años de la última vez que mi padre participo del ritual viendo la cosecha del nogal que planto como a un hijo en la puerta de la casa.
Por momentos me parece verlo ahí cerquita sentado en la silla o parado sostenido en el andador, preocupado por que los nietos no se lastimen, - no pasa nada papá.... fueron un par de nueces en la cabeza del nene, pero es duro.. , la nena no tenía tres años, pero corria con entusiasmo detras de cada nuez que caia y rodaba por la pendiente de la entrada de autos. Franco me pedia esa larga pertiga de ramas añadidas con la que les damos el golpe que precipita la caida.
Cierto, no son manchas faciles de quitar, como los recuerdos que se borran aparentemente pero quedan latentes debajo de la piel y resurgen cuando uno menos lo espera.
el arbol más joven, mi padre trepandose con más de 65 años al arbol con un palo largo para bajar las nueces altas, las que nos niega la altura... lo dejo, lo reto, le digo dejame a mí, sin demasiada convicción, es su epopeya anual
Que olor especial el de esas vainas verdes que cuidan y crecen con la nuez, como un utero, hasta el punto justo de dar su fruto, una vez al año, reproducir la vida, dar una pequeña cosecha.. -ayer conte 84, se que una parte no son comestibles, estan negras, apestadas de bichos o acidas al gusto, igual iran a secado en las tardes de sol del patio.
Cambian los tiempos, digo mientras siento saltar entre mis brazos a la nena con el caño de aluminio extensible que alguna vez fue soporte de cortina de bañera y ayer, y hoy Pascua, nos ayuda a hacer caer las nueces, se pelea con el hermano y conmigo, las quiere bajar ella, aunque la evidencia le dice que no llegará, que le falta más altura..., igual lo logra, tira una nuez a upa del papá. Esta alta, larga, cumplira 6 añitos antes de la primavera, antes que este árbol viejo y cansado haga su renacer milagroso de nuevos brotes verdes en sus pocas ramas todavia vivas ( el año pasado contamos 125 nueces, ahora son menos, algunas ramas se caen solo al tocarlas estan secas, y este árbol de frutos de abril, que da leña en vida, se esta muriendo de pie ). Despues la llovizna nos encierra en la casa, los chicos rebuscan entre las cosas y los cuadernos inconclusos del padre. Paula encontro el mapas de vías del abuelo de Alberto, el mismo que uso yo para el recorrido del inventren, lo despliega sobre la cama, me pide su cuaderno, dibuja un gran jeroglifico, un mapa de vías, unas casitas-estaciones y arriba escribe su imprenta E,F,C,O.
En esto pensé, hoy, cuando entre vapores de la locomotora, pude ver en esa esquina, justo enfrente de la estación, la silueta hoy oscura del bar "los Nogales", donde alguna vez un profesor universitario nos sentó a tomar cafe o caña despues de su clase abierta a bordo del tren.
*de Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Correo:
....Hermosa me resulta siempre la verdad de cada uno, aunque sea imaginada, y que en definitiva, viene a ser como el adorno de la realidad. Y que en estos casos especialmente es necesaria para escribir historias mas interesantes...
Y date cuenta, si me habrá resultado así, que sentí la necesidad de conocer esos lugares...
De todas formas, veré si yo puedo también sin conocerlos, "hacer como sí" y enviarte lo que escribo. No se que es lo que querés fraccionar, pero hacelo tranquilo, porque cuando envío algo, ya no es mío sino de todos y cada uno.
Hace aproximadamente dos años, visité los galpones de Tolosa y pude tocar y subirme a una máquina de "ende-veras" y sentir eso que se siente, cuando tocas y acaricias los sueños y realidades de otras épocas.
No por nada, cuando paso junto a ese puente inmenso, artístico e infinito que pasa por arriba de las vías cerca del lugar, huelo esa máquina y el galpón que se quedaron en mis recuerdos.
(....) las viejas máquinas tienen un olor particular. Que es muy parecido, pero mas
concentrado al que tenían algunas herramientas de mi abuelo y olía al entrar
al galpón de su casa. ¿Me podrías decir , cuál es la próxima estación? No por nada estuve
imaginando que bajaba de un tren, en una estación con un tipo de galería a ambos lados, con una vieja palmera a un lado y dos o tres Plátanos desaparrados que me daban la bienvenida a un montón de locomotoras que sonreían en medio del pastizal. Un beso.
* Moni. Monipas05@aol.com
Tan Sombra*
Desde qué entonces vienes pegada a mí
Soledad,
Pisando mis talones
Mordiéndome la sombra
Tan sombra, sólo mía
Insistente
Intransferible
Equivalente
Al silencio y al olvido
A la desproveída silla a mi costado
A la gota de lluvia que se alarga
Y resbala surcando sobre el vidrio
Un viaje de agua.
Desde qué tiempo
Se apagaron las luces y los ruidos,
fumo mi soledad y escucho el viento
raudo
suelto
repentino
acallando el lamento de los búhos
llenándome del llanto de los árboles,
moviendo mi soledad en la ventana
y mi sombra, más negra,
tan mía,
tan sombra, sonando
a campana vacía.
*de Fanny Garbini Téllez.
fannyte@ciudad.com.ar
Te extraño*
Extraño
la piel tibia de tus noches
mi penúltimo sueño en la mañana
sobre la doble almohada de tu pecho.
Extraño tu paciencia al despertarme
entre besos y mates y palabras.
Extraño tus planes y mis planes
personales pero complementarios.
Tu opinión casi siempre diferente
y tu siempre metálica entereza
tu voluntad de gigante
tu laboriosidad de abeja
tu lágrima fácil y profunda.
Por eso es necesario que regreses.
por eso y para otros menesteres:
para que cierre su círculo la mesa
y retomen tu olor los alimentos
y terminen de abrirse las ventanas…
para que vuelva a susurrar la cama.
Para que nada más y como siempre
paseen tus costumbres por la casa.
* de Guillermo Heredia. guillermo_heredia@arnet.com.ar
InvenTren
" Sara esperaba semana por medio, que llegara su amado, su amor y su amante.
Casi imperceptible el resto del tiempo, se preparaba para esos encuentros.
No sólo para parecerle mas linda, sino cada vez mas interesante y los cuatro o cinco vecinos que vivían frente a su casa, la veían encenderse y hasta se atrevían a piropearla, porque sabían que en esas ocasiones y sólo en esas, ella aceptaba ser la reina del lugar.
Sabía que no podría amarrarlo nunca a ella.
Que era imposible conseguir una cadena tan larga como los rieles, que lo trajera y lo llevara, y que en otro extremo, había otra estación donde lo esperaban su esposa y un hijo.
Pero sabía además, que sus alas y su tren lo devolverían siempre a su lado.
Sus alas porque estaban hechas a la medida de su libertad.
Su tren, porque su recorrido , era el mismo ir y venir de sus fantasías.
¡Mágico destino anunciado por una gitana que había leído su mano diez años atrás!...
El había llegado al lugar, justo el día siguiente de que aquel terrible temporal aplastara con su furia, las margaritas del jardín. Las mismas que ella, deshojaba día a día, con ternura y que le permitían repetir monótonamente la misma canción - ...me quiere..no me quiere... me quiere.."
... Ya ni la esperanza de adivinar si sería querida o no, le quedaba.
Lloraba y lloraba y ni siquiera la llegada del tren que sentía próximo, le aliviaba la congoja, por las flores que ahogadas, habían determinado sutilmente, y durante casi todo el verano, su suerte en el amor.
Cuando Luis bajó del tren y la vió llorar, sobre un surco de barro y luz , se acercó lentamente , acarició sus cabellos de sol, lavó la punta de sus dedos con una lágrima y mirándola a los ojos le dijo que era agua bendita para su eterna soledad."....
*de Moni. Monipas05@aol.com
Estación Tapiales.
1*
Para Rulo, la vida ha sido así desde siempre. Con sus 8 años, su cara llena de pecas y un cabello rubio opaco ensortijado al extremo –ajena herencia de algún misterioso ancestro familiar, perdido en la memoria de su madre o su abuela-, contempla el acostumbrado paisaje desde la ventanilla del vagón ferroviario donde vive su familia desde antes de su nacimiento, y piensa: “¿Adónde podría viajar yo en esa locomotora?”.
Ahí nomás, a una cuadra de distancia, en medio del campo, asentada sobre unos rieles oxidados que ya no la llevarán a ningún lado, se recorta la opaca silueta de una antigua locomotora a vapor, desvencijada y polvorienta, cubierta de óxido en plenitud, en compañía de otras dos máquinas, éstas diesel, tan deterioradas como la vaporera. El conjunto se halla a unos 300 metros de las ruinas de la antigua estación ferroviaria. Su papá alguna vez, uno de esos raros días en que no estaba tomado, le contó que antes, hacía muchos años, allí había una estación, como ésas donde a veces él y sus hermanitos van a repartir estampitas, calendarios o señaladores.
¡Trenes…! ¡Y tan cerca de su casa! Pero…, su casa, hoy llena de cosas propias de la familia –catres, sillas, cortinas que dividen ambientes, ropa colgada, una garrafa para cocinar y calentar el agua del mate…- había sido parte del tren, ¿no? Algo al respecto no le cierra. Quizá sea muy complicado de entender a su edad, o quizá también lo sea para su papá, que es más grande. Pero claro, Rulo no puede saber si entiende bien o no, porque toma…
Y entonces, ¿dónde podría viajar él a bordo de una de esas máquinas, tan decadentes en la actualidad, pero que habrán sido portentosas en el ayer? ¿Hacia dónde podría conducirlas a toda velocidad, para llegar mucho más rápido y seguro, sin necesidad de colarse en el colectivo cuando sube toda la gente en las horas pico, ni tener que mendigarle un lugarcito en la caja del camión al puto ése del Colombiano, cada vez que vuelven de Constitución, Once o Retiro?
El particular sonido de las sirenas o los vapores de las chimeneas, los poderosos motores bramando en medio de la inmensidad pampeana, el rechinar de los aceros sobre las vías, todo ello se dibuja en la colorida imaginación de Rulo, ansioso por participar alguna vez de una aventura semejante. ¡Iuuupiiiiiiiii!!!!!!!
Y en un singular ataque de espontaneidad, muy propio de los que desarrollara para sobrevivir en la calle, solo o junto a sus hermanitos, salta del antiguo asiento que transportara pasajeros y se lanza a correr, desciende por los escalones de metal y atraviesa el pajonal, alejándose de los árboles donde se encuentra asentada su casa, rumbo al mítico lugar donde se hallan las locomotoras. Ahora que sabe o imagina -¿acaso no es lo mismo?- para qué servían aquellas máquinas, ¿por qué no disfrutarlas para él solo, aunque ya no puedan moverse de donde están?
Corre como el viento hacia esos dinosaurios de metal echados en tierra, casi fosilizados entre el pajonal. ¿Cuándo habrán hecho su último viaje? ¿Las habrán extrañado sus maquinistas? ¿Sería posible hacerlas funcionar otra vez? Con tales dudas surcando su cabecita, Rulo se aferra de unos pasamanos que ya habían olvidado el contacto humano y trepa a la cabina de la vaporera, con los ojos enormes como platos.
Aunque cubiertas por la mugre, las palancas de conducción aún se encuentran allí, sin que nadie hubiese reparado en su presencia ni se las haya llevado para reducir. Rulo las acaricia deslumbrado, arrastrando un polvo ancestral con la yema de sus delgados deditos. Y de pronto, tomando con fuerza aquellos comandos, se siente trasladado hacia otro mundo, hacia paisajes desconocidos, hacia un lugar mucho mejor que éste, un rincón donde cualquier fantasía es posible…
La caldera se enciende de repente, con un fragor propio de dragones medievales. Toda la estructura vibra con un empuje contenido, deseoso de ser liberado cuanto antes, hastiado de tantos años de demora e inmovilidad. Los relojes del tablero se iluminan con un resplandor espectral, y con un brutal sacudón, la vaporera se desprende del suelo, alejándose de los rieles con un chillido maléfico, elevándose en el aire como si fuese transportada por los despóticos e irracionales brazos de un huracán.
Rulo se descubre fascinado, con una luminosa sonrisa que le ensancha la carita, ajeno al temor que la experiencia pudiera causarle a cualquier otro en su lugar. Sin saber cómo, se siente dueño de la situación, y esgrime las palancas con seguridad, sabedor del destino que les espera.
Estira la cabeza, con el viento refregándose contra sus rulos, y contempla el paisaje a su paso. Ahí está Villa Chrysler, con sus casillas de material improvisado y cientos de sogas donde cuelga ropa más que humilde, preciso lugar donde muchos años antes hubiera una enorme fábrica de automóviles –según le contase el Colombiano, que a su vez le contara el Ñato Ardiles-. Y más allá del paredón, el Cementerio de La Tablada, con sus monolíticos panteones, sus cruces de mármol y madera, sus estatuas y monumentos, su impiadosa tristeza. Y hacia atrás, la imponente y mafiosa mole del Mercado Central, donde deambulara más de una vez en compañía de su papá y alguno de sus hermanos mayores, en busca de las sobras de los cajones que no se vendían.
La vaporera asciende vertiginosa, en medio de una nube de polvo acumulado durante décadas. Entonces Rulo consigue divisar el perfil de Ciudad Evita, esa señora que según su mamá “era tan pero tan buena; casi una santa, mire… Ya no existen seres así, aunque debería haberlos cada tanto. Seres que se acuerden de los pobres, que nada tenemos, ni esperamos casi…” Rulo apenas entiende lo que quiere decir eso, pero no importa; hay que disfrutar del paseo. ¡Cuando se lo cuente a los pibes en la escuela, la cara que van a poner!!!
El calor de la caldera lo hace transpirar como si fuera verano, sin que suelte las palancas por nada del mundo; el esfuerzo bien vale la pena. ¿Cuándo podrá volver a subirse? ¡Quién sabe! Y otra pregunta se formula delante de los ojos, aunque signifique algo menos interesante que lo que está disfrutando: ¿Y cómo va a hacer para volver a su casa? ¡Qué importa! Ya encontrará la manera de colarse en algún colectivo…
Entonces siente algo contra su pierna, tan adherente como el roce del viento sobre su cabeza y sus brazos desnudos. Y al mirar hacia abajo, el mundo a su alrededor parece desmoronarse. Hasta casi percibe que la vibración de la caldera de la vaporera comienza a disminuir drásticamente, hasta casi desaparecer, y la sensación de vuelo comienza a aquietarse, como si jamás se hubiesen movido del lugar en el que se encuentran varados… Todo por mirar hacia abajo, hacia esa cosa que trepa por su piernita en completo silencio, enmudeciendo a su paso el rugido del viento y del motor a vapor. Hacia esa culebra oscura y viscosa que saca la lengüita y lo contempla con ojos fríos y letales…
La sonrisa de Rulo se extingue de inmediato, asustándose como si nunca hubiese conocido un bicharraco semejante. Claro, las que conoce siempre fueron vistas de lejos, en alguna charca, y con una vara de por medio que lo mantuviese a resguardo. Pero esto para él era tan desconocido como peligroso. Y lo impactaba con una única y lacerante duda…
¡¡¡¿¿¿Lo picaría???!!!
La vaporera yacía en el mismo lugar de siempre, la cabina seguía estando cubierta de mugre, y el mundo no se había movido un centímetro. La realidad seguía siendo tan cruda como siempre. Pero ahora, mucho más amenazante…
Entonces, emergiendo de lleno de su propio ensueño, y antes de que la culebra alcanzase a llegarle a la ingle, giró con violencia la cabeza hacia atrás y aulló:
-¡MAAAMÁÁÁÁÁÁÁÁ!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
*de ALDIMA. aldima@uolsinectis.com.ar
2*
Es lindo teclear las letras con los dedos manchados, parecen manchas de oxido como las que dejan las herramientas despues de mucho mucho tiempo sin usarlas, la verdad es que hace más o menos un año que no tenía asi el pulgar, el indice, el medio tan teñidos que uno puede dejar huellas con esta tinta extraña de que se desprende del envoltorio verde que preserva las nueces hasta el punto justo en que deben caer. Despues uno las ve a cada una con esas cicatrices únicas como lo son los senderos de las huellas digitales.
Duros los cambios en la vida, el árbol esta casi seco, son tres años de la última vez que mi padre participo del ritual viendo la cosecha del nogal que planto como a un hijo en la puerta de la casa.
Por momentos me parece verlo ahí cerquita sentado en la silla o parado sostenido en el andador, preocupado por que los nietos no se lastimen, - no pasa nada papá.... fueron un par de nueces en la cabeza del nene, pero es duro.. , la nena no tenía tres años, pero corria con entusiasmo detras de cada nuez que caia y rodaba por la pendiente de la entrada de autos. Franco me pedia esa larga pertiga de ramas añadidas con la que les damos el golpe que precipita la caida.
Cierto, no son manchas faciles de quitar, como los recuerdos que se borran aparentemente pero quedan latentes debajo de la piel y resurgen cuando uno menos lo espera.
el arbol más joven, mi padre trepandose con más de 65 años al arbol con un palo largo para bajar las nueces altas, las que nos niega la altura... lo dejo, lo reto, le digo dejame a mí, sin demasiada convicción, es su epopeya anual
Que olor especial el de esas vainas verdes que cuidan y crecen con la nuez, como un utero, hasta el punto justo de dar su fruto, una vez al año, reproducir la vida, dar una pequeña cosecha.. -ayer conte 84, se que una parte no son comestibles, estan negras, apestadas de bichos o acidas al gusto, igual iran a secado en las tardes de sol del patio.
Cambian los tiempos, digo mientras siento saltar entre mis brazos a la nena con el caño de aluminio extensible que alguna vez fue soporte de cortina de bañera y ayer, y hoy Pascua, nos ayuda a hacer caer las nueces, se pelea con el hermano y conmigo, las quiere bajar ella, aunque la evidencia le dice que no llegará, que le falta más altura..., igual lo logra, tira una nuez a upa del papá. Esta alta, larga, cumplira 6 añitos antes de la primavera, antes que este árbol viejo y cansado haga su renacer milagroso de nuevos brotes verdes en sus pocas ramas todavia vivas ( el año pasado contamos 125 nueces, ahora son menos, algunas ramas se caen solo al tocarlas estan secas, y este árbol de frutos de abril, que da leña en vida, se esta muriendo de pie ). Despues la llovizna nos encierra en la casa, los chicos rebuscan entre las cosas y los cuadernos inconclusos del padre. Paula encontro el mapas de vías del abuelo de Alberto, el mismo que uso yo para el recorrido del inventren, lo despliega sobre la cama, me pide su cuaderno, dibuja un gran jeroglifico, un mapa de vías, unas casitas-estaciones y arriba escribe su imprenta E,F,C,O.
En esto pensé, hoy, cuando entre vapores de la locomotora, pude ver en esa esquina, justo enfrente de la estación, la silueta hoy oscura del bar "los Nogales", donde alguna vez un profesor universitario nos sentó a tomar cafe o caña despues de su clase abierta a bordo del tren.
*de Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
Correo:
....Hermosa me resulta siempre la verdad de cada uno, aunque sea imaginada, y que en definitiva, viene a ser como el adorno de la realidad. Y que en estos casos especialmente es necesaria para escribir historias mas interesantes...
Y date cuenta, si me habrá resultado así, que sentí la necesidad de conocer esos lugares...
De todas formas, veré si yo puedo también sin conocerlos, "hacer como sí" y enviarte lo que escribo. No se que es lo que querés fraccionar, pero hacelo tranquilo, porque cuando envío algo, ya no es mío sino de todos y cada uno.
Hace aproximadamente dos años, visité los galpones de Tolosa y pude tocar y subirme a una máquina de "ende-veras" y sentir eso que se siente, cuando tocas y acaricias los sueños y realidades de otras épocas.
No por nada, cuando paso junto a ese puente inmenso, artístico e infinito que pasa por arriba de las vías cerca del lugar, huelo esa máquina y el galpón que se quedaron en mis recuerdos.
(....) las viejas máquinas tienen un olor particular. Que es muy parecido, pero mas
concentrado al que tenían algunas herramientas de mi abuelo y olía al entrar
al galpón de su casa. ¿Me podrías decir , cuál es la próxima estación? No por nada estuve
imaginando que bajaba de un tren, en una estación con un tipo de galería a ambos lados, con una vieja palmera a un lado y dos o tres Plátanos desaparrados que me daban la bienvenida a un montón de locomotoras que sonreían en medio del pastizal. Un beso.
* Moni. Monipas05@aol.com
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